miércoles, 29 de diciembre de 2021

El guardián del arma legendaria (I).

Doce figuras caminaban por una llanura de superficie ondulada. Algunas de las figuras daban muestras de cansancio mientras procuraban no perder el equilibrio en la irregular superficie. Al final de la hilera que formaban, la última figura se detuvo y se apoyó en las rodillas. Llevaba encima una carga notoria.
—Ya queda poco, Julio—dijo una figura algo más adelante, enorme y con una grave voz.
—Me quedaría menos... si no tuviera que llevar... todo esto que me habéis dado—dijo el tal Julio, con voz asfixiada.
—De algún modo tendrás que adquirir resistencia—dijo otra figura, más alta que Julio pero con voz aguda.
—¡Pues a Yekaterina no le habéis puesto tanta carga!—dijo de pronto, inspirando a continuación con fuerza.
—Eso crees tú, pero le hemos dado el equipaje más delicado y lo lleva en brazos—respondió la misma mujer.
—Tengo los brazos molidos—dijo una pequeña figura, que se dio la vuelta.
Como todos llevaban pasamontañas, Julio sólo vio unos ojos de un azul profundo, que le recordaban al mar un día de calor.
—No pasa nada—dijo otra voz, alegre y risueña—Mirad, ya estamos acercándonos a la colina. Debería estar detrás.
Yekaterina volvió a caminar. Julio hizo un pequeño esfuerzo y miró. En efecto, una colina se destacaba y estaría a medio kilómetro de distancia. Al principio, pensó que el hecho de que hubiera estado mirando hacia abajo, sólo atento a las ondulaciones más inmediatas, fue lo que le impidió darse cuenta de que ya estaban cerca. No obstante, una extraña voz lo invitó a desechar esa idea.
«Este paisaje es imposible», consideró, apartándose el sudor, ya que no podía secárselo por tener la manga, como la camiseta que llevaba, empapada de sudor, «Todos sabemos, o sospechamos al menos, que esto no es sino un viaje simbólico, y si nos figuramos que estamos caminando es porque la mente humana no funciona de otro modo».
La verdad es que estaba cerca de sufrir delirios. La caminata duró todavía unos diez minutos y justo cuando llegaron a la colina, Julio oyó decir a Ji-young.
—¡Mira tú! Podemos apoyarnos en el nivel más bajo de la colina para rodearla.
Cuando Julio al fin llegó, no pudo evitar quedarse apoyado durante al menos quince segundos. Aún llevaba encima una carga bastante pesada, pero era tal el alivio que no pudo pensar en nada.
Cuando por fin reemprendió el camino, se dio cuenta de que Sachiko estaba esperándolo.
—¿Estás bien?
—Sí… Estaré mejor…
—Claro. Con franqueza, me parece que os ha puesto demasiada carga a los dos. Sviatlana se pasa a veces, ¿eh? Y no soy la única, a Akakios le preocupaba que te diera un síncope.
Julio sólo jadeaba, inspirando y respirando por la boca.
—Ten cuidado, no sea que te entre polvo por la garganta—le dijo Sachiko, instructiva.
Volvió a inspirar por la nariz. Mirándola, le dijo:
—¿Te molesta tener el pelo dentro del pasamontañas?
—No especialmente. Además, la parte inferior de la melena la tengo metida en la camiseta. ¿Te gustaría verlo?—dijo ella, con un tono sensual.
—Bueno… No es el momento…
—¡Mira que eres tímido! ¿O es que te da cosa que cotilleen? No me importa. ¿O te da miedo estar con una mujer que está en una posición algo más elevada que la tuya?
Julio no respondió durante un momento. Los ojillos negros reclamaban su atención.
—No…—inspiró fuerte por la nariz y habló de un tirón—hay nada malo en ti…
—Pues ya sabes, aquí estoy—le dijo ella con simpatía—¡Ah, mira! Ya estamos.
