martes, 31 de mayo de 2022

¡Especial literario! (II)

Michuru quería seguir abroncando al público, pero este rugió asombrado. Se dio la vuelta y vio que, de entre las montañas de libros, apareció un individuo mal afeitado, con gafas y aspecto de hacerse el despistado. Estupefacta, Michuru se volvió a Danny y preguntó, gritando:
—¿Quién coño es este tío?
Danny estaba por su parte bastante perplejo.
—Verás, Michuru—intervino Polita, consultando sus notas—Es la elección de los productores. Por lo visto, opinan que este tipo va a ser una figura de la cultura y aquí lo tenéis, para que lo entrevistéis.
—¡Oh!—dijo Danny, lo que provocó la carcajada del público—Bueno, pues pasa… ¿Te llamas…?
—Roberto Perales—dijo el individuo, metiéndose ridículamente la mano en la solapa de la chaqueta, como en una mala imitación de Napoleón.
—Autor del blog del Lector Malquerido—leyó Polita, resaltando el nombre del blog.
Michuru puso mala cara.
—¿Es este el tío que hacía el paripé de tener una supuesta becaria que sólo quería sexo las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, las cincuenta y dos semanas del año?—lo último lo dijo para hacer reír al público.
—Soy muy feminista y contrario de los micromachismos—dijo el tipo de pronto.
Nadie dijo nada, excepto alguien del público que tosió. Otro le ofreció pastillas para la tos y el primero le dio las gracias.
—Bueno, hablemos—dijo Danny—He oído hablar de ti, pero no he leído nada tuyo. ¿Cómo resumirías tu narrativa?
—Hago literatura, pero quitándole lo literario. Así la acerco al pueblo.
Danny se rascó la nariz, inseguro.
—A ver si te he comprendido, ¿quieres decir que tu obra es sencilla, perfecta para quien quiera empezar, o…?
—Verás, te pongo un ejemplo: el último Nobel. ¿Quién coño ha leído a ese tío?
—Pues yo, mira por dónde—replicó Danny.
—¿En serio has leído a ese autor centroafricano?
Danny puso tal cara de consternación que el público hasta se asombró.
—Sí, y te devuelvo la pregunta, ¿qué intentas decir? Ese hombre es muy conocido en varios países africanos y me parece justo que le hayan dado el Nobel. Si se lo hubieran dado al cuñado del jurado por escribir gorrinadas sobre futbolistas en un fanficción, pasen tus palabras, pero está muy fuera de lugar tu actitud.
—Creo que lo que Danny quiere decir es que no todo el mundo tiene que escribir sobre su sueño de ir a una cafetería de Praga porque allí viviera Kafka, creo que era—dijo Michuru con ironía.
Roberto miró molesto a Michuru, quien empezó a hablar en un idioma desconocido. Los que veían el programa por la tele pudieron leer «Michuru habla en sueco».
—¿No será danés?—preguntó Roberto—Una vez leí una novela danesa de seiscientas páginas. Ya es delito, escribir seiscientas páginas en danés.
—Roberto, si quieres, podemos hacer un listado de los idiomas en los que se pueden escribir novelas largas según tu magna opinión y se lo enviamos a los de la UNESCO—dijo Danny guiñando el ojo.
El público lanzó sonoras carcajadas. Polita, pacientemente, cronometraba.
—A la UNESCO les pediría que prohibieran La isla de las palpitaciones—declaró—Soy mejor que sus espectadores.
Danny y Michuru se miraron, como preguntándose «Dime por favor que es una broma tuya». Polita dejó de cronometrar y los avisó.
—Ya ha acabado el tiempo que había que dedicarle, podéis echarlo si queréis.
Danny y Michuru se levantaron, lo agarraron y amenazaron con tirarlo al público, que rugía encantado. El tipejo agitó los puños, irritado, alegando que aquello era una muestra de que era un incomprendido.
—¡Invoco a los lectores de mi blog!
—Más vale que los soltéis—advirtió Polita—Me notifican que nos están acribillando con puntuaciones de «No me gusta».
Danny y Michuru lo hicieron a regañadientes. El tipo se marchó, gruñendo y mascullando algo como «Ya sabía yo que no era lo mejor salir en este circo de locos». Pasó al lado de Polita, quien le hizo una pedorreta sin siquiera girarse del todo. El público se reía de lo lindo, así como Danny y Michuru.
—Bueno, pues la siguiente sección tiene como protagonista a nuestro público… Aunque no sé, sigo enfadada con ellos por el trato dado a don Caldo—comentó Michuru con ironía.
