jueves, 30 de diciembre de 2021

El guardián del arma legendaria (y II).

Julio despertó cuando quedaba poco para la hora acordada. Se levantó y salió. Sviatlana salió justo en ese momento de su tienda.
—Bueno, pues ya toca—dijo, segura de sí misma.
Julio se limitó a calentar un cazo de agua. Todos fueron saliendo. Mientras se preparaba el café, Sviatlana tomó la palabra.
—Bueno, pues ha llegado el momento. Si alguno se siente cansado o intimidado, que lo diga ahora.
—Déjate de discursos de tipos duros, aquí sabemos a qué hemos venido—dijo Yekaterina.
—Estoy de acuerdo—dijo Akakios—Lo suyo es pensar un plan—miró a las ruinas—Es posible que haya una guardia, aunque la verdad es que tendrían lo justo para sobrevivir.
Sviatlana los distribuyó, para que todos fueran vigilando algún punto desde el que pudiera venir algún ataque. No obstante, una vez dentro, no pareció necesario.
El edificio principal se había derrumbado, sólo subsistían el pórtico y algún pasillo suelto. Todo lo demás, en el mejor de los casos, llegaba a la altura de un metro.
—Supongo que, dada la orografía, no lo derrumbó un temblor de tierra—comentó Farid.
—No, tiene toda la pinta de ser cosa de las inclemencias del tiempo—comentó John—Esta región debía de ser más fértil y más lluviosa en otra época. Supongo que, mientras llovía, se aceleró la erosión. El pórtico está en un área a refugio del viento y por eso se ha sostenido mejor, aparte de que parece obvio que está hecho de un material más resistente.
Julio se fijó en que una construcción, algo lejos, estaba en pie. Le pareció que había una columna en forma de guardia. De pronto, se movió.
—¡Un guardia!—gritó y todos miraron en su dirección.
John miraba con atención.
—Me ha dado la impresión de que llevaba una especie de cota y un escudo como de cruzado—explicó Julio.
—Pues, chico, buen vistazo—dijo Akakios.
—Es la única parte donde se puede esconder alguien, desde luego—dijo Sachiko.
John se volvió y asintió.
—Pues allá vamos—decidió Sviatlana.
Sin perder la formación, allá se acercaron. Se percataron de que esa parte estaba bien mantenida.
—¿Qué creéis?—preguntó Ji-young—No parece particularmente bien protegida.
Cuando estuvieron cerca, percibieron que el perímetro inmediato estaba limpio de cascotes o ruina. En particular, la entrada tenía un área bastante amplia por delante.
—Mi hipótesis es que quizás esta fuera una especie de construcción dentro del edificio principal, por lo que estaba protegido. Como además su tejado está inclinado, favoreció que no se acumularan restos de cuando se fuera cayendo el techo—dijo Luisiña.
—Y que además lo ha cuidado alguien—dijo Peter—Al menos, mientras se caía todo lo demás.
Sviatlana y John examinaron el suelo.
—Pero esto es reciente—dijo John.
—Y además, huele a comida preparada—dijo Sviatlana.
Todos esperaron su decisión. Finalmente, se volvió.
—Poneos los equipos de protección.
Se pusieron unos cascos semejantes a los usados por motoristas y se pusieron, a pesar de que subiría la temperatura, unos trajes de kevlar.
—Vamos a rodear el sitio. La mitad conmigo, la otra con John.
—Se dice «una mitad»—dijo Yekaterina.
—Bueno, ¡se ha entendido!
A Julio le tocó con Peter, Sachiko, Yekaterina, Luisiña y John. Avanzaron con precaución, sin dejar de observar el edificio.
—Parece que hay ventanas—dijo Luisiña, pero de pronto calló.
Se volvió para hablar con Julio mientras señalaba algo.
—¿No será ese el tío que has visto?
Julio se asomó con exageradas precauciones. Era en efecto la apariencia de la persona que acababa de ver, aunque estaba tan quieto como una estatua.
—Sí… ¿Será una estatua y habré visto un reflejo?
Todos miraban cuando la figura se giró y caminó con calma hasta ocultarse.
—Me pregunto qué comerá—comentó Peter.
Se encontraron con la mitad que fuera con Sviatlana. Su descripción del edificio era similar, pero no habían a visto a nadie.
—¿Cuánto crees que mide?
—Cerca de un metro ochenta, pero ya sabes: a lo mejor lleva suelas gruesas—indicó John.