Julio vio que todos se habían refugiado detrás de la colina, donde estaba oscuro. Más allá, realmente no muy lejos, había unas ruinas. Como contaban los rumores, su disposición revelaba que eran los restos de alguna hacienda, aunque diferían en su función exacta.
—Bueno, pues has podido con todo—dijo Sviatlana, quien tenía ojos celestes, fríos—Creía que te ibas a venir abajo hacia el último cuarto del viaje.
—¡Qué mala leche!—dijo una figura un poco más pequeña que ella, con una voz compasiva—Chica, deberías haberle dado lo que hubiera podido cargar.
—Estoy de acuerdo—dijo otra figura, más atrás—Dicho eso, vamos a pasar la noche aquí, ya que todos necesitamos descansar. Sugiero que Yekaterina y Julio se libren de montar las tiendas.
—Vale, John—dijo Sviatlana—Admito que se lo han merecido.
Akakios le indicó a Julio que se acercara. Se quiso quitar la mochila de encima, pero se lo impidió.
—Déjalo, ya la cojo yo mismo—hizo un esfuerzo al cogerla.
—Y yo contigo, Yekaterina—dijo quien había criticado a Sviatlana.
—Gracias, Anush—respondió ella.
Libres al fin, se frotaban los miembros con agujetas. Los demás vaciaban sus respectivas bolsas.
—Sí que se ha pasado un pelín, sí—dijo Ji-young, probando a cargar la bolsa de Yekaterina ella sola.
—Sé que hay que entrenar, pero esto es pasarse—dijo Akakios.
Julio y Yekaterina se apoyaron en la colina.
—Perdona lo que he dicho—dijo Julio.
—No te preocupes. Tampoco sabía yo que te hubiera dado tanta carga. Aunque me lo he figurado al no verte delante de mí.
—Estoy molido.
Yekaterina asintió. Mientras, montaron las tiendas con rapidez.
—Et voilà!—anunció una chica de voz alegre con acento brasileño.
—Parece que el acento materno es el que se usa con expresiones extranjeras de uso común, Luisiña—dijo Sachiko.
Mientras, otra figura comprobaba con un aparato la última zona. Volvió y anunció:
—Este sitio es un refugio contra el viento y no hay trazas de polvo en el aire. Podemos quitarnos los pasamontañas.
—Gracias, Kafika—dijo Sviatlana—Pues nada, por fin tendremos la cara al fresco.
Se los fueron quitando. Cansados como estaban, Julio y Yekaterina fueron los últimos. Ella dejó que el pelo rubio cayera sobre sus hombros, después de desatarse el moño en que lo había anudado. Él no tenía que preocuparse respecto a eso, pero disfrutó con la sensación del aire refrescando su rostro.
—¡Eh!—anunció Farid, un hombre negro y poco más alto que Sviatlana—Aquí hay una fuente.
Kafika fue allí a realizar las pertinentes comprobaciones de potabilidad del agua.
«Espero que sea potable. Como sea fresca, soy capaz de beberla de todos modos», pensó Julio.
—Ya de paso, podrías comprobar si, aunque no sea potable, es apta para bañarse—dijo Sviatlana—Nos hace falta cambiarnos de muda.
—Precisamente te iba a preguntar dónde ponemos el cagadero...—preguntó el hombre compasivo, un pelirrojo llamado Peter.
—¡Es potable!—anunció Kafika.
—Pues detrás—indicó Sviatlana—Y preferiría que lo llamaras «letrina».
Anush apiló troncos en el centro entre las tiendas de campaña.
—¡Menos mal que has insistido en traer troncos!—le dijo a Sviatlana—Aunque la próxima vez, mejor repartidos, que pesan menos que el instrumental.
Yekaterina se frotó los brazos, suspirando.
—Bueno, podemos sentarnos—anunció Ji-young.
Todos se acercaron. Julio y Yekaterina casi se dejaron caer desde donde habían estado sentados.
—Bien, repasemos lo que sabemos—dijo Sviatlana.