El público lanzó alaridos y lamentos, «¡Perdónanos, Michuru!», «¡Somos víctimas de una nefasta educación» e incluso «¡Tengo un certificado oficial de tonto del culo!».
—¡Sí que se han puesto de moda esos certificados…!—comentó Danny, impresionado.
—Ya sabes, con tal de no dar golpe… Es la vertiente burocrática del refrán «Dame pan y llámame tonto».
Ambos rieron.
—Bueno, voy a ser buena—el público se alegró, pero calló enseguida para no provocar de nuevo el enfado de su diva—Vamos a hacer una encuesta literaria. ¡Adelante, Polita!
Polita dio la orden y en la pantalla del plató, lo único que vieron los telespectadores, apareció esta encuesta:

«¿QUÉ TE PARECEN ESTAS FAMOSAS OBRAS LITERARIAS?

CORPÚSCULO

EL PRÓDIGO CAPISCI

EL ARRIBISTA»

—Me parece cuestionable aplicarles ese sintagma, ¡pero bueno…!—dijo Danny, suspirando.
—¡AAAAAAAAAAAAH! ¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!
Ese grito procedió del público. Tan intenso fue que a Polita se le cayó el café, que debía de estar muy caliente, pues se soplaba en la mano desesperada. Danny y Michuru se miraron, extrañados.
—¿Todo bien?—preguntó Michuru, con preocupación.
—¡No puedo creer que critiquéis Corpúsculo!—gritó la misma voz.
—¿Eres fan?—preguntó Michuru, cortés.
—No, pero he leído en Twitter, en Tik-Tok y en el blog de una chica que las críticas a Corpúsculo suelen ser misóginas.
Michuru y Danny se miraron, asombrados.
—Mira, aquí somos tolerantes y respetuosos con todas las elecciones vitales, así como abiertos a cualquier debate y comentario, sin importar el medio...—empezó Danny—, ¡pero no!—sentenció y el público lanzó una exclamación que, empezando interrogativa, acabó siendo un reproche.
—¡AAAAAAAH!, ¿EEEEEEEH?—sería la onomatopeya más aproximada.
—Hija—dijo Michuru, señalando a la pantalla—Hemos incluido dos obras de hombres y una de una mujer. No creas que a esas dos no les van a llover críticas. De hecho—y señaló a Polita, quien no necesitó saber más.
En la pantalla aparecieron comentarios de la web oficial del programa. Algunos eran tales que:
«Corpúsculo es un rollo». Pepita.
«De El arribista no puedo ni decir que sea buen papel higiénico». Mondonguero 10239.
«El código capisci es un vodevil de veleidades disfrazadas de sentencias profundas, un bálsamo de feriante que encuentra el apoyo de una prensa vendida y el aplauso de tres o cuatro mamarrachos». Un pobre inculto.
«De estos tres libros no sacaría siquiera dos frases que pudiera decirle al vecino en el ascensor sin sentirme ridículamente estúpida». Josefa.
—Como puedes ver—continuó Michuru—Los tres están recibiendo palos.
—¡Pero es que Corpúsculo es un fenómeno!—replicó la muchacha.
—Y El arribista ya es una religión—dijo Danny—No es broma, la ha reconocido Nueva Armenia como religión estatal.
—Los neoarmenios son los neohipsters de la neohistoria—sentenció Michuru.
La muchacha emitió una especie de maullido de fastidio. Viendo que ya nadie replicaba, Michuru puso una cara muy alegre.
—Bueno, ¡pues por fin hemos llegado a nuestro invitado estrella de la noche!—anunció Michuru, entusiasmada.
—Sí...—dijo Danny, casi apático.
El público cuchicheó sobre la diferencia entre sus reacciones.
—Querido público, debo admitir que Danny tuvo otras opiniones sobre quien debía ser nuestro invitado estrella, pero como es el homenajeado, tuvo que admitir mi opinión.
El público lanzó una sonora exclamación.
—Así, y sin más preámbulos, ¡recibamos con un gran aplauso a Jaimito Fraile!
El público aplaudió, pero se oyeron preguntas como «Y este tío, ¿quién es?» cuando el recién llegado, un barbudo con camiseta y vaqueros, hizo dos peinetas con ambas manos y sacó la lengua. Michuru se quedó mirándolo un poco incómoda, mientras Danny hacía una mueca de desagrado.
—¡Hey, Michuru! ¡Saludos, Danny!
—¡Bienvenido, Jaimito!
—Encantado—dijo Danny, más reservado—Bueno, hablemos de tu libro, «Mil millones de pedacitos chiquititos». Según leo en la contraportada, se basa en hechos de tu vida.