La otra punta del edificio también tenía una puerta, pero estaba cerrada.
—Puede ser signo de que sean pocos los guardias—dijo Sviatlana—Quiero decir, dos o tres. Podría haber hasta seis guardias si son frugales.
—Me sorprende que, por pocos que sean, no hayan ido a por agua—dijo Akakios.
—Bueno, pues nada. Ji-young, prepárate.
Ella asintió y sacó su arco. Julio había aprendido a apreciar el uso de armas a distancia desde que, con su padre, vio alguna que otra película del oeste. Desde que empezó a trabajar con ese grupo, sin embargo, dejó de creer en algunos convenios.
«—No, es imposible eso de acertar con una pistola a tanta distancia como se ve en algunas de esas películas. Créeme que ya lo siento, pero esas escenas tan épicas de la Trilogía del Dólar no son posibles».
Un arco no era perfecto y de hecho pierde contra cualquier arma de fuego de gran rango, pero tenía ventajas: la primera era que no hacía tanto ruido, la segunda que no dejaba olor a pólvora y la tercera que pesaba menos. Y Ji-young era una excelente arquera.
Otra cosa que había aprendido en ese grupo era que el tiro con arco era una de las pocas especialidades olímpicas en que las puntuaciones entre sexos eran bastante similares.
En cualquier caso, y aunque Ji-young también sabía luchar cuerpo a cuerpo, su habilidad con el arco la hacía útil en mundos donde no se conocían las balas. A Sachiko le daba rabia, porque consideraba que le habían arrebatado la posibilidad de arrojar shuríkenes, pero Sviatlana le dijo que eso lo mejor lo dejara para la distancia a la que se puede usar un revólver. Al fin y al cabo era la mejor en esa categoría.
Primero fueron Sviatlana y John, con sendos machetes. Después, Sachiko, Akakios y Farid. En tercera fila, Ji-young escoltada por Peter y Luisiña. Anush, Kafika, Yekaterina y Julio eran los últimos, porque en esa situación era imposible un ataque por la espalda.
Sviatlana entró de un salto la primera y luego John hizo lo mismo, cambiándose de lados. Ji-young avanzó sin dejar de observar la puerta, mientras Peter y Luisiña vigilaban si alguien aparecía por cualquiera de las esquinas. Yekaterina y Julio los ayudaban un poco, mirando alrededor. Anush y Kafika miraban a su espalda, como si fueran demasiado tímidas para mirar al frente.
Akakios y Farid hicieron guardia, dejando entrar a Sachiko y Ji-young. Ellos entraron y sus puestos los tomaron Peter y Luisiña, quienes indicaron a la retaguardia que pasara.
El interior del edificio estaba sorprendentemente bien iluminado. Era el mismo tipo de cristal que había en las ruinas del portal de entrada, sólo que aquí era con luz del sol y lograba que tuviera mayor efecto.
—Esta luz no calienta—observó Julio—Es maravilloso, este sitio de seguro que no se calienta como afuera.
—Lo mejor es que está refrigerado—dijo John poniendo la oreja en las paredes y señalando—Pasa agua del pozo. No es que este se esté secando, es que allí llega la que no aprovechan.
Entraron por fin todos y, en efecto, hacía más frío que afuera. Lo más probable era que, cuando el sol cayera desde el cénit, el edificio nunca superara 25 grados de temperatura.
—Esta es una despensa—dijo Sachiko—Bien provista.
—Y este es un baño—dijo Luisiña, quien miró a una esquina—Debe de haber mujeres en esta guardia.
Algunos la miraron, interrogantes.
—Tienen una papelera y otro recolector. Supongo que para productos para la higiene femenina. No tienen grifo, pero sí una suerte de fuente.
Ji-young siseó hacia Sviatlana, solicitando continuar. Adoptaron la anterior formación, con los necesarios cambios para un entorno cerrado, y después de andar por unos pasillos, salieron a una sala que, sin ningún mueble, era muy espaciosa. Estaba rodeada por unas gradas. Allí, en el centro, los esperaba la figura.
Sviatlana le indicó a Ji-young que siguiera apuntando al individuo, mientras los demás exploraron los alrededores.
—Forasteros, venidos de tan lejos, os aseguro que estoy sin compañía—dijo la figura.