Le hizo un gesto con la cabeza a Peter.
—Como ya os he dicho, hace cosa de semana y media entré a esa taberna intentando encontrar al tipo que robó el pendiente de la baronesa, cuando oí a dos parroquianos disputar acerca de un arma muy poderosa.
«—¡Te digo que ese arma es incluso más poderosa que los propios dioses!—dijo uno.
—¡Blasfemo!—gritó el otro.
—¿Os importa contarme qué es eso del arma?—les pregunté—Os invito a una ronda».
Peter calló un momento.
—Básicamente, la historia sobre la que discutían era que en otros tiempos aquí se levantó un puesto de guardia prácticamente fabuloso, destinado a guardar las fronteras del reino del ataque los bárbaros. Según ellos, quedaron aquí los restos de un arma poderosa en extremo.
«Una historia que es igual a miles», pensó Julio, «Pero bueno, a nosotros no nos importa para curiosear...»
Sviatlana asintió.
—Y, curiosamente, Luisiña oiría más tarde una historia similar.
—Sí, pero lo mío es menos espectacular. Simplemente estaba buscando el objeto que nos encargó ese tipo raro que nos encontramos en la capital de norte y unas mujeres estaban contando la historia de un supuesto priorato, cuyos monjas velaban por la paz y, para casos excepcionales, tenían un arma poderosísima.
—Espera—preguntó Ji-young—¿Priorato o abadía? Porque la otra vez dijiste que era una abadía...
—Hay versiones distintas—dijo Luisiña—Una vecina me aseguró que era una abadía.
—A mí particularmente me da lo mismo—dijo Sviatlana—Aparte de que, según Peter, habría sido una fortaleza. Lo que importa es que podemos ver que aquí hubo un edificio de cierta importancia. Esta fuente, por ejemplo, les daría agua, pero con el tiempo se fue secando y sólo basta para un pequeño grupo como el nuestro.
«¡Qué suerte!», pensó Julio.
—Eso sí, algunas de las historias narran que habría un guardián...—dijo Akakios, mirando hacia las ruinas—¿Crees que será un sistema de seguridad?
—A lo mejor hay alguien—sugirió Sachiko.
—¿Y qué comería? ¿Y por qué no ha salido aún?
—Tendrá reservas. Y, como guardián, se limita a vigilar, no a espantar a quien se acerque por aquí.
—Vamos, que es funcionario—dijo Julio, y todo el mundo se rió.
Todos miraron hacia las ruinas. Las perspectiva de que alguien pudiera estar observándolos desde allí no los inquietaba, pues el lugar daba más pena que miedo. No obstante, era verosímil.
—De momento, comamos y descansemos—decidió Sviatlana.
John sacó las reservas. Julio no dejaba de ilusionarse por el hecho de estar consumiendo el mismo tipo de alimento que llevara Amundsen, el conquistador del Polo Sur, como suministros de viaje.
—Es el alimento de los aventureros—decía en voz baja y en español.
—¿Decías?—le preguntó Sachiko, al lado, en inglés.
—Cosas mías.
La comida duró poco, pues al fin y al cabo no podían permitirse darse festines. Al acabar, Anush dispuso los turnos.
—Primero nos lavamos nosotras y luego vosotros. ¿Vale?
—Y por orden alfabético.
—Lo que te pone a ti la primera, ¡graciosa!—dijo Ji-young y todos rieron.
—¡A mí no me mires!—dijo Anush—No tengo la culpa de que la «a» sea la primera letra del alfabeto latino y de apellidarme Atchabahian. Apellido en parte turco, porque...
—Tampoco te he pedido que me cuentes tu genealogía—respondió Ji-young, y le dijo—Lávate ya, anda, que tengo ganas de quitarme todo este sudor de encima.
Julio pasó el rato jugando con Luisiña al tres en raya, que escribían sobre el suelo.
—¡Maldita sea!—gritó ella, molesta—¡Nunca te pillo!