—Autobiográfico—corrigió Jaimito.
—Bueno, ya sabes lo que dicen los mejores escritores: que incluso aunque cuentes algo que te ocurrió, entre el hecho y el recuerdo se hunde el abismo de la memoria y se alza la montaña del recuerdo.
El público mostró su asombro ante la inesperada poesía de Danny. Michuru tomó la palabra.
—El caso es que en el libro cuentas tus experiencias con las drogas. Llegaste a ser un adicto a la cocaína, a la heroína y a la zipizapeína.
El público lanzó una exclamación de terror.
—Sí, y lo más grave es que…
Jaimito adoptó una pose de profundo dolor. Michuru lo miraba, angustiada, mientras que Danny, esperaba educadamente. El público mostraba asimismo su expectación. Polita también apareció, dando órdenes de que se fijara la atención en el entrevistado. Al verse en la pantalla, Polita hizo una mueca para expresar que no sabía qué ocurría con el susodicho.
—...Provoqué accidentalmente la muerte de un amigo.
El público lanzó una exclamación tan profunda que el plató quedó inundado de un estentóreo «¡OOOOOOOOOH!». Michuru sufría por Jaimito, aunque Danny y Polita intercambiaron una mirada de ligero escepticismo.
—¡Ejem!—dijo Danny—Lamento el hecho, Jaimito. La lectura de tu libro lo deja claro, aunque...
Michuru lo miró con descarado desdén.
—Entiendo que es difícil hablar de una muerte personal, pero quizás te haya salido una descripción que se regodee en demasía en el melodrama barato.
Michuru tomó aire, indignada. El público se asombró de lo que hubieron oído.
—Danny—dijo Michuru e hizo una pausa—Tiene que haber literatura para todos los públicos, no sólo obras sobre un alcohólico esloveno que lamenta no follar todos los días con las chavalas del vecindario.
El público rugió, entusiasmado.
—Jamás he pensado tal cosa, ni sobre la literatura, ni sobre los eslovenos, ni sobre los alcohólicos, ni sobre las muchachas de los barrios. Ni de todas juntas, ya puestos.
El público aplaudió su respuesta.
—Pero escribir durante cinco páginas «¡No, no, no! ¡No puede morir! ¿Qué hay de nuestra promesa sobre correr desnudos por el campo de futbito?» me parece absurdo, máxime porque uno tiene la sensación de que es para justificar que aparezca como un minicapítulo. Minicapítulo que rompe la acción, puesto que…
Michuru lo ignoró, haciendo gestos burlescos que provocaron la risa del público, y siguió hablando con Jaimito Fraile.
—Así pues, has usado la literatura como terapia y reflexión.
—¡Sí, sí, sí!—gritaba Jaimito Fraile como un niño pidiendo más galletas—Sentía dentro ese demonio interior, que me obligaba a seguir el mal...
—Jaimito—dijo Danny, sapiencial—Si es interior, ¡claro que está dentro!
El público abucheó los comentarios de Danny. Michuru lo miró de nuevo con desdén, pero Polita le daba la razón a Danny.
—Técnicamente es correcto, Michuru—dijo ella, sorbiendo café otra vez.
Michuru se levantó y algo soliviantada, empezó a explicarse.
—¡Por favor! Hablamos de literatura íntima, personal. No niego que su estilo pueda ser simplón a ratos, pero creo que podemos perdonarle esos errores.
Se volvió a sentar, aclamada por el público, mientras que Danny y Polita intercambiaban miradas de fastidio.
—Ahora viene lo importante: acabaste en la cárcel, porque robaste para pagar tu adicción.
Jaimito volvió a adoptar esa pose de profundo dolor. El público le daba ánimos para que hablara.
—¡Fue traumático! Fui a parar a un penal inhumano. Los olores, las cucarachas, las palizas, el aislamiento, las cucarachas, las bandas, las duchas, los camastros, la comida, las cucarachas, la desesperanza, la inactividad, la culpabilidad… ¿He nombrado las cucarachas?
—Tres veces—dijo Polita, consultando una pizarra en la que había estado apuntando las veces que las había nombrado.
—Eran las cuca… «arrachas»—comentó Danny.
Nadie se rió, ni tan siquiera Polita. Michuru agitó la cabeza decepcionada. Se oyó cantar a un grillo y alguien entre el público comentó:
—¡Un grillo no es una cucaracha!
El grillo dejó de cantar de improviso. Polita miraba por el suelo, buscando al grillo, cuando de pronto prestó atención al pinganillo.