Su voz estaba distorsionada y no supieron si era hombre o mujer. Tampoco su especie de coraza, de un material que parecía de cuero, dejaba adivinar su físico. Aunque entendieron su indicación, acabaron lo que empezaron y se volvieron.
—¡Buenos días!—dijo Sviatlana—Sviatlana me llamo.
—Igualmente—dijo la figura—Soy miembro de la guardia que protege el tesoro de este emplazamiento, que antes los habitantes de un poderoso imperio tenían por sagrado.
—¿Es un tipo de deber familiar?—preguntó Sviatlana.
—No, señora, me presenté voluntariamente.
—Dime, ¿es forzoso que debas referirte a tu persona de modo ambiguo?
—Es una costumbre, aunque nadie me censuraría si hiciera de otra manera.
—Bueno, pues sea. Te figurarás que venimos atraídos por la fama del tesoro.
—Lo sé. Nadie llega a estos parajes por azar. No obstante, si bien es un testimonio a vuestra discreción que hayáis sabido adónde partir y una prueba de constancia e ingenio que hayáis llegado, no es suficiente para reclamar ese tesoro.
—El arma legendaria—dijo John, adelantándose.
—¿Ahora lo llaman así?—dijo la figura, entre divertida e interrogativa—Bien, sea esa la denominación que usemos, pues.
Sviatlana le indicó a Ji-young que podía bajar el arco. Volvió a tomar la palabra.
—Bien, ¿qué necesitamos? Y, ante todo, ¿dónde está?
La figura lanzó una risita. A ninguno le hizo gracia, porque todos percibieron un eco de espontaneidad. La figura, al reír, giró ligeramente la cabeza. Yekaterina, que era la más cercana a la zona de la grada adonde la había doblado, se aproximó y empezó a mirar con mayor atención. Calló una exclamación.
—¡Gente! ¡No me había fijado, pero la pared de la grada es una armería camuflada!
Se asombraron y todos acudieron, ignorando a la figura, que los dejó acercarse los primeros. Era cierto. Un efecto óptico ocultaba una galería detrás de la grada, con lo que parecía ser un alto número de armas.
—¡Caray! Está ahí para quien sepa ver—dijo Peter, aguzando la vista.
—Así es—dijo la figura.
—¿Es acaso tu papel juzgarnos e indicarnos cuál sería el arma que buscamos?—dijo Ji-young.
La figura dejó escapar un murmullo, como considerando la respuesta.
—Me da que es uno de esos casos en que primero debes visualizar el propio enigma, como en ciertos puzles—dijo Julio.
—Ese comentario tiene mucha enjundia, joven—dijo la figura, con un tono que indicó respeto en el timbre.
Sviatlana alumbró la galería con una linterna. Se adentró y observó las armas. Todas ellas parecían realmente buenas. Cogió una, vigilando si la figura se ponía en su camino. Era una espada semejante a una bastarda, de peso bien equilibrado y que haría las delicias del mayor invocador de Crom.
«Una buena espada, pero, ¿una legendaria?»
No podía saberlo sólo viéndola. Salió.
—Buena panoplia tienes ahí, guardia.
—No lo puedo negar.
—Bueno, pues, ¿qué decís?—consultó a su grupo.
Ninguno habló por un momento. Sachiko, por fin, tomó la palabra.
—Luchemos—se volvió a la figura—Hagamos un amistoso, sin matarnos. Es estúpido matar a quien no nos ha hecho daño por un arma que no es nuestra en primer lugar.
La figura rió.
—Bien. ¿Cuáles son tus condiciones?
Sachiko sacó una hoz encadenada, «kusarigama».
—¿Te parece bien? No tiene filo—pasó la mano por la hoz—y la maza no hace tanto daño, pesa poco. Es un arma de entrenamiento, como las espadas de madera.
¿Y por qué no?repuso la figuraSi no me pareciera bien luchar contra extraños, ¡mala guardia sería! Déjame escoger un arma, ya que me haces la cortesía, pues escogeré yo otra cuyos golpes tampoco sean letales.
Se internó en el pasillo. Akakios le prestó atención por si hacía un gesto que revelara pistas. Sviatlana se mesó la barbilla y se fijó en Sachiko.
Que conste que no creo que hayas tenido una mala ideale dijo—, pero quizás su risa indique que el combate deba ser más arriesgado.
Sviatlana, dejando a un lado que me parecería mal matar a un desconocido que nos ha recibido tan bienhabló Anush—, no es el tipo de enigma que se pueda resolver sólo con violencia.