—Hace bastantes años que se creó el algoritmo del tres en raya—dijo él, tranquilo.
Sviatlana los observaba mientras jugaban.
—En rigor, es un juego con pocas opciones—dijo ella—Por eso me gusta el ajedrez.
—El shogi es más complejo—dijo Sachiko.
—Pues ya sabes, enséñame las reglas y jugamos algún día, a ver si es tan complejo como dices.
—Tampoco es tan difícil—le dijo Julio a Luisiña—Es que te dejas llevar, este juego es simplón. ¿Cambiamos a otro?
—Déjalo, parece que no voy a tardar para ducharme—dijo Luisiña, viendo que Anush ya había acabado.
—Total, no va a ser sino después de mí—dijo Ji-young.
—No, yo voy antes.
Ji-young puso cara de contrariedad.
—Que yo sepa, eras «Pineira». O como se pronuncie.
—Pinheira Giraldo. Mi apellido paterno es el segundo, y empieza por G. Aunque, si empezara por J, te quedarías igual.
—¡Entonces soy la tercera empezando por detrás!—dijo Ji-young, fastidiada—Porque Yekaterina es “Lysenko”, ¿no?
—Sí. “Petrovna” es mi patronímico.
—¡Malditos sistemas de apellidos!—dijo Ji-young.
Se levantó Luisiña al llegar Anush.
—Te he dejado allí las cosas.
Luisiña hizo un gesto con la cabeza. Ji-young miró con extrañeza a Sviatlana.
—Zhdanóvich—dijo Sviatlana, exagerando el sonido sordo inicial—Con Z. Eres la que va en medio, así que no te quejes tanto.
Ji-young se dio una palmada en la frente.
—Y que conste que mi patronímico empieza por S, así que no hago trampa, ¿vale?—dijo la larguirucha.
Julio borró la última partida de tres en raya.
—Le dais una importancia inusitada al apellido paterno—dijo de pronto.
Peter, que había estado asegurando los confines con Akakios, se sentó a su lado.
—En España es un poco como en Irlanda, ¿no?—le preguntó—Te refieres a alguien por su nombre y apellido en todas las circunstancias.
—Más bien por el nombre de pila. Somos muy informales. Sí que es verdad que hay una tendencia de llamar a alguien célebre como dices, o por ambos apellidos si el del padre es demasiado común. Sólo nos referimos por el apellido cuando hablamos de alguien célebre.
Julio no pudo evitar mirar hacia las ruinas. No veía luces.
—Si hay alguien, debe de ser la persona más silenciosa de la historia—dijo.
—No te creas—comentó Peter—Los francotiradores son conocidos por esperar durante horas en un mismo lugar sin dar señales de vida.
—Pero este tipo—dijo Julio—se va a quedar anquilosado si sigue así.
—Quizás esté andando de una pared a otra—intervino Sviatlana—Mi padre lo hacía cuando estaba de guardia en puestos donde apenas cabíamos los dos y yo no tenía ni nueve años.
Julio miró las ruinas un rato más. Después charlaron.

La noche había pasado mientras charlaban de asuntos intrascendentes. Sviatlana volvió del aseo con una bolsita.
—Aquí traigo cosas nuestras—dijo—, que no creo que queráis para nada.
Julio la ignoró. Se levantó y, antes de irse, se dirigió a ella.
—Supongo que siguen el jabón y demás.
—Sí, claro.
—¡Qué suerte que la G vaya antes de la M!—dijo Akakios, suspirando.
—Si recuerdo bien, te apellidas Mitroglou, ¿no?
—Sí.
—Pues en griego se escribirá con la letra mu, mientras que mis apellidos se escribirían los dos con gamma, que es la tercera letra. Tendría incluso con mayor preferencia.