—¿Cómo lo hará?—se preguntó y se dirigió a Michuru—No te vas a creer quién ha llamado.
—Será Miguelito—dijo Michuru, segura—Quiero decir, ese muchacho siempre sabe cuándo vamos a emitir un programa. Tiene algo parecido al sentido arácnido de Spider-Man.
—Pues casi, es alguien que dice ser un conocido suyo y que tiene que decirte algo importante sobre nuestro invitado.
Michuru chasqueó los dedos ostentiblemente, con una mueca de fingida decepción, lo que causó que el público se partiera histéricamente de la risa. Para los telespectadores, apareció el cartel «¡¡MICHURU A VECES FALLA, AMIGOS!!».
—¡Cachis! Bueno, los amigos de Miguelito son bienvenidos, así que le invito a hablar.
Se oyó una voz después de los sonidos de conexión de rigor.
—¿Hola? ¿Michuru? ¿Michuru? ¿Michuru?
—¿Qué? ¿Qué? ¿Qué?—respondió ella y sacó la lengua, burlona.
—¡Ah! ¡Hola, Michuru! Soy amigo de Miguelito.
—Ya me lo han contado. Bueno, ¿qué quieres?
El tipo bebió agua. El público bisbiseaba, expectante. Danny y Michuru se miraban, pacientes. Jaimito parecía inquieto. Polita se llevó el vasito de café a la boca, pero entonces miró su interior y lo levantó, examinándolo. Debía de estar vacío.
—Perdona, es que tenía sed. Escucha, voy a ser directo: el tío ese miente. No es cierto lo que cuenta.
El público lanzó una sonora exclamación que inundó el plató. Danny se sorprendió, Michuru se irritó y Jaimito Fraile se quedó helado. Mientras, Polita le pedía al gordo que se había estado hurgando la nariz otro café, pero miró al plató al oír la conmoción.
—¡Mira lo que dices, que este es el programa Homo homonivorus y nos preciamos de ser verdaderos!—dijo Michuru.
—Incluso crudos—dijo Danny.
—Yo no, a mí me guisaron estupendamente—replicó Michuru y el público se rió.
—Veréis, soy el autor de la web «Anales Criminales». Os pido que no digáis nada del título, sé que suena raro. En cualquier caso, mi web se encarga de recoger datos sobre criminales famosos. Cuando he oído hablar del pasado del tal Jaimito, lo he investigado. Nada es cierto.
El público emitió una exclamación de absoluto desconcierto. Danny abrió la boca, pasmado. Polita escupió casi todo el café que estaba bebiendo. Jaimito se puso blanco. No obstante, Michuru no dijo nada.
—Vale, dime qué has descubierto.
—Pues te cuento: al pavo lo detuvieron hace diez años por intentar vender un cigarro que en realidad era de hierbas aromáticas. Como al fin y al cabo no era tal, lo soltaron inmediatamente. Hace cinco, se saltó un stop para patitos y lo multaron.
—¡Qué monstruo!—gritaron entre el público.
Michuru vio por una de las cámaras la expresión de Jaimito. Sin moverse, giró el cuello hacia él de modo brusco. El público no se atrevió a hablar, a pesar de que Danny hacía gestos cómicos que querían decir que iba a recibir una buena bronca.
—Bueno, Jaimito—dijo Michuru, tranquila—, ¿qué puedes decir de estas acusaciones?
Jaimito estaba nervioso. Polita pidió a los cámaras que centraran la imagen en él y añadieran estos carteles para los telespectadores:
ESTÁ SUDANDO MUCHÍSIMO. ESTE TÍO ESTÁ A PUNTO DE VENIRSE ABAJO EN LO QUE SE TARDA EN DECIR «MEFISTÓFELES».
—Bueno… A ver, respecto a la cárcel… Es posible que nunca haya sufrido una condena en firme.
Danny hizo gestos de profunda decepción. El público lanzó una sonora exclamación, que volvió a envolverlos. Michuru no dijo nada.
—Entonces, todo lo que has escrito… Lo de tu amigo muerto, las experiencias con las drogas…
—¡Ahí está la clave!
—¡Menudo frase tópica, Jaimito!—dijo Danny, enfadado.
Polita se rió del comentario de Danny.
—Quiero decir que todo es real, pero no me pasó a mí. Les pasó a unos amigos… que han muerto—dijo, patéticamente, tanto en el sentido literal como en el metafórico.
Se volvió a oír el canto del grillo. Polita volvió a buscarlo.
—Jaimito...—empezó a decir Michuru con una sonrisa de oreja a oreja—¡NO ME JODAS!