Lleva razóndijo Peter, mirando al pasilloAquí hay una cantidad de armas impresionante. ¿Quieres llevártelas todas y probar una tras otra?
Sachiko nada dijo, pues se estaba concentrando. Yekaterina se acercó a Julio y le susurró al oído:
¿Qué crees?
Ahora mismo nada interesanterespondió él, claramente.
Entonces, apareció la figura. El arma elegida era...
¿UN GUANTELETE CON PUNTA?gritó Sviatlana, asombrada¡Esas mierdas tuvieron poco recorrido!
Debe de ser una táctica para enervar a Sachikocomentó Luisiña.
No le va a servirdijo Farid.
Sachiko no dijo nada. Se adelantó y se puso en guardia. La hoz encadenada era de las pocas armas atribuidas tradicionalmente a los ninjas que realmente era útil en un duelo. Podía hacer frente a un espadachín por su buen buen alcance.
El primero que alcance al rival dos de tres veces en zonas letales, ¿de acuerdo?propuso ella.
Searespondió la figura¿Cómo contabilizamos los empates?
Como que no gana nadie.
Sachiko se ajustó el casco. Se pusieron en guardia. Los demás los rodearon para no perderse ningún ángulo del combate, por lo que Yekaterina se apartó de Julio, quien se levantó y prestó gran atención. Sachiko agarraba con la derecha la hoz. Movió la maza con un giro rápido mientras se adelantaba, lo que hizo que su rival adelantara la derecha, pero resultó ser un amago y lanzó la hoz hacia el abdomen. Falló y su rival dio un salto hacia delante, pero ella lanzó la maza mientras hacía venir la hoz. La figura no carecía tampoco de buenos de reflejos, y fue capaz de rechazar la maza de un manotazo. Sachiko ya saltaba hacia delante, dispuesta a agarrar la hoz y atacar aprovechando su mayor rango.
De pronto, la figura dirigió la punta de su guantelete hacia ella y este se disparó. Sachiko, por puro acto reflejo, no se adelantó, pero llevaba demasiado impulso como para maniobrar y la figura aprovechó su inercia para atacarla en el abdomen.
Se separaron. Sachiko masculló en japonés.
¡Alcanzada!dijo, al fin, y se dirigió a la figura¿Qué tipo de arma es esa?
Un guantelete con dardos disparablesdijo la figura.
Nadie quiso discutir el resultado, aunque les diera rabia. Kafika apartó el dardo disparado, que había caído cerca de donde estaba.
No importa, ya ha revelado el secretodijo Ji-young.
Sviatlana se quedó seria.
No pierdas de vista el otro guantelete, Sachikoaconsejó al fin.
Sachiko y la figura se pusieron en guardia. Enseguida, Sachiko lanzó un estridente grito y, dando un salto, golpeó con la hoz a la figura, que se defendió como pudo. Alternó ataques con la maza y la hoz, obligando a la figura a retroceder hasta las gradas. Una vez allí la alcanzó en el hombro con la hoz y le arrojó la maza a la cabeza, que la golpeó.
Bueno, pues nada. Último asaltodijo la figura.
Volvieron al centro de la sala y Sachiko atrapó casi inmediatamente un pie con el cabo de la maza. Se lanzó dispuesta a acuchillarla, pero entonces el tipo la señaló con el guantelete que aún llevaba una punta. Akakios, que observaba desde cierto ángulo, notó un minúsculo arcoíris.
¡...CUIDADO!gritó con un pequeño retraso porque había pensado en griego.
Llegó tarde: Sachiko se llevó las manos a la cabeza. La figura se abalanzó sobre ella y la atacó como antes.
—...Tocadadijo John, impertérrito¿Estás bien?
Sachiko se frotó los ojos.
—...Sólo era agua. ¿Qué tipo de arma es esa?
La figura levantó los brazos con un gesto de obviedad.
Un guantelete capaz de lanzar un chorrito de agua. Ya te figuras cuál era la idea, presumo, pareces lista.
¿Es el mismo arma? Quiero decir…
la interrumpió la figuraEs el mismo par. ¿Te extraña? Tu arma se basa en el mismo principio: un par basado en dos armas a priori distintas.
Sachiko suspiró.
Es mi derrota. Te agradezco que me hayas dado esta valiosa lección.
Se marchó a las gradas. Julio la miró y, cuando sus miradas se cruzaron, ella caminó hacia él.