Akakios suspiró. Anush se rió por lo bajini. Julio entró en el aseo, apenas cuatro paredes que, junto a lo apartado del lugar, daban una suficiente sensación de intimidad. A lo lejos, ya estaba oscuro y no se veía sino una superficie marrón grisácea, que ganaría en gris conforme el sol fuera bajando.
Bueno, a limpiarse.
Ahora que no estaba charlando, notó el peso de la jornada en sus músculos. Se los frotó con ganas, lanzando profundos suspiros de alivio. Se lavó rápido y se quedó sentado sobre el taburete que habían puesto unos minutos. Finalmente, lavó el asiento, se enjuagó, se secó y se cambió de muda.
Volvió rápido, pero le pareció una eternidad. Tenía sueño y ya caía la noche.
—Si no hay nada más que hacer, me acuesto—anunció.
—Te vas temprano...—dijo Farid, pero no le prestó atención.
—Buenas noches.
Entró en su tienda y llegó hasta su saco de dormir. Era cómodo, pero pensó que tardaría en quedar dormido. Se equivocó.

Despertó con ganas de orinar. Se movió y se sorprendió de que sólo sintiera un ligero dolor en los hombros. Estaba totalmente oscuro, a excepción del fuego.
«¿Qué hora será?», pensó, pero vio que había un reloj indicando las 3:30 de la madrugada. Se fue a dormir hacia las 9, así que aún le quedaban unas buenas horas de sueño.
Salió de la tienda, de pronto oyó un susurro.
—¿Quién va?—era la voz de Anush.
—Julio.
—Haz el favor de poner otro leño.
Julio lo hizo. Se levantó y se fue a la letrina, oyó el agradecimiento que musitó Anush. Al acercarse, se quedó asombrado.
Allá a lo lejos, donde antes sólo viera un terreno gris e indistinto, veía algo parecido una plaza circular, pero con estructuras brillantes.
«¿Cómo?», pensó, y se fijó en la luna. Su luz caía directamente sobre la plaza.
De pronto, algo lo sorprendió por la espalda.
—Me había preocupado cuando supe que ya te habías acostado...—dijo Sachiko, amorosamente—¿Estás descansado, campeón? Ven...
Julio enrojeció inmediatamente. Sachiko le besaba el cuello. Con total cortesía, la apartó.
—Perdona, es que… Bueno, venía por una urgencia.
—¡Aaaah! Vale, te espero—dijo ella.
—Una cosa. ¿Habéis visto antes eso?—le señaló la estructura.
Sachiko ahogó una exclamación de sorpresa.
—¡Anda…!
Dijo algo, pero Julio entró en las letrinas. Una vez acabada su urgencia, salió suspirando de alivio.
—Ya te he dicho que tenía ganas.
Ahora era Sachiko la que estaba concentrada en otros asuntos.
—¿Qué crees que será?—preguntó ella.
—No sé, pero tengo la impresión de que es una especie de plaza para reuniones nocturnas. Fíjate en la luna, sus rayos de luz caen directamente sobre la estructura.
—Estoy de acuerdo en tu observación sobre la luna, porque desde luego nadie ha comentado nada. Ni siquiera Peter, que fue el último.
Se fijó en la luna.
—Seguramente, será visible durante otra hora...—se arrimó a Julio, y volvió con sus caricias—Tenemos tiempo, chavalote—dijo amorosamente.
Julio podía ser muchas cosas, pero no era insensible a una mujer hermosa y cariñosa. Se dejó llevar.

Algo más de un cuarto de hora después, Sachiko y Julio estaban abrazados desnudos en la oscuridad, bajo una manta.
—Lávate tu primero—dijo ella—No creo que nadie haya notado que estamos aquí, pero ya que es tu descubrimiento, coméntaselo a los demás. Diles que estoy en el baño, al fin y al cabo será verdad.
Desnudo y tiritando, Julio se aseó lo imprescindible y se vistió. Se dirigió al campamento corriendo, los hombros aún le punzaban. Allí estaba Sviatlana con cara de sueño, y Anush y Akakios parecían tener un momento de pareja.