—¡La has fastidiado, chaval!—dijo Danny, riendo.
—¡Exacto! ¡INSENSATO!—gritó Michuru cual personaje homérico relatando la desdicha ocurrida a un necio—¿Acaso no sabes que en este programa nos es preciada la absoluta verdad de nuestros entrevistados?
Todos aplaudieron: el público, Danny, Polita, seguramente el grillo que había cantado también aplaudía, dentro de los medios posibles para tal insecto.
—Te juro que es verdad, Michuru.
—¡Me importa un huevo de Santo Pito Pato bizco!—gritó Michuru.
El público rugía, satisfecho por el nuevo giro de la entrevista, mientras que Danny contemplaba el espectáculo riendo. Polita se limitaba a dirigir la grabación.
—Bueno, quizás para compensar...—Jaimito rebuscó en una bolsa que traía y sacó un tocho enorme—He escrito este otro libro, «Al pan, pan, y al vino, vino». Resulta que viene Jesucristo de nuevo a la Tierra, pero ahora nace en Malasaña y...
Danny y Polita se dieron una palmada en la frente, mientras el público gritaba «¿EN SERIO, TÍO?», pero entonces pasó a gritar asombrado cuando Michuru cogió el libro y se lo estampó al autor en la cabeza, una verdadera hazaña puesto que parecía muy pesado.
—¡ESTO PIENSO YO DE TU LIBRO SOBRE JESUCRISTO! ¡CRETINO! ¿PARA ESO NO HE LEÍDO NO SOY STILLER, DE MAX FRISCH?
—¡Magnífica novela, amigos!—recomendó Danny.
Michuru entonces destrozó el volumen a mordiscos, mientras Jaimito lloraba desconsolado.
—¡Aaaaaah!—gritaba Jaimito—¡En ese libro expresaba mi idea sobre el Mesías al que yo admitiría!
Polita encargó a los de grabación que hicieran cuantos memes se les ocurrieran con Jaimito lanzando su cómica exclamación de horror, que se hicieron enseguida populares.
—¡INSENSATO!—gritó de nuevo Michuru, esta vez con un matiz más propio del Antiguo Testamento, paradójicamente por lo que añadió a continuación—¿NO SABES QUE NADIE ES PROFETA EN SU TIERRA? ¡LO DIJO JESUCRISTO!
Entonces, se lanzó sobre Jaimito y lo obligó a comer las trizas que ahora eran su libro mientras le mordía. Finalmente, el escritorzuelo escapó como pudo, abucheado por el público y con Polita añadiendo sonidos cómicos a su patética huida.
—¡Vaya, amigos! ¡Michuru me ha superado en la crítica literaria! ¡Mis aceradas críticas nada pueden contra su crítica a dentelladas!
Todos rieron, incluso Polita y su equipo. Michuru se volvió, jadeando. Un grupo de sanitarios llegó y atendió a Jaimito, quien fue abucheado, aunque de pronto se oyó:
—¡No tiréis cosas, que les podemos dar a los de emergencias!
—¡Ah, esperad!
Y los sanitarios, amablemente, se retiraron y el público le arrojó al malhadado Jaimito tomates, papeles, herraduras e incluso alguien arrojó la cabeza de una muñeca de aspecto siniestro. Una vez acabada la lluvia de porquería, los sanitarios se lo llevaron entre aplausos.
Mientras, Michuru bebía de una botella.
—¡Me cago en su puta estampa!—gritó Michuru, y el público la cubrió en alabanzas y ánimos—¡Gracias, amigos, pero ahora tendremos que ir a publicidad antes de tiempo! ¡He echado al último invitado antes de hora!
—Si me permites...—intervino Danny, lo que causó el entusiasmo del público.
Danny intentó pedir silencio, pero el gesto fue interpretado como genuina humildad y dio lugar a más aplausos, incluyendo a Polita, quien aplaudía asimismo.
—Sí, Danny—dijo Michuru, cuando todo se calmó dentro de lo aceptable—Debería haberte escuchado.
Nuevos rugidos y cuando volvió el silencio, Danny habló.
—Sólo por si acaso, llamé a un viejo amigo mío para que fuera un invitado de reserva, por si se nos moría alguno o lo secuestraba la Cucaracha Marxista.
Michuru se quedó mirando a Danny un buen rato.
—¿No será el tío que escribió eso de la chica pulpo y el pavo ese que se hacen amigos?
—¡Pues sí!
Michuru y Danny se miraron un buen rato. El público contenía la respiración, hasta el punto de que se oyeron golpes de algunos cayendo por falta de aliento. Polita miraba también, intrigada, sin tomar el café.