Has combatido estupendamente, no lo dudesdijo Julio.
Me he dejado engañardijo SachikoHe usado un arma que, aunque rara, tiene un funcionamiento obvio.
Tampoco te machaquesdijo Sviatlana, acercándoseAl menos ya sabemos cómo se mueve.
También tengo algo de culpadijo AkakiosPodría haber gritado...
Pasemos al siguientedijo Sviatlana, interrogando a Akakios y a Julio, pero ellos se negaron.
Se giró para ver si alguien se atrevía. John se adelantó.
Yo mismo iréle hizo una señal a Farid, y este se dirigió a una de las mochilas.
Revolvió en su interior y sacó un machete bastante grande y curvo.
¿Es un kukri?preguntó Julio.
Ya vas aprendiendo, tiene algo de kukri. Pero…
Se lo entregó. Julio estuvo a punto de dejarlo caer. Tuvo la clara impresión de que el arma tenía una distribución de masas un tanto singular.
¿Seguro que es una buena idea?le preguntó, temiendo que la figura se hubiera dado cuenta.
Segurorespondió JohnA este rival no basta con la habilidad para vencerlo, es necesaria la sorpresa.
Se dirigió a Sachiko.
Me has dado una buena pista, puedes estar contenta.
Se volvió hacia la figura.
Ahora seré yo tu rival. Si no te importa, que sea más peligroso, pero por lo demás podemos seguir las reglas que estableciera mi compañera.
¡Cuánto os gustan los duelos personales! Siendo más, bien podríais reducirme.
No sería justo...dijo Anush.
¿No lo sería?
A Anush se le ocurrió la idea de pronto.
¿Podrías indicarnos, si te lo pidiéramos entre todos, cuál es el arma legendaria?
Lo siento, pero no es parte de mis funcionesse dirigió a JohnEspera, cambiaré de arma si no te importa.
Como antes, tardó un rato y volvió con lo que parecía una canasta de baloncesto de radio enorme.
Un atrapahombresdijo John, sapiencialEn fin, ¡como quieras!
¿Es eso un arma de verdad?preguntó Julio.
Sachiko se encogió de hombros.
No es una que conozca...

La pelea se desarrolló más lentamente que la anterior, pero de un modo similar, sólo que John se llevó el primer asalto y aún se disputaba el segundo. Yekaterina llevaba un buen rato callada. Había observado el combate anterior y elogió en su interior a Sachiko por su gracilidad y fuerza.
«Pero tengo esta sensación de que ha hecho lo que su rival ha querido. Ha sido como un baile».
Yekaterina vivió su breve momento de gloria hasta que la situación política de Ucrania la alejó de los escenarios. Como rusaparlante en Ucrania podía irle mal, pero tampoco le agradaba la perspectiva de ser ucraniana en Rusia o Polonia. Estaba pensando seriamente en emigrar a Alemania cuando se reencontró con Sviatlana y Anush, casi dos décadas después de conocerlas de niña en un evento de los pueblos de la Unión Soviética, quienes la invitaron al grupo. Decidió aceptar porque, al fin y al cabo, así podría acabar emigrando y ser espía combinaba la interpretación y la aventura.
No obstante, no había pensado en la otra habilidad que le daba al grupo: reconocer cuándo el enemigo estaba haciendo una interpretación.
«Y una digna de los mejores espectáculos: con participación del propio espectador, quien no se da cuenta además».
Yekaterina sabía que los orígenes de la danza y del teatro estaban en los rituales chamánicos. Había leído parte de la literatura americana empeñada en situar en aquellos artistas una supuesta pureza perdida, y la encontró tan divertida como ilusa. La verdad era que Yekaterina tenía una mente brillante. En el instituto le dijeron que era superdotada, aunque a ella no le importó mucho porque apenas si superaba la puntuación necesaria. Había estudiado física y tecnología mientras practicaba la danza, aunque dejó la carrera cuando empezó a salir en los escenarios en buenos papeles. Consideraba, pues, que los rituales como una forma de cohesión del grupo y de afirmación de las creencias implicaban que en cualquier actividad humana hay un fuerte componente de autosugestión.
«¿Será ahora?», pensó cuando vio que John se adelantaba.
En efecto, la figura hizo un movimiento que aprovechaba un momento de ceguera, pero John era hábil y después de lo ocurrido a Sachiko estaba en guardia. La verdad es que era un buen luchador, pero su rival era, sin duda alguna, muy resistente.
