domingo, 17 de julio de 2022

Encuentro inesperado (y V).

Mientras, en una calle de la Macarena en Sevilla, dos vehículos habían llegado al mismo destino. En uno, el joven Sergio observaba al otro.
—Esa furgoneta ha venido en nuestra misma dirección desde la carretera, antes del atasco.
Susana se fijó.
—Mira que ya sería casualidad que fueran los amigos de esas chicas...—comentó.
Su tío los miró un momento.
—¿Son negras? Porque el conductor y la acompañante lo son.
—Al menos dos no lo son ni de coña: una es «rubita» y la otra le parece nórdica.
—Además, las de atrás parecen de China o por ahí, ¿no?—señaló Sergio.
Susana y su tío las miraron. Una dormitaba. Se detuvieron entonces en un semáforo. Una chica negra, guapísima para Susana, salió por la ventanilla.
—Disculpen—dijo con un acento que parecía mezcla de brasileño con colombiano o boliviano—, ¿cae cerca la calle A-----?
—Sí que cae, porque es aquella—respondió Susana, señalando la dirección—¿Por algún casual buscas a unas amigas que se han quedado a dormir en una casa que no es suya?
—¡Sí! Las acosaron unos sujetos.
—Y las salvó un chico que se enfrentó él solo a los gamberros.
—Así es… Ahora mis amigas están en el número 4, piso tercero, letra D.
—¡Bingo! El chico es mi hermano. Seguidnos.
La chica se alegró un montón.
—¡Ay, qué bueno!—y se lo explicó a sus acompañantes, en particular al conductor. No mucho después, llegaron y Susana le indicó el portal.
—Bajo aquí, tío.
—Voy contigo—dijo Sergio.
Sus tíos estaban entrando al garaje cuando la furgoneta aparcó a cierta distancia. Vieron bajar a un hombre moreno, muy alto y enorme.
—¡Jooodeeeer!—dijo Sergio por lo bajini—Este tío parece uno del Pressing Catch...
Susana pensó que era verdad. Conocía a un chico que jugaba al baloncesto, pero era flaco y de constitución fina para su estatura. Ese era quizás el hombre más grande que había visto en su vida. Se acercó y habló inglés con cierto deje familiar para Susana.
—Encantado. Akakios Mitroglou. Si acaso, subiremos dos o tres.
—Susana Gómez Giménez. ¿Griego, no?—le preguntó Susana en lo que conocía del griego clásico.
—Así es—dijo el hombre, sonriendo—¿De la rama de humanidades?—le preguntó en inglés.
—Sí, historia y profesora.
Había bajado la mujer con la que hablara Susana. Era bastante altita.
—¡Hola! Luisiña Giraldo Pinheira. Tengo una abuela colombiana, pero soy brasileña.
A su lado se puso un hombre pelirrojo, de su misma estatura. Debían rondar el metro setenta y cinco, como su amiga.
—¿Hablas inglés?—Susana asintió—Peter O’Hara. Entre que aquí no todo el mundo lo habla y que soy irlandés, no siempre me entienden.
—Quienes rondan los cincuenta solían estudia francés y no siempre ha habido interés. Mi hermano y yo lo hablamos pasadamente, pero «ninguno de mis varios progenitores» lo chapurrea.
—Comprendo—dijo Peter, sin ánimo de corregirle el mismo error que había cometido su hermano.
Bajó entonces la oriental medio dormida, con bastante agilidad. Se estiró y dio unos saltitos, antes de refugiarse en un saliente. Susana comprobó que era de su estatura, aunque estaba bastante fuerte. Otra chica oriental bajó, también estaba en forma y era más alta.
—Buenos días—dijo la primera.
—Buenos días—repitió la otra.
Se quedaron aparte, con los demás, que también estiraban las piernas.
—¿No vienen?—preguntó Susana, señalándolos.
—No quisiéramos molestar.
—No creo que pase nada, pero como queráis…
Entraron y llamaron al ascensor.
—A lo mejor deberíamos llamar a los dos—sugirió Akakios.
Los ascensores tenían una capacidad para seis personas, hasta cuatrocientos ochenta kilogramos.
—No te preocupes—dijo Peter—Yo pesaba setenta y siete el mes pasado y los demás forzosamente pesan menos.
—Yo rozo los setenta—dijo Sergio en un inglés aceptable.
Así y todo, tomó el otro ascensor con Susana.
—Me quedo más tranquilo así—dijo Akakios—Resulta un coñazo tener que buscar camas de mi peso.
—Creo que así y todo estábamos seguros, porque algunos de mis vecinos están tremendos, pero, si así te sientes más tranquilo...
—Ellas quisieron visitar este museo… el de Arte—cambió de tema Akakios.
—Sí, el de Bellas Artes, al lado de la calle Alfonso XII—comentó Susana.
—E íbamos a recogerlas a las nueve ayer, pero ya ves...
—A nosotros nos ha pasado algo parecido. Preferimos quedarnos en una casa de Córdoba.
Y no se nos ocurrió buscar con tiempo algún motel, porque se ha liado una buena.
—Esta ciudad es horrible cuando llueve… Y ha caído la del pulpo.
—Y fútbol, ¿no? He visto hinchas. ¡Me sorprende que no hayan suspendido el partido!
—Sí, juega no sé quién, pero en Cádiz. En mi casa a la única a la que le gusta el fútbol es a mi madre.
Akakios se sorprendió del comentario, pero ya habían llegado. Su primo también, con la pareja riéndose.
—Les he explicado la llamada de mi hermana.
—Nada—empezó Luisiña, sacudida por las risas—, que ellos se han enterado por casualidad de lo de Katy.
—¡Ah!—dijo Akakios, sonriendo—Conocemos bien a Yekaterina.
—¿Así se llama la rubia?—preguntó Susana—Me suena de Ucrania.
—¡Bingo!—dijo Luisiña—Nuestras amigas se llaman Sviatlana y Anush, de Bielorrusia y Armenia.
—¡Vaya!—dijo Susana, abriendo la puerta—¡La delegación de la antigua Unión Soviética!
Todos rieron un poco.
—La chica a la que vio tu prima—explicó Peter—debe de ser Sviatlana, porque es de hecho un dedo más alta que nosotros dos.
—Además es muy reservada—añadió Luisiña—Seguro que estará seriamente sentada mientras se toma un café.
Susana abrió la puerta, entraron y se quedaron sin aliento. Una mujer flaca y alta le hacía cosquillas a Elena en la barriga, quien se estaba desternillando de la risa. Justo al lado, una mujer morena observaba divertida la escena mientras que una chavala rubia con sonrisa pícara provocaba a la pobre niña. No muy lejos, Julio, Carmen y Loli miraban la escena atentos, divertidos.
La mujer se dio cuenta de que la estaban mirando y detuvo su acción. Anush se alegró muchísimo al verlos y se levantó. Abrazó a Akakios, aunque con mesura. Se hablaron seguramente cada cual en su lengua.
—¡No tiene cosquillas!—dijo Elena, sin aliento.
—¿Eres Susana?—preguntó la rubia, y como Susana asintió, saludó—Yekaterina Petrovna Lysenko. Encantada.
—Igualmente—dijo Susana y no pudo evitar un momento de incomodidad al recordar que aquella chica había tenido un encuentro sexual con su hermano no hacía más de cinco horas—Dime, ¿eres mayor de edad?—le pareció tremendamente joven.
—Sí, claro—se rió con ganas—Tu hermano me preguntó anoche lo mismo. Soy un poco mayor que él, de hecho.
Susana supuso que enrojeció un poquillo. Sergio miraba, sin decir nada, parecía pensar lo mismo sobre la apariencia de la chica. No obstante, al ver sus ojos de color azul intenso, como el mar, supo que era realmente mayor de edad.
La más alta se incorporó, se arregló y se presentó como Sviatlana Siarheievna Zhdanóvich, cuyos apellido y patronímico Susana estuvo segura de olvidar.
—Yo soy Susana Gómez Giménez, con ge. Este es mi primo Sergio Giménez González.
—¿Sergio es como Serge en francés?—preguntó Sviatlana.
—Sí, la versión en español.
—¡Pues te llamas como mi padre! Siarhei es la forma bielorrusa.
Susana se figuró entonces que a lo mejor no sería tan difícil aprender esos nombres.
—¡Ay, perdona!—dijo la morena, que podría haber pasado mejor por española—Anush Atchabahian.
Akakios se acercó a Julio. Este, quien ni siquiera había saludado por la sorpresa, recuperó el habla de mala gana.
—Hum, ¿buenos días?
—¿Eres quien ayudó a estas mujeres perdidas?
—¡Eh!—se quejó Sviatlana.
—Sí que lo hice—admitió Julio, guardándose que Sviatlana llevaba un machete de grandes dimensiones.
De pronto, el tipo lo abrazó con pasión. Julio fue levantado del suelo unos cuantos centímetros.
—¡Te lo agradezco de corazón!—decía el tipo—Puedes decir que yo, Akakios, seré tu amigo para siempre.
Y sería verdad, pero no adelantaremos hechos.
—¡Vaya!—dijo Luisiña—Debes de tener muchas agallas.
Julio, por fin de vuelta en el suelo, puso cara de circunstancias.
—No creo, simplemente me preocupaba una pareja.
—¿Pareja?—preguntó Luisiña.
Anush les explicó en inglés lo realmente ocurrido. Se rieron con ganas, excepto Sviatlana, aunque tampoco estaba muy molesta. Más tarde, cuando se conocieran mejor, admitirían que les sorprendería que el héroe del día tuviera la estatura media entre las dos chicas orientales que los acompañaban. Sin embargo, entonces llegaron la madre y los tíos.

—Y eso ha pasado, señora—acabó de explicarle Luisiña a la madre de Julio.
—¡Qué macarras! Podrían irse a freír espárragos, como decimos aquí, en vez de molestar a muchachas. ¡Y mira que salir un día de tormenta a dar la lata!
Al final, con dos o tres palabras, la madre de Julio llegó a la conclusión de que había sido un hecho fortuito y de que su hijo había actuado estupendamente. No se metió en más y Julio agradeció que, por discreción o descuido, no preguntara sobre Yekaterina en su habitación.
—Pregúntale por las habitaciones—dijo entonces Sviatlana.
—¿Habitaciones?—preguntó Mariana—Creo que ha dicho «rums», que es habitación. Si es por haber dormido aquí, dile que no hace falta.
—No, lo que quiero saber es si podría ver las habitaciones de las que habló anoche Julio.
—¡Ah! Espera, voy por las llaves.
Luisiña mediante, se entendieron. De pronto, llamaron.
—¡Jo! ¿Más gente?—musitó Julio.
Susana recordó quién podía ser, por lo que se levantó para atender la llamada.
—¡Así reiremos más!—dijo Elena—Eso lo aprendí en una serie de la tele.
Elena ahora se dedicaba a intentar hablar en inglés a Akakios y a Anush, aunque no se dieron cuenta enseguida de que era inglés.  Aparte, Yekaterina les contaba a Carmen y a Loli anécdotas seguramente picantonas de sus tiempos artísticos.
—Y fue el tío, la cogió por la muñeca y...—les susurraba.
Sviatlana, Luisiña y su madre salieron a ver las habitaciones. A Julio le produjo curiosidad y las siguió. En la puerta, vio a un tipo que le sonaba.
—¡Ah, sí! Hola.
Era el primo del novio de su hermana.
«¡Vaya día ha escogido para la visita!», pensó Julio.
—Vamos los tres—dijo Susana.
—¿Adónde?
—¡Ah! Es que le pedí a Fernando que viniera Luisito, por si eran unas macarras.
Julio se ofendió.
—¡Vaya confianza tienes en mí!
—No sé, a lo mejor las perseguían por otras razones. Las cosas no son siempre lo que parecen.
Julio se dio cuenta de que tampoco iba muy desencaminada y recordó un comentario de Yekaterina mientras le traducía el tebeo. Julio la llamó.
—Repite eso que me contaste anoche.
—¿Sobre qué?—preguntó.
—Sobre que Sviatlana es un poco bocazas.
—¡Ah, sí…!—dijo Yekaterina—Veréis, la verdad es que no fue exactamente que nos abordaran. Fue que estábamos bajo un portal y pasaron algunos de esos tipos. Entonces, uno de ellos gritó hacia donde estábamos. Creía que serían borderías, pero entonces me fijé que llevaba esa camiseta con rayas verdes…
—¡Ah, sí!—dijo Susana—Es la camiseta de un equipo.
—¡Eso! Y Sviatlana entonces le gritó que habían tenido suerte. Pensé que no lo entendería, pero otro sí que la entendió y entonces comenzó la discusión. Sviatlana decía que habían ganado porque uno era zurdo o algo así, no soy yo de fútbol. Anush intentó tranquilizar los ánimos, pero el caso es que, aunque tampoco Sviatlana hablara con mala uva, algunos debían de ir muy borrachos. Un par empezó a gritar amenazadoramente y la empujaron.
En este punto del relato, ella se detuvo.
—Creo que a lo mejor, como tú, pensaron que era un hombre, porque otro intentó sujetarlos, y gritaba algo como «mujé»…
—Sí, que era una mujer—aclaró Julio.
—Y Sviatlana, ya cabreada, los salpicó con agua embarrada. Anush y yo, por si las moscas, nos quitamos del medio para buscar ayuda. Cuando nos dimos cuenta, corríamos las tres.
Susana y Julio se rascaban la frente.
—Habría estado bien que me hubierais dicho la verdad—dijo Julio.
—No sé Anush y Sviatlana, pero al menos estábamos dispuestas a irnos, ¿recuerdas? Nos contaste tu despido. Además, te habías formado tu propia historia.
Susana lo miró. Él asintió y le contó qué había creído.
—A su manera, es comprensible. De todos modos, no está bonito que la empujen ni que os persigan con tan mala uva.
—Además, iban a malas—dijo JulioEstoy seguro de que el tipo que quiso mediar no estaba entre ellos—se detuvo y miró a Yekaterina—Eso sí, hay una cosa que quiero que tengáis clara: no sé si a mi madre le hará gracia el...—no recordaba que la palabra era muy parecida en inglés, así que la pronunció en español—machete.
Susana levantó una ceja, seria.
—No te falta razón—dijo Yekaterina—El machete es de supervivencia: para cortar arbustos y ese tipo de cosas. Te lo juro, no estoy de broma. Pero Sviatlana me lo pidió ya y, con franqueza, yo estaba un pelín nerviosa… No obstante, vamos a contárselo.
Ya volvían las tres.
—Son buenos pisos y el precio es razonable—dijo Sviatlana.
—Bien… Ahora, Luisiña, cuéntale que lleva el machete—dijo Yekaterina.
Se lo contó. Sviatlana se lo sacó al ver las miradas de los hijos. Luisiña señaló partes del mismo.
—Es que a veces hacemos acampadas—dijo Luisiña—Esto no es que sea un arma, pero…
Mariana miró muy seria.
—¿Y no se te ocurrió amenazarlos con eso?
—Es que lo llevaba ella en la bolsa—Luisiña señaló a Yekaterina.
—Es decir, que no iba con él por ahí…
Luisiña le aseguró que no.
—Vale, entiendo y me tranquiliza. Si lo quiere tener, bueno, pero adviértele que también tengo yo un cuchillo para el jamón bastante largo.
Sviatlana, por gestos, juró que ni se le ocurriría.
—Claro, pero tampoco se me habría ocurrido que mi hijo fuera a amenazar a unos tipos con el bastón de mi padre, en paz descanse—y en un tono más amistoso añadió—Llamad a vuestros amigos y preguntadles si les gustan las habitaciones.
Se fue. Julio parecía nervioso. Susana se fijó.
—¿Fueron sólo amenazas?
Él sacudió la cabeza. Yekaterina le explicó que a uno le había dado un buen golpe. Susana se rascó la oreja.
—Estas cosas pasan. ¿Crees que lo reconocerían?—le preguntó a Sviatlana.
—¡Para nada! Tiene, sin ánimo de ofender, una cara normalita, un físico que no llama la atención y estoy segura de que esos payasos lo recuerdan enorme y con ojos rojos de pura ira.
—Y lo rodeaban con ánimo claramente agresivo—añadió Yekaterina—Si es un problema de proporcionalidad, dudo que un juez vaya a fallar a favor de ocho tipos contra uno bajito.
Llamaron a los demás y les enseñaron las habitaciones. Les gustaron y acordaron alquilarlas durante al menos el verano.
—Pensábamos pasar algún tiempo en el sur de Europa—explicó Luisiña—Llegamos hace dos días de Francia y no estábamos seguros de dónde establecernos aún.
—¡Ya son ganas de recorrer el mundo!—dijo Carmen, asombrada.
Julio estuvo delante mientras firmaban los contratos que él mismo había impreso.
«Sachiko Tanaka, Japón», escribió una mujer un poco más baja que él.
Se miraron. A ella le pareció que podía ser un ninja y a él le pareció que era guapa y fornida.
La siguiente era algo más alta que él.
«Ji-young Park, Corea del Sur».
La última de las mujeres era de piel morena y pelo rizado.
«Kafika Talagi, Nieu».
—Disculpa, pero, creo que es una isla del Pacífico, ¿no?—preguntó Susana.
Sí, está libremente asociada a Nueva Zelanda, aunque tenemos autogobierno—lo dijo lentamente, parecía de pocas palabras—Si te parece, puedo indicarlo.
—Tranquila, es simplemente para saber adónde acudir si te pasa algo.
Vinieron dos hombres. Uno era oscuro de piel, aunque menos que Luisiña.
«Farid bin Muhammad, Argelia».
El otro era el hombre alto que indudablemente era norteamericano.
«John Cleese, Canadá».
Como vio la sorpresa en el rostro de los españoles, comentó:
—Los canadienses de ascendencia amerindia ya no tenemos nombres tan pintorescos como los de algunos pueblos del Oeste. Por cierto, buen trabajo echando a esos imbéciles.
Y así entraron a su vida los que llegarían a ser sus mejores amigos.

sábado, 16 de julio de 2022

Encuentro inesperado (IV).

En un coche, Susana, una joven de pelo rubio oscuro y ojos grises, colgó y miró por la ventana con dudas visibles. Un señor con cabello y bigote canos la miró con curiosidad.
—¿Qué ha pasado, cariño?
Susana no dijo nada.
—¿No se sentirá mal por haber perdido el trabajo?—preguntó una mujer madura a su lado, entrada en carnes.
—Es que…—calló un momento y reflexionó.
Un joven delgado y otra mujer madura, también delgada, la miraron expectantes.
—Me ha parecido oír a otra persona—los miró antes de continuar—A una chica. Y el sonido era propio de alguien dormido.
Hubo un silencio incómodo.
—No creo—dijo la mujer madura—Será que tenía puesta la tele, como has dicho.
—Mamá—respondió Susana, seria—, ha salido de una habitación corriendo. He oído perfectamente cómo se cerraba la puerta. Hasta el sonido que hacía al correr.
—Yo también he oído cerrarse la puerta—dijo el joven—, pero me extraña. ¿A quién puede conocer? No creo que, con la noche que ha hecho, haya salido a ligar...
Nadie dijo nada.
—A no ser...—dijo el hombre.
—No adelantemos acontecimientos—dijo la otra mujer—Mira, por fin avanzan.
Se pusieron en movimiento. La madre de Susana sacó el móvil.
—Muy temprano, pero cuando sean cerca de las nueve, llamaré a la vecina y le pediré si puede echar un vistazo.
—No te obsesiones, Mariana—le dijo la otra mujer.

Julio colgó y abrió la puerta. Yekaterina se revolvía, soñando. Hablaba en ruso.
—¡Madre mía!—dijo y fue al salón después de empujar la puerta para cerrarla, pero se quedó apenas encajada.
Cuando se dio cuenta, estaba delante de Sviatlana, que lo miraba esperando a que saliera de su mutismo. Se dio un buen susto, pero ella le habló como si nada.
—Perdona, es que me ha parecido oír un portazo.
A Julio le costó un rato entenderla.
—Sí, es una cosa que… Verás, es que ha llamado mi hermana…
Le explicó lo ocurrido y Sviatlana se echó a reír.
—¡Te han pillado!
—Puede. No parecía muy convencida de su pregunta.
—Bueno, pues me voy a hacer pipí—dijo y añadió—Nos vienen a buscar en dos horas, por cierto.
Ella se largó y se dio cuenta de que a lo mejor coincidirían con su familia, pero se lo tomó con tal estoicismo que incluso se asombró. No obstante, el sonido de la puerta de entrada abriéndose le sorprendió.
Fue y vio a su prima Carmen. Ella se sorprendió al verlo.
—¡Ah, hola, primo!—saludó y le dio un beso—Ya he vuelto.
Detrás venía una amiga suya, Loli, de la que Julio tenía la impresión de que era algo más.
—¿Teníais instituto?
—¡No, no! Lo han cancelado por la amenaza de temporal, pero en casa de Loli hay demasiada gente y aquí estaremos tranquilas. ¿Has desayunado? Traemos churros.
—¿No tienes trabajo?—le preguntó Loli.
—¡Calla! ¡Lo han echado esos hijos de la gran puta!—dijo Carmen.
—¡Ay, qué palo!
De pronto, se oyó el sonido de un retrete. Las dos se quedaron sorprendidas.
—¿Quién está ahí?—preguntó Loli.
Julio no dijo nada coherente, pero tampoco pudo detener a su prima, quien se asomó al pasillo y vio salir a Sviatlana. Se miraron con curiosidad.
—Buena ma… Buena día—dijo la invitada con acento bielorruso, supuso Julio, y frotándose los ojos.
—¡Ah! Hola…
Loli se acercó y miró parpadeando a la muchacha y a Julio, alternativamente. Sviatlana se acercó a su cuarto.
—Ehm...—dijo Carmen—Si quieres desayunar…
Sviatlana miró lo que traían y comprendió. Con señas, le dijo que se iba a la cama. Una vez vuelta a su cuarto, las dos chicas miraron a Julio.
—¿Es tu novia?—preguntó Loli, con verdadero pasmo.
—¡Nooooo!—dijo Julio—Es...
—No creo, esa es la habitación de invitados—dijo Carmen—, pero, ¿quién es?
—Oíd, os lo explico.
Y él les explicó simplemente la verdad, aunque se reservó la parte en que se acostaba con una. Y, como a veces ocurre con los adolescentes cuando oyen una historia inverosímil, pero bien razonada y con hechos que la apoyan, ellas le creyeron.
—A desayunar—dijo Carmen.
Volvieron a llamar. Julio miró por la mirilla. Era la vecina.
—¡Ah, ya está tu prima!—dijo al abrir—A mí la loca esta me tiene despierta desde ya temprano.
Elena entró corriendo.
—¡Hola!—le dijo a Julio, pasando como una flecha—¡Churros!—dijo, riendo al lado de Carmen y Loli, quienes rieron también.
—Voy a tener sueño hoy—dijo la vecina—A cosa de las cinco, han pasado unos imbéciles gritando. Ya hay que tener ganas…
Carmen se acercó, entonces.
—¿No son esos los que estaban molestando a esas chicas? Resulta que mi primo los vio y, como la poli no respondía, ha bajado y los ha enviado a freír espárragos.
La vecina se quedó de piedra. Carmen iba a empezar a contarle lo ocurrido, cuando Julio miró por todas partes.
—¿Dónde está Elenita?
Todos miraron por todas partes, pero ella misma se asomó por el pasillo. Miró a Julio, riéndose.
—¿De qué te ríes?—le preguntó su madre.
—Hay una en tu cama, durmiendo así—le dijo a Julio y la imitó con mucha gracia.
Las mujeres lo miraron de otro modo.

Sonó el teléfono de la mujer delgada en el mismo coche de antes.
—La chica—y respondió—Dime, Carmen.
La mujer fue haciendo gestos de contrariedad.
—Hija, ¿estás…?—pausa—¡Ah, que la has visto!—otra pausa—¡Mira, qué mona! Espera, porque la prima va a estar interesada.
Y le dio el móvil a Susana.
—Pues llevabas razón. Julio se ha traído unas chicas a casa. Según él, las estaban molestando unos indeseables.
—¡Dámelo!—dijo Mariana.
—Mamá, tranquila—Susana cogió el móvil—Dime, Carmen.
—Pues que he llegado con Loli y he visto a Julio levantado, ¿no? Y mientras hablábamos, hemos oído a otra persona y había ahí una tía larguísima, como tu novio más o menos. Tiene cara de noruega o de por ahí cerca. El primo me ha contado que son tres, tres chicas que, como no las han podido recoger sus amigos por la lluvia, han pasado la noche por donde han podido. Se cruzaron con unos cabritos y corrieron, pero Julio, con el bastón del abuelo, bajó y los mandó a hacer puñetas. La vecina dice que seguramente es así, que ella ha oído jaleo. Como no tenían otro sitio, las ha invitado a que descansen. Pero es que resulta que en su cama hay una, rubita y muy linda. Y, claro, bueno…—Carmen bajó la vozMira, creo que dice la verdad. Es una historia muy rara, pero la cuenta convencido y no me parece que sean putas.
—¿Y ellas qué dicen?
—Duermen. No he visto a la tercera, además.
—Vale, espera.
Susana resumió lo ocurrido. Mariana se lamentó.
—¡Lo han enredado! El disgusto de perder el trabajo.
—Pues a mis amigos les gustaría que los enredaran así—dijo el joven, riendo.
—¡Seeergioooo!—le recriminó el hombre.
—¿Y esas chicas se irán ahora?—preguntó Susana.
Oyó un comentario aparte y se puso Julio.
—Mira, no te voy a engañar. Lo que oíste antes fue la rubita. Vino a mi cuarto, es muy simpática.
Sergio se echó a reír con ganas. Susana lo miró y se rió un poco también. Mariana estaba contrariada.
—Ya veo que lo es—dijo Susana.
—La chica alta que ha visto la prima, Sviatlana, dice que van a venir a recogerlas poco después de que lleguéis vosotros. Cuando se despierten, podéis preguntarles qué ha pasado.
—Vale, bien—le pasó el teléfono a su madre—Mamá, creo que dice la verdad.

Minutos después, Julio le pasó el móvil a su prima.
—Me arde la oreja…
Elena lo miraba con interés.
—Entonces, ¿no va a desayunar esa chica?—preguntó.
—Esa chica ya ha tenido bastante noche—dijo Loli—Demasiado, liarte a correr bajo la lluvia.
Julio se figuró que iba con doble sentido. Carmen colgó después de confirmarle a Mariana que había venido la vecina.
—¿Te apuntas?—le preguntó a la vecina.
—Espera, voy a ver si se despierta el niño. Dadle a ella—dijo, señalando a Elena.
Se pusieron a desayunar.

Mientras, en una furgoneta, no muy lejos en realidad del turismo donde viaja la familia de Julio, tenía lugar una conversación en inglés.
—Pues nada, avanzamos… Poco a poco—dijo un joven de piel oscuro, el conductor.
—¡Qué temporal! Ha llovido que ha dado hasta miedo—comentó su copiloto, una mujer de pelo rizado y bastante morena, aunque no parecía en absoluto nerviosa.
Una joven oriental dormitaba en el asiento trasero. Enfrente, una mujer de piel oscura y ojos verdes atendía por la ventana.
—¡Gracias!—dijo en español con acento latinoamericano—Vamos bien, es que hubo un accidente anoche y están abriendo la carretera.
La joven oriental se espabiló y se desperezó.
—A ver si lo he entendido bien—dijo otra chica oriental, acercándose a un tipo que era moreno y enorme—, ¿se ha acostado con el chico que vive allí?—esto lo preguntó bajito.
—Mira, ella es mayorcita—dijo el tipo.
—¡Eso! No nos metamos a juzgar a los demás—dijo la chica negra.
Un tipo pelirrojo asintió.
—No la juzgo—replicó la que preguntó—Es que me asombra esa muchacha. ¿Y si fuera un pervertido?
Se oyeron risas. Al fondo, un hombre con facciones de los pueblos del norte de América sonrió.
—Creo que no hay que preocuparse. Ahora en serio, me gustaría conocer a ese tipo: ve a mujeres en peligro, coge un bastón que perteneciera a su abuelo, como todo un caballero, y sale a repeler a sus agresores.
—Hay que tenerlos bien puestos—dijo el conductor—¡Por fin avanzan!
Se pusieron en marcha. La mujer que había estado medio dormida comentó:
—A lo mejor es un ninja.
Todos se rieron. Pareció molesta.