—Mira, que salga si le apetece—cedió por fin Michuru—No soy quien, supongo, para hacer juicios literarios.
—¡Bravo!—dijo Danny—Polita, pídele a ese hombre que salga.
Polita le indicó a alguien que pasara y algo voló a su lado. El mismo tipo de la grabación, un poco más envejecido, salió al plató entre aplausos no escandalosamente ruidosos.
—¡Hoolaaaaa!—saludó C. a Danny, afectuosamente—¡Cuánto tiempo! Un placer, Michuru Fernández.
—Lo mismo digo y disculpa el lamentable espectáculo con ese pájaro.
—¡Naaaaaa! Has hecho bien, así se debe tratar a los autores que van de listos por la vida y luego escriben gilipolleces. Que escriban gilipolleces, como yo, o que vayan de listos siendo buenos, pase, pero las dos a la vez, ¡ni de coña!
El público se asombró de tan contundentes opiniones. Michuru estaba un tanto perpleja y Danny asentía, satisfecho.
—Bueno...—empezó Michuru, recuperada la compostura—¿Puedes hablarnos de alguna obra reciente?
—Podría, pero no me hace falta… SOIS una de mis obras más recientes.
Danny y Michuru se miraron, extrañados. C. entonces sacó de un bolsillo una tablet de apariencia normal, pero cuando Danny y Michuru la quisieron ver de cerca, leyeron lo siguiente:

«En el centro del plató, se ve una silueta de construcciones con inclinaciones un poco empinadas. Cerca de cierto amontonamiento bajo, dos figuras se mueven. Las luces se encienden y vemos a Danny y Michuru salir de un montón de libros, que constituyen las construcciones. Ambos salen mientras el público ruge entusiasmado.
—¡Qué alegría, amigos!—dijo Michuru»

No pudieron seguir leyendo. Aterrados, se miraron consternados y el programa pareció congelarse. C. se encogió de hombros y comentó:
—Siempre es duro encontrar al creador.

lunes, 30 de mayo de 2022

¡Especial literario! (I)

En el centro del plató, se ve una silueta de construcciones con inclinaciones un poco empinadas. Cerca de cierto amontonamiento bajo, dos figuras se mueven. Las luces se encienden y vemos a Danny y Michuru salir de un montón de libros, que constituyen las construcciones. Ambos salen mientras el público ruge entusiasmado.—¡Qué alegría, amigos!—dijo Michuru—Nuestro programa no ha sido cancelado después de todo.
—Los productores se congratularon al descubrir que, gracias a Miguelito, la gente pasó de la reposición de esa cutre serie y piratearon las ondas—dijo Danny.
—¡Nos complace decir que el autor de la contraprogramación ha sido ejecutado!
El público rugió entusiasmado.
—¡Junto a su familia!—añadió Danny.
De nuevo, rugidos.
—¡Y su perro es ahora salchichas de oferta!—concluyó Michuru.
—¡¡¡AAAAAH!!! ¡POBRE PERRITO!—se oyó gritar.
Danny y Michuru se miraron con cierta sorpresa.
—¡Bueno, bueno!—dijo Michuru—El caso es que nuestros jefes están complacidos y aquí estamos con vosotros. Para compensar el mal sabor del final del anterior programa, nos han dejado hacer el tipo de programa que mejor nos parezca.
—¡Que te parece mejor a ti!—dijo de pronto Danny, un poco avergonzado.
El público lanzó alaridos de exclamación. Michuru les pidió callarse.
—¡Qué tímido eres! Amigos, este programa es en honor de Danny.
—¡OOOOOOOH!—gritó el público.
—¡Y es que Danny se estrenó como presentador de un programa literario, amigos!
Danny hacía gestos de que le resultaba un apuro.
—¡Venga, Michuru! Sólo era un chaval en la universidad.
Michuru le dio un palmetazo en la espalda con tal fuerza que Danny casi se cayó, lo que causó la carcajada del público.
—¡Polita!—llamó Michuru—¿Está lista la pantalla, para que veamos aquí la grabación?
—Sí, Michuru—dijo Polita, tomando un café, y casi lo escupió todo al ver que aparecía ella en la imagen—¡Estás filmándome a mí, hijo de…!—empezó a gritarle al cámara.
—¡Tranquila, hija!—gritó Michuru, sonriendo un poco asustada—Es que, como dijiste en el anterior programa que querías salir por la tele, pues te sacaremos.
Polita se quedó un poco apurada. Se disculpó con el cámara (quien prefirió ignorarla) y, peinándose a toda prisa, comentó:
—¡Podrías haberme advertido! ¡Tengo unos pelos…!
—Estás bien—dijo Danny.
Pero Polita siguió peinándose.
—Bueno, decía que sí. Cuando queráis, ponemos el vídeo. Me ha costado un poco adaptarlo, pero la filmación es buena, Danny—comentó al acabar.
—Sí, el cámara era un buen amigo. Murió en la actual Guerra del Golfo.
El público dejó escapar suspiros melancólicos. ¿Cuántos tendrían a un familiar luchando allí?
—¡Vaya…!—Michuru le hizo una señal a Polita para que pusiera el vídeo—¡Amigos, Danny en sus años mozos!
Se oyeron gritos entusiasmados, particularmente femeninos. La pantalla se encendió y, para los telespectadores, su imagen ocupó el total de la pantalla. Apareció Danny, con gafas de montura gruesa y traje clásico, en un plató discreto, pero funcional.
—¡Buenas tardes!—saludó con voz juvenil—Este programa se emite bajo la licencia de la UMED, Universidad Mundial de Educación Discontinua. Mi nombre es Daniel—se censuró el apellido—y vamos a hablar de literatura. A pesar de nuestros humildes medios, hemos logrado que accedan a visitarnos personalidades del mundo de las letras. Sin otros preámbulos, recibamos con un aplauso al primer invitado… ¡CAPO!
Se oyeron algunos aplausos y entró un tipo algo bajo, más bien ancho, rechoncho y con pelo negro que empezaba a aclararse por la coronilla. Su paso era ágil, pero su actitud denotaba profundo nerviosismo y saludó a Danny casi apresurándose.
—¡BuenosdíasDanny!—saludó, hablando casi comiéndose las palabras.
—Saludos, C. Es como te gusta que te llamen con confianza, ¿verdad?
El tipo asintió dos veces en apenas un segundo. Se sentaron y Danny tomó la palabra.
—He decidido empezar por ti porque eres alumno de la UMED y los autores veteranos te han cedido el honor. Bueno… C., tienes cierta fama como creador de relatos un tanto extravagantes.
—No puedo negarlo—dijo el tipo, ya más tranquilo, aunque seguía hablando rápido y casi que parecía que tenía prisa.
—He leído dos. En uno, un pobre hombre pasa unos días en una cabaña mientras la lluvia no deja de caer. No queda claro por qué el hombre está allí, excepto que ya lleva algún tiempo cuando la narración comienza. El tono refleja la impotencia, pues no va a dejar de llover, y la acción, o más bien su falta, la alienación de este individuo, cuyo aislamiento es ya un hecho irreversible sin que importe si fue su elección.
—Le pusieron otro título para publicarlo—tomó la palabra el individuo, complacido de que hablaran de aquel relato—, pero en mi fuero interno lo llamo «Cansancio». Como podrás entender, es un reflejo del cansancio que a veces producen nuestras vivencias, cuyo control no tenemos después de todo, excepto quizás para elegir el color del llavero y poco más.
Danny asintió.
—¡Vamos, que he acertado!—rieron con simpatía—El otro no sé cómo clasificarlo, y te pido que me disculpes porque me he preparado el programa a conciencia. En sí, el relato sigue ciertos motivos de la aventura: un hombre de carácter alegre y espontáneo decide investigar una cueva donde, le han dicho, se hallan maravillas. Como suele ocurrir en tales relatos, una criatura fabulosa lo sorprende, impidiéndole el paso. Aquí es donde el relato parece descarrilar, pero dudo que sea el caso porque es intencionado, en cualquier caso la criatura es algo así como una mujer pulpo demoníaca, ¡supongo!—dijo Danny, inseguro.
—Tranquilo, si quieres llamarla así, adelante. En rigor, ni yo mismo sé qué narices es la chica con tentáculos—rieron con ganas.
—El tipo y la chica pulpo—continuó Danny—no luchan, sino que mantienen una extraña conversación en que ambos parecen discutir la conveniencia de que ella lo devore a él. Creo que la chica habla ruso, ¿no?
—Ucraniano, aunque seguramente me equivoqué en algunas expresiones.
—En fin, que la conversación es una especie de diálogo de besugos, aunque aquí tenemos claro que el tipo le gana verbalmente a la chica, quien de pronto se arroja al vacío cuando comprende que no tiene argumentos para rebatir al otro. ¡Qué casualidad que allí cerca hubiera un precipicio!—rió Danny.
—¡Sí, bueno!—contestó el entrevistado, también riendo—Quise que fuera una referencia a la Esfinge de Tebas arrojándose al vacío después de que Edipo resolviera el enigma. Siempre me maravilló esa especie de admisión de su propio fin por parte del monstruo antropófago.
—Pero, al contrario del marido de su propia madre, el aventurero salva a la chica y se hacen amigos. Posteriormente, conocen las maravillas de la cueva. Ambos se marchan en busca de otras aventuras. Me da la impresión de que, si el relato anterior expresa tus momentos de tristeza, este celebra las sorpresas inesperadas y divertidas...
De vuelta al plató, Michuru tomó la palabra.
—Polita, adelanta porque el tío ese se pasa doce minutos hablando a toda prisa. ¡A saber qué escribirá hoy en día! ¡Cosas raras, seguro!
—Era un tío majo, un poco raro simplemente—dijo Danny, amable.
La grabación mostró entonces a un individuo de mirada desquiciada hablando con Danny.
—La literatura—dijo el individuo—es como el cadáver de un hombre, en el que los gusanos roen sus entrañas putrefactas, pero asimismo es abono para hermosas plantas.
—Bien, le agradecemos, estimado Steven Nice, que haya acudido a este humilde programa.
—¡Para nada!—dijo el hombre, cambiando de actitud repentinamente—Siempre seré partidario de los nuevos canales de literatura.
—Es usted el autor de El osito que conoció al dinosaurio infeliz y tengo que admitir que me ha sorprendido. Es una lectura muy amena para cualquier lector.
—¡Por supuesto!—dijo, sonriente—Un libro que no llegue al lector adecuado es un fracaso. No todo lector está siempre preparado para el libro, una espina que nosotros los autores debemos soportar…
De vuelta al plató, Michuru estaba impresionada.
—Siempre me han encantado los libros de Steven Nice, aunque a veces en persona es un tipo un tanto adusto.
—Es que dice las cosas sin pelos en la lengua—dijo Danny—Creo que le comprabas sus libros a tu sobrina, Polita.
—Sí, sí. Ella los ama.
Continuaron viendo el vídeo. En este, Danny miraba descontento a un viejo de aspecto remilgado.
—Bueno, don Agapito. Debo admitir que no me ha gustado mucho su libro, Estropicio.
—Quizás seas de los que dicen que al Quijote le sobran capítulos—dijo Agapito con un aire de afectación exagerado.
—No estamos hablando de tan magna obra. Y no creo que nadie haya insinuado que al Quijote le sobren capítulos, sino que una obra llamada así debería ir sobre el de la triste figura y no entretenerse con los amores de unos jovenzuelos o con un bravo cautivo al punto de olvidar al anterior. Ya sabe, Cervantes mismo en la segunda parte hizo lo que le señalaron.
—¿Y qué no te ha gustado?
—Hombre, el principio me gusta. Esa idea de un viejo intelectual que se enfrenta al fin del mundo, o al menos eso parece. Pero es que esa idea se vuelve pesada, con el viejo martirizando al pobre niño mudo con todos sus discursos sobre el pecado. Al principio tenía su interés, pero me admitirá que cincuenta páginas con semejante soliloquio son excesivas.
—Bueno, es que pertenezco a una generación de tertulia de café, donde pasábamos horas hablando, debatiendo, disfrutando de nuestra propia voz...—comentó el viejo y deja caer la frase, como paladeando su propia voz.
—No lo dudo—dijo Danny, con fastidio—En fin, cuando acaba el prólogo y el desastre tiene lugar, se acumulan las situaciones estrafalarias. No acabo de entender por qué se dedican tantas páginas a narrar que la hija del tipo se pasea desnuda por la casa, así como a describir su turgente trasero, si se me permite llamarlo así.
—Es una metáfora sobre la belleza y fragilidad del ser humano.
—Será el caso, pero que vaya desnuda mientras cría gallinas es un poco forzado. No obstante, lo que menos me gusta es cuando se da la supuesta solución. ¿En serio cree que es buena idea llamar bruja a una mujer sólo porque tiene fama de ser algo rara? ¿Además de que no se la muestra sino simplemente como solitaria? Y ya el final me parece un intento de epatar un poco desfasado, quemando la casa. ¡En una película de Michael Bay eso ya es hasta tópico, hombre!
—¡No soporto más tus vahídos! Te reto a que defiendas tu opinión.
—¡Muy bien! ¡Acepto!
Entonces, dos tipos trajeron dos sables, que Danny y Agapito examinaron. Se pusieron en guardia e intercambiaron unos mandobles, pero no duró mucho porque Danny ensartó a Agapito. Se oyó cómo este gritaba