«Lucha sin agobios. Como si no fuera a perder sino un combate en lugar de algo importante… Ha dicho que es la guardia de un tesoro, pero al oír que venimos en busca del arma legendaria, no ha reconocido este nombre. ¿Qué guarda, pues?»
John y la figura daban muestras de cansancio.
«A lo mejor es otra táctica de ese individuo. Es admirable que siga luchando, aunque seguro que Sachiko podría haber seguido. En realidad, ya somos fuertes, ¿a qué venimos?»
De pronto, lo vio claro.
«Ya sé cuál es el tesoro. Ya sé cuál es el arma que he venido a buscar».
Decidida, se levantó y entró en el escenario de lucha. Akakios se giró, un poco extrañado, y desistió de avisarla cuando vio la decisión en su rostro.
¡Alto!gritó y ambos contendientes se detuvieron.
John parpadeó, un tanto asombrado. Dado su estoicismo, debía de estar realmente sorprendido. La figura quedó inmóvil en una postura forzada, así que también debía estarlo.
Esta lucha ya no tiene sentido. El arma legendaria… no existe.
La figura se relajó, al contrario que los demás. No obstante, esperó a que se explicara.
Vinimos aquí, guiados por los rumores de la gente. Estos sólo coincidían en la idea de que había un arma fabulosa. La quisimos para nosotros, para ser más fuertes, pero no existe la fuerza sin la habilidad. Hemos cruzado un desierto que se tenía por imposible cruzar, hemos descubierto un sitio medio olvidado y estamos luchando contra alguien perfectamente entrenado en igualdad de condiciones. No necesitamos esa arma, aparte de que aquí la guardia no ha reconocido ese nombre.
Todos miraron a la figura, quien se relajó.
Es curioso, pero a la vez llevas razón y te equivocas. No existe vuestra arma legendaria, en efecto. Sin embargo, todas las armas que veis en ese pasillo, como esta que ahora porto, son réplicas de otras que fueron llamadas heroicas porque fueron blandidas por valientes, de ambos sexos, de cualquier edad, de diversos orígenes, en la inacabable lucha contra la sinrazón y la crueldad. Seguramente fueron material de leyendas.
Es decir, todas son legendariasdijo Sviatlana¿Es ese el tesoro que guardas?
No, como te digo, son réplicas. Algunas, por cierto, en un estado mejorable, tendremos que cambiarlas. Podríamos reemplazarlas, en cualquier caso. El tesoro es simplemente la idea de que el hombre puede ser fuerte y justo, aunque sólo lo sea un momento de su vida, y hacer que dure la paz sólo un poco más.
Todos se miraron. Pensaron en cuánto habían recorrido para llegar allí y las dificultades del camino, así como el hecho de descubrir que había algo real detrás de la leyenda. En realidad, no les hacía falta ningún arma, por sí mismos podían recibir el título de «legendarios» sin discusión. Se sentaron en las gradas y con una sonrisa miraron a la figura.
Cuéntanos, si no te está prohibido, ¿quién eres y por qué haces guardia?
Me place. Primero, dejadme quitarme esta armadura y traer algún refrigerio, todos estamos cansados. Ya puestos, me gustaría saber qué dicen los rumores actuales. Cuando vine yo, era un supuesto arte marcial poco menos que divino lo que buscabadijo, riendo.
Y tras hacerlo, les contó. Ellos, admirados de tal valiente, se unieron a la guardia y en otras ocasiones lucharon o aconsejaron a algún bravo aventurero, amén de defender esa frontera contra la sinrazón, a veces procedente del propio país. Y ganaron tanta fama, que ellos mismos fueron material de leyenda y se mitificaron sus armas, que descansaron junto a sus cuerpos después del último tránsito.
Muchos años después, unos aventureros, en una situación de ruina moral y social, hollaron sus sepulcros, pues les contaron que aquellas armas que blandieran eran legendarias y consideraron usarlas contra el motivo de su dificultad.
¡Qué necios somos!dijo una muchacha, al encontrarlas¡Mirad el arma legendaria!
Era quizás una espada, corroída por los años y con marcas de golpe en las zonas mejor conservadas. Rieron al comprender que el arma fue como tantas y, animados, se armaron como pudieron y lucharon contra los ruines. Ganarían fama, pero esa ya es otra leyenda.

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