Mientras, Susana enviaba un mensaje privado, porque no quería que se enterara su familia, a su novio.
—Peque, ¿estás libre?
—Más o menos, no estamos trabajando mucho.
—¿Puedes hacerme un favor? Resulta que mi hermano anoche metió en casa a tres chicas, porque las estaban acosando unos payasos, son unas turistas a las que no pudieron a recogerlas a tiempo. Dicen que las van a recoger hoy. Están mi prima, una amiga suya y la vecina con los niños. Creo que es verdad, pero sólo por si acaso son unas jetas, a ver si puedes estar ahí o amigos tuyos.
Emoticón de cara sorprendida.
—¿EN SERIO?
—¡Claro que es en serio! ¿De veras crees que voy a gastarte bromas así un día como hoy?
—Voy a llamar a mi primo, que hoy no trabaja.
—Gracias, cari.
Emoticones de corazón y de besos.
Mientras Fernando, que así se llamaba el novio, se lo pedía a su primo, seguía asombrado.
«¡Era hora de que espabilara ese chaval! Demasiada mierda ha tragado en ese curro y demasiadas tonterías le han metido en la cabeza, aunque no tuvieran malas intenciones los que se las metieron».

Mientras, el aludido comía churros. El niño de la vecina los estaba comiendo lentamente, saboreándolos, pero su hermana se los comía con ansia. Julio se levantó para servir el café, pues la cafetera ya estaba pitando.
—Veamos...—lo fue echando en los vasos según lo que había pedido cada comensal.
Cogió un tetrabrik de la leche, del que añadió según lo pedido, y tan pronto como lo soltó notó que alguien lo acariciaba por debajo.
—¡Eeeeeh!—saludó Yekaterina, alegre—¿Desayunando?
Ella se fijó entonces, sorprendida, de que había varios vasos. Se dio la vuelta y se dio cuenta de que la estaban mirando desde el salón. Ella iba en bragas y con una camiseta que se transparentaba un poco. Elena se rió mucho al verla.
—¡Ya se ha despertado!—y repitió el gesto que hiciera antes al imitar a Yekaterina.
—¡Chis!—la riñó su madre.
Yekaterina entendió que la habían visto durmiendo y soltó a Julio.
—Es que han venido de pronto...—dijo él.
Ella se fue sin decir nada. Él llevó los cafés y nadie dijo nada. No obstante, Yekaterina vino con una muda distinta a la que Julio le viera la noche anterior y saludó sin palabras como si nada hubiera pasado.
—En serio, ha sido un accidente, la niña es demasiado curiosa…
—Tranquilo, me hago cargo de que soy yo la que estoy en casa ajena.
—What’s your name?—preguntó Loli, un tanto afectada.
—Yekaterina. And yours?
—Loli is my name—dijo ella.
—Creo que sería «My name is Loli»—opinó Carmen.
—¡Ahora resulta que has estudiado en Oxford!—dijo Loli.
—¿Cuál de las dos es tu hermana?—preguntó Yekaterina.
—«Ninguna de varios»—contestó Julio sin darse cuenta del matiz lingüístico—Esta es mi «preima» Carmen y esta es su amiga—dijo, señalándolas.
—Se dice «neither» y «kʌzən»—dijo Yekaterina—¿Y ellos?—preguntó, señalando a los otros.
—Los… ve-ci-nos—dijo, pronunciándolo lentamente, con la aprobación de Yekaterina.
—Entonces—dijo la vecina, peinando a su hijo—, dice que ha pasado la noche de rincón en rincón, ¡qué locura! Me pasma que por la calle hubiera unos macarras, esos ni se mojan ni nada...
La verdad es que Julio, más allá de esa historia, no tenía claro qué habían hecho y le transmitió la duda. Yekaterina respondió rápido.
—Había locales abiertos y hemos pasado un rato en un sitio hasta que han cerrado. Esos tipos se nos han cruzado de pronto.
A Julio le pareció que la historia era un poco diferente a lo que había supuesto, pero tradujo.
—Me sorprende que no te oyera bajar...—dijo la vecina.
—Cerré la puerta con cuidado—y, mirando a Elena, dijo—Por cierto, se me debe de haber olvidado la de mi cuarto.
—Bueno, estaba encajada, pero la he abierto yo y he entrado.
La vecina le sacudió en un brazo.
—¡Niña, en casa ajena no entres en las habitaciones sin preguntar!
—¡No sabía que hubiera una chica durmiendo! Cuando la he visto, he cerrado despacito y he salido. Quería el juego ese que me decías...
Julio se levantó y fue a buscarlo. Loli le tradujo a Yekaterina qué había pasado y esta se rió bastante, incluso dejó claro que no estaba molesta para evitar que riñeran a Elena.

En la carretera, los automóviles avanzaban muy rápido. Mientras, Julio les enseñaba a Elena y a Yekaterina el juego. Carmen y Loli se habían retirado a la habitación de la primera y la vecina se llevó al niño a su casa. Pasó así cerca de una hora.
—¡Toma ya!—gritó Elena ante una victoria repentina.
—¡Jajajaja!—exclamó Julio, quien no se estaba esforzando mucho para darles una oportunidad.
—Esto es un poco difícil, pero tiene gracia—dijo Yekaterina en inglés.
De pronto, entró en la habitación Anush, vestida. Miró la curiosa escena durante un simple momento. Elena la observó.
—¡Anda! Mira, se parece a mi tía—dijo la niña.
—Buenos días—saludó en un español con peculiar acento—Pues ya vienen—anunció en inglés a Yekaterina—, veo que ya estás despierta.
Observó la mesa y olisqueó el aire.
—¿Has desayunado, eh?
—Espera, han sobrado si quieres.
Julio le indicó que había más churros. Ella miró el alargado dulce como si fuera un extraño objeto de una civilización perdida, pero como entendió que se mojaban con chocolate, le satisficieron.
—Espera, que estarán fríos. Los calentaré un rato en un…
No le salió la palabra, así que los cogió y los puso directamente en el hornillo. Anush asintió y lo llamó por su nombre en inglés.
—¡«Aben»!—gritaba Elena—¿Por qué las palabras en inglés son tan cortas?
—No les gusta hablar—dijo Julio, por decir cualquier cosa.
Entonces entró Sviatlana, ya preparada. Elena se la quedó mirando con curiosidad. Ella le sonrió, pero no dijo nada de nada. Se acercó a Julio.
—Bueno, pues gracias de nuevo. Ya nos vamos y no te molestaremos.
—No es molestia, ¡en serio!—dijo él.
Entonces se dieron cuenta de que Elena se había acercado y se comparaba con Sviatlana.
—¡Hala!—comentó—Es verdad que es es casi como el novio de tu hermana.
—Deja de revolotear, que voy a preparar café.
—Y gracias por el desayuno—añadió Anush.
—¿Es esta la hermana?—comentó Sviatlana en bielorruso, señalando a Julio.
—No, es la niña de la vecina—dijo Yekaterina en ruso—Parece que entra en esta casa como si fuera suya. Antes me ha visto en la cama, dormida.
Anush y Sviatlana abrieron la boca, estupefactas. La primera se volvió a Julio, mohína.
—La próxima vez que una mujer se quede en tu cuarto, ¡al menos cierra la puerta!
—¡No, si la cerró!—aclaró Yekaterina—Pasa que la niña la abrió. La pobre no se lo esperaba y salió enseguida, aunque creo que le hizo gracia la cara que tenía.
Elena no entendía mucho de lo que decían, pero sí que hablaban de ella e, instintivamente, repitió su imitación. Sviatlana y Anush estallaron en carcajadas.
—¡Es verdad…! ¡Que duermes…! ¡Así!—dijo Anush, mezclando idiomas.
Loli y Carmen salieron al oír el estruendo.

viernes, 15 de julio de 2022

Encuentro inesperado (III).

Con varias pausas y algunas correcciones de ellas, les explicó lo ocurrido con su jefe.
—¡Te explotan y luego te echan de una patada!—dijo Anush.
—Entonces, ¿no tienes problemas en tenernos aquí?—preguntó Sviatlana, preocupada.
—No, mi familia no creo que llegue pronto. ¡Entre la lluvia y lo que les gusta a mi madre y a mi prima despertarse a las tantas…!
Se rieron, quizás con armaron un poco de ruido después del momento de tensión.
—En serio, ¿no tienes nada que hacer?—preguntó Sviatlana.
—No.
—¿Te despertamos entonces cuando nos perseguían?—preguntó Yekaterina.
—No, es que me acosté a las diez anoche y me he despertado a las siete horas. Estaba mirando por la ventana, reflexionando...
—Ya decía yo, porque hemos notado, aunque llevamos poco en este país, que la gente se levanta a partir de las siete—comentó Anush.
Julio ahogó una exclamación y sin pensarlo mucho hizo la pregunta.
—¡Ah! ¿Entonces no lleváis mucho…?
Fue incapaz de continuar la pregunta.
—No, llegamos hace sólo una semana.
—Me figuro que habrá sido… feo—dijo Julio y se dio tal manotazo que le dolió a Yekaterina.
—¿Qué pasa?—preguntó Sviatlana.
—Que me figuro que no querréis hablar de ello…
—¿De qué?—preguntó Anush, sin entender.
Él entonces las miró atentamente. Yekaterina y Sviatlana estaban sentadas, comodísimas, mientras que Anush intentaba adivinar qué quería decir.
—Os va a parecer una...——pensó el término—gilipollez, pero es que he pensado que… que os perseguían vuestros captores.
—¿Captores?—preguntaron las tres, a la vez.
—No habéis sido víctimas de secuestro, ¿verdad?
Las tres se miraron interrogantes y con una expresión que parecía decir «Al final va a estar este tío chiflado, ya veréis». No obstante, Yekaterina pareció entender.
—Espera, ¿es un problema ahora en esta ciudad? ¿Secuestran a turistas?
Julio se sintió ridículo, pero esas chicas eran sus invitadas y debía ser cortés.
—Os lo voy a explicar. Como os he dicho, estaba reflexionando sobre la brevedad de la vida y el abismo de la muerte.
Las tres lo invitaron a continuar, con cierta conmiseración al oír el tema.
—Y vi correr a gente. No os vi a las tres. Bueno, sí os debí de ver, pero como tú—señaló a Sviatlana—eres bastante más alta, creí ver correr a una pareja. Además, con el…
No supo la palabra y señaló los chubasqueros.
—No creas que no me ha pasado alguna vez—dijo Sviatlana, mirando mal a las otras dos, que disimulaban las risas.
—Y cuando os vi, pues me di cuenta al oíros hablar de que sois rusas o de algún país cercano.
—Bueno, rusas no—dijo Anush muy seria—, aunque entiendo que te lo parezca. Sviatlana es bielorrusa, es de hecho un nombre clásico allí. Yekaterina es ucraniana, aunque en su casa hablan ruso. Yo, armenia y también tengo un nombre clásico de mi tierra. Y hace rato, hemos hablado ruso. Cuando éramos niñas, éramos soviéticas, claro.
—Pero rusa, ninguna—dijo Sviatlana.
—Vale, disculpadme. Me hago cargo de que vosotras tampoco distinguiríais entre portugueses, andaluces, italianos y vascos, supongo.
—Continúa.
—Bueno, pues como en la tele están continuamente diciendo que hay un gran problema con...—se dio cuenta de que no caía en el término, pero de repente recordó otro—la trata de blancas…
Las tres se sobresaltaron.
—¿En serio has creído que…?—dijo Sviatlana, y consideró las palabras—¿Que nos han tenido de putas?
Julio se encogió de hombros y se rascó la mejilla.
—Llámame imbécil, pero me ha parecido una respuesta lógica. A estas horas, tres chicas extranjeras huyendo de un grupo de tiparracos en pleno temporal…
—Podíamos ser tres turistas que hubieran sido engañadas—dijo Anush.
—O que nos hubiéramos perdido—dijo Yekaterina, pero sonrió—Bueno, no pasa nada. En cualquier caso has espantado a esos tipos. Los tienes muy bien puestos—dijo ella, sonriendo con picardía.
—Es verdad y tengo que admitir que no me esperaba tu ayuda. Mira—dijo Sviatlana.
De pronto, Julio vio un machete enorme. Seguramente empalideció. Lo llevaba a la espalda.
—Iba a explicarles yo unas cuantas cosas.
—Sviatlana—dijo Anush—, te recuerdo que en este país no están necesariamente acostumbrados a ver armas.
—¿Hacéis servicio militar?—preguntó Yekaterina.
Julio negó con la cabeza.
—Creo que fui de los primeros que se...—no le salía la palabra—, que no tuvo que hacerlo.
—¡Ah, perdona! Bueno, que iba a enseñárselo a esos mamarrachos.
—Ahora en serio—dijo Anush—Habíamos quedado en que nos recogieran, pero, claro, esto...—y señaló la ventana, por donde se oía una tormenta horrorosa.
Julio tenía sed. Se fijó en el reloj, habían pasado un buen rato hablando.
—¿Os apetece algo?—preguntó Julio—Voy a servirme algo.
—Sí, por favor—dijo Anush—No tengo manías ni nada.
Las otras dos estuvieron de acuerdo. Entró en la cocina y sirvió tres vasos de refresco de limón. Salió y repartió primero dos a las más cercanas y luego el de Yekaterina y el suyo.
—Estoy muerta de sueño—dijo Anush.
—Pues hay camas libres para invitados. Si queréis...
—¿Seguro que no somos una molestia?—preguntó Sviatlana—No sé, a lo mejor…
—Son casi las siete, pero podéis dormir unas pocas horas antes de que por aquí se deje caer mi familia.
—¿No decías que alquilabais pisos?—preguntó Yekaterina.
—A mí no me dejan—dijo Julio—Mejor dicho, es que no suelo estar. Mi hermana está normalmente unas cuantas horas más que yo.
—¿En qué trabaja tu hermana?—preguntó Anush.
—Es profesora de historia y está considerando el doctorado. No te engañes, simplemente suele atender a los inquilinos extranjeros cuando puede.
Acabaron los refrescos. Julio ofreció más a quien lo pidió. Una vez calmada la sed, les mostró un dormitorio.
—A vuestro gusto.
—¿Seguro que no quieres dinero?—preguntó Sviatlana, quien estaba sorprendida.
—Te repito que no llevo eso. Y total, por unas horas...

Él volvió a su habitación. Cerró la ventana.
—¡Joder, ahora tengo frío!
—Pues es verdad que nos viste por la ventana—oyó en inglés y se volvió.
Era Yekaterina. Venía con la misma ropa. Él se quedó mudo durante un momento.
—¿Hay… algo… mal?
Ella agitó la cabeza para indicar que no.
—¿Puedo entrar?
Julio le hizo señas de que sí. Ella, además, encendió la luz y miró la habitación, casi la estudió. Prestó especial interés a la estantería, sacando un tebeo y un libro para ver sus portadas.
—Estaba pensando fuera que eras posiblemente un pelín friki y he acertado. Bueno, me he quedado corta. Aunque no he visto lo que esperaba.
—¿Qué?—preguntó Julio.
—Un póster de la princesa Leia con traje de esclava—respondió, sonriendo divertida ante su ingenuidad.
Julio se puso rojo como un tomate. Ella se había acercado a su colección de consolas y videojuegos. Los examinó con verdadera atención, interesada. Julio se sentó en la cama y suspiró. De pronto, vio una pila de carpetas y cogió la primera.
Cuando Julio se dio cuenta, quiso advertirla.
—¡Eso es…!—pero ella ya había abierto la carpeta.
Ella parpadeó, un tanto pasmada. Pasó hojas y, con cara de no entender nada, se lo llevó a él.
—¿Prácticas de dibujo?
—No, es un intento de... juego de rol—le costó encontrar el término, porque estaba acostumbrado a llamarlo «errepegé».
Ella lo volvió a mirar.
—¡Es verdad! Ahora entiendo estos números. Aquí pone… ¿Da… nn… ño?—Casi lo pronunció «dañó».
—Es el daño.
—¡Eres muy friki! Has intentado crear tu propio juego de rol—dejó la carpeta en su sitio y señaló la pila entera—¿Todo esto son intentos o el mismo juego?
—No, son mis apuntes de matemáticas. Estudié la carrera.
—Pensé que eras informático por tu anterior trabajo.
—Sí, de hecho me saqué algunas asignaturas de la carrera mientras trabajaba, pero ya ves que habría tardado por el cochino horario.
—Y ahora te echan, los mamones.
Julio hojeó la carpeta. Aún la entendía bastante bien.
Esto fue.. no sé cómo se dice, un proyecto académico, supongo, para una asignatura. Al profesor le gustó y eso que era viejito el hombre...
Ella se acercó a él. Julio deseó poder pausar la escena y gritar, pero en la vida real no hay pausa. Ella estaba echándose, pero entonces, al cruzarse su vista con la estantería, se levantó otra vez.
—¡Anda! ¡Clever & Smart!
—¿Cómo?—no se apercibió de que ella había pronunciado la copulativa como «unt» y la segunda palabra como «shmart».
Se puso de rodillas sobre la cama. Desde donde estaba, otros habrían tenido primer plano, pero Julio, curioso, miraba cómo alargaba la mano. Cuando antes había examinado la estantería, no había inspeccionado las aldabas inferiores.
—¡Esto! ¡Anda, aquí tiene otro nombre!
Era una historieta de Mortadelo y Filemón.
—¡Aaaaah!—recordó que en Alemania se rebautizaron como Clever & Smart—¿En Ucrania los llamáis como los alemanes?
—No, es que conocí a un alemán que era un declarado fan y me leía unos pocos. Me reí bastante con algunos.
Miró la portada un momento y se la tendió a Julio.
—Por el modo en que lo has dicho, parece das a entender que los alemanes les cambiaron el nombre.
—¡Claro!—dijo Julio—Son personajes españoles, ¿no lo sabías?
—Sí, pero creía que eran sus nombres. ¿Qué se supone que significan?
—Mortadelo viene de mortadela, que es… no sé si tendrá nombre, es un tipo de embutido. Si te fijas, su físico se parece a uno.
Ella asintió, dándose cuenta.
—Y Filemón es un nombre griego, creo que sería… Philemon, supongo. Es que en origen eran «Mortadelo y Filemón, Agencia de información».
Se lo leyó en español y luego lo tradujo.
—¡Ah, ya veo! En alemán no pudieron trasladarlo, aunque no me negarás que les pusieron otros nombres igual de graciosos.
—Sí… Aunque un amigo decía que él pensaba que Filemón, aunque sea un nombre real, se llama así porque suena parecido a «Mortadela y Filetón», «big stiik».
Yekaterina puso cara rara al oírle, así que lo repitió haciendo el gesto de cortar un filete. Ella se dio una palmada en la frente, riendo.
—Quieres decir «steik».
—Ya te habrás fijado en que mi inglés es muy… pobre.
—No te preocupes, en Francia no lo hablan menos raro que tú—dijo ella con una sonrisa.
No se había dado cuenta de que ella se le había arrimado. Ambos estaban en la misma cama. Se animó y abrió el tebeo.

Mientras, Anush y Sviatlana compartían una cama, durmiendo tranquilas. Hacía un momento, habían conversado.
—¡Esta chica...!—dijo Anush.
—¿Qué?—preguntó Sviatlana—Es mayorcita y ese chico también. Si quieren, que lo disfruten.
—No, si me parece bien, pero, ¡me sorprende! ¡No hace ni tres horas que lo conoce!
Sviatlana rió, con ganas.
—¿Es que según tú hay que alcanzar un mínimo de horas para hincar con un hombre?—seguía riéndose.
—Yo no podría.
—Pero ella es así… Perdona, me muerdo de sueño. ¡Buenas noches…!
—Lo mismo…
Anush tenía un móvil a su vera. Hacía poco, había hecho una llamada.

Pasaron así como media hora, leyendo la historieta lentamente. Julio hacía frecuentes pausas porque o bien no conocía algún término, o bien era difícil trasladar algún chiste. Yekaterina se reía de todos modos de los dibujos.
—¡Jajajaja! ¡Menuda relación de amor-odio!
Al acabar, Julio se dio cuenta de que ella se apoyaba en él y que no parecía que quisiera apartarse.
—¿No tienes sueño?
—No mucho. Como trabajé de bailarina y tenía ciclos de trabajo bastante irregulares, he aprendido lo que podrías llamar «la técnica de estar despierto otras cuatro horas».
—¡Oh! ¿Has salido en algún sitio interesante?
—En Kiev llegué a salir en teatros… Pero lo dejé por varias razones. En Ucrania últimamente hay demasiadas tensiones en el ambiente. No me extrañaría que acabáramos en guerra... Lo que no sé es si entre nosotros o nos meterán un zarpazo. Quiero decir que nos atacarán—explicó porque Julio no había entendido lo último.
Calló un momento, pero sonrió después.
—Pero hablemos de ti. ¡Qué guarrada te han hecho!
Julio sonrió también. Un experto habría dicho que su lenguaje corporal indicaba alivio y excitación.
—Si te soy honesto, me enfurecía ese trabajo. ¡Era basura! Más lo lamento por un compañero mío, que tiene más de cincuenta años y lo tendrá duro.
—¡Qué generoso eres! Te preocupas por tu compañero… Y, hace un rato, te has arriesgado a sufrir una paliza por una supuesta pareja en apuros.
Yekaterina se situó frente a él y lo miró con tal calidez que ella se transformó en todo para él. Ella le acarició los hombros y, suavemente, le dijo en voz baja:
—No eres precisamente de los que persiguen faldas...—constataba un hecho.
Julio negó con la cabeza. Sentía que con ella podía sincerarse.
—Me di cuenta antes cuando te apresuraste en decir que no había segundas intenciones en tu invitación a venir aquí. Estaba claro por tu lenguaje corporal que tenías frío y que suponías que nosotras también. No hacía falta que añadieras aquello, aunque supongo que esas dos se tranquilizaron...
Lo besó. Él respondió del mismo modo y siguieron un rato, mientras se quitaban la ropa. Al verla desnuda, vio que era de constitución ligera y muy delgada. Él se preguntó entonces si sería mayor de edad. Cabía la posibilidad de que empezara a trabajar de bailarina siendo pequeña.
—¿Cuántos años tienes?
—VeintiXXXX.
—¡Tenemos la misma edad! ¿Cuándo los cumpliste?
—El XX de marzo.
—Eres medio mes mayor que yo… Pues pareces más joven.
—Tú también.
Siguieron. Al cabo de un momento, Julio ya no tendría motivos para lamentar en ocasiones futuras la primera cosa que había lamentado cuando creyó que su vida iba a cambiar para peor drásticamente.

Un rato después, Julio seguía en las nubes. Minutos antes, todo había acabado de modo totalmente satisfactorio para ambas partes. Ella le ofreció un cigarro, pero él lo rechazó.
—No...—se corrigió y habló en inglés—No fumo.
—¿Te importa?
—Abre la ventana al menos.
La abrió y se asomó. Seguía lloviendo a mares. Ella echó caladas, aunque se mojaba.
—No me extraña que nos vieras, se ve bien a pesar del tiempo.
Él se puso a su lado y se acariciaron.
—¿Nunca has fumado?
Julio sacudió la cabeza.
—Haces bien. Cogí este vicio por el baile y las dietas. Te olvidas del hambre.
Se quedaron mirando la calle, que seguía ofreciendo una visión triste.
—¿Y te ha ocurrido algo últimamente?—como él la miró interrogante, añadió—Has dicho que estabas reflexionando sobre la muerte.
—¡Ah! No… Es que estaba melancólico. Me pasa cuando me despierto en plena noche. También, por esa… luz.
Le explicó sus pensamientos, no se había dado cuenta de que estaba ganando fluidez al hablar en inglés.
—Sí que eres reflexivo…
Dejó de fumar y volvieron a la cama. Ella se apoyó en él y al cabo empezó a roncar sin que él se diera cuenta enseguida, pues seguía en una nube por lo ocurrido.

Al bajar de la nube, Julio no tenía sueño y, con cuidado, se levantó. La besó en la frente y la tapó bien. Ya amanecía y parecía que llovía menos. Aprovechó para tirar el condón que ella le había dado y, después de ducharse rápido, salió al salón.
—Supongo que esperaré a que se levanten para el desayuno.
Encendió la tele. Decían que el paro había aumentado.
«Doy fe», fue toda su reflexión al respecto.
Zapeó un rato, pero a esa hora no había nada que le interesara. No obstante, no quería liarse a jugar.
«Quizás debiera practicar mi inglés con alguna serie. Se han molestado en hablar lentito, pero no todo el mundo es igual de amable».

Mientras Julio pensaba qué hacer, Anush recibió una llamada. Se despertó y respondió.
—¡Hola, Akakios!
—¿Estáis bien?
—Claro—respondió, girándose a Sviatlana—Bueno, te puedo confirmar que Sviatlana y yo, sí. Yekaterina se fue con el chico.
El tal Akakios reprimió la risa o quizás una exclamación de asombro.
—¡Qué muchacha!
—Eso pienso yo, pero supongo que estará bien. No creo que haya descubierto que nuestro buen samaritano es en realidad un caníbal alemán—rieron un rato, porque no mucho habían visto una cutre película alemana con ese argumentoNo tiene pinta de asesino en serie. Se ve que es un pelín pardillo, lo sé porque yo también soy otra pardilla.
—Me fío de tu criterio, ya lo sabes. Simplemente quería decirte que por fin han subsanado el follón, pero hay un atasco de mil demonios. Esperamos llegar en una hora o dos.
—¡Vale!—y formó un beso con los labios, haciendo ruido muy bajo.
Colgó y se quedó dormida enseguida, después de poner una alarma. Sviatlana se agitó, abrió los ojos y cogió el móvil de Anush para ver la hora de la alarma.

Julio se estaba decidiendo por una película, cuando de pronto sonó su móvil. Recordó haberlo dejado en su habitación y fue corriendo. Era su hermana.
—Dime—olvidándose de Yekaterina, se sentó en la cama.
—Que por fin vamos allá. ¡Se ha montado un atasco de tres pares de cojones! ¿Cómo estás?
—Bien—dijo él, sin duda.
Su hermana no dijo nada durante un momento. Más tarde admitiría que la pilló por sorpresa la falta de preocupación en su voz.
—Hoy es viernes, no es necesario que empieces ya con los trámites del paro y demás. Si quieres relajarte, no lo dudes.
—Tranquila, estoy estupendamente. Salir de ese cochino curro ha sido lo mejor—mintió.
Lo mejor había sido conocer a esa chica que ahora dormía.
—¡Ah, qué bien!—dijo su hermana, sorprendida—Bueno, llegaremos dentro de dos horas o más, duerme si quieres.
—Me acosté temprano y no tengo sueño.
De pronto, Yekaterina lanzó un gemido, quizás inquieta por oírles hablar. Ninguno de los hermanos habló durante cinco tensos segundos.
—¿Estás viendo la tele?—preguntó Susana, pero estaba claro que no se creía su propia pregunta.
Él salió casi volando y cerró la puerta.
—Sí, ya ves…
—Bueno, ya nos vemos.
—¡Adiós!
Ambos colgaron.