—¡Qué ánimos!—dijo la primera.
—He descubierto una estructura que se revela sólo bajo la luz de la luna—anunció.
Todos se sorprendieron. Él les contó lo ocurrido, aunque ocultó que había sido hacía más tiempo.
—Curioso...—dijo Sviatlana, aunque se la veía vencida de sueño.
—Si te parece, podríamos ir nosotros—propuso Anush.
—Mmmm…
—No es necesario que vengas—propuso Julio—Cuando he salido del baño, me he encontrado a Sachiko, quien ya lo sabe. Ella puede sostenernos una luz como señal para volver.
—Vale...—dijo ella, restregándose los ojos.
Akakios y Anush se levantaron con linternas. Anduvieron hasta los lavabos.
—¿Por qué está levantada?—preguntó Julio—Que yo vea, no hay guardias.
—La pobre tiene la costumbre de tomar leche cuando se despierta—respondió Akakios—Claro está, la está hirviendo y el fuego no es muy potente.
—Sé que se ha pasado con las mochilas, pero créeme que es un pedazo de pan—dijo Anush.
Llegaron y vieron a Sachiko. Anush la miró, se adelantó y le dijo algo al oído. Ella se sorprendió un montón y se llevó las manos al cuerpo. Anush la tapó, y les hizo gestos para que esperaran.
—Nos hemos divertido, ¿eh?—preguntó Akakios con una voz que parecía irritada, pero Julio ya conocía su vozarrón.
—¿Mmmm?
—Lleva puesta la camiseta del revés. Me he dado cuenta hasta yo.
Julio se encogió de hombros.
—Considero de mal gusto traicionar la confianza que me otorgan las señoritas.
Akakios se rió, pero con discreción, dando a entender que le bastaba.
—Ya podéis mirar, es que tenía una cosa—dijo Anush.
Llegaron. Dejaron una linterna colgada de la pared de la letrina más cercana a la plaza.
—No deja de ser extraño, ¿eh?—preguntó Akakios—No nos hemos fijado.
—Seguramente está hecho de un material que refleja la luz a ciertos ángulos y según la temperatura ambiental—dijo Julio.
Llegaron en diez minutos. La plaza era casi circular: tenía una entrada y una salida, y estaba dividida en otras seis partes con muros decorados con imágenes e inscripciones.
—A ver...—dijo Anush—Creo que es la lengua que esperaba… ¡Ay, está en varias! Mejor que mejor.
—Afuera hay una inscripción—dijo Akakios—Trae la cámara, Julio.
Julio se la dio. Mientras hacía las fotos, Akakios le comentó:
—¿Qué te parece? Era la entrada a la antigua edificación.
—Ahora que apenas queda nada en pie, sí—dijo Julio—Supongo que las partes que se han caído no eran del mismo material.
—Ello implica que los mensajes de las paredes son mucho más importantes que la propia edificación. Lo que estoy leyendo me da a entender que se fomentó su imagen como destino para aquellos que deseaban un retiro total del mundo—comentó Anush.
—Y el mundo los alcanzó a ellos...—dijo Julio, distraído.
—¿Eh?—preguntó ella, era un tic suyo con mucha gracia.
—Nada, tonterías mías.
—Bueno, sí los alcanzó el deterioro inevitable que sufre todo—comentó Akakios—El mundo es cambio y regeneración.

Volvieron y encontraron que Sviatlana se había acostado, aunque dejó una nota pidiendo un breve resumen. A toda prisa garabatearon «Es la entrada al sitio que buscábamos» y cada cual se fue a su tienda.
Peter estaba medio despierto.
—¿Qué ha pasado?—preguntó.
—Hemos encontrado la entrada. A la luz de la luna brilla que es la leche. Mañana ya os contaremos todos los detalles.
—¡Aaaaaahm! Sí, mejor por la mañana.
Julio esperó a que dijera algo más. Él mismo se quedó dormido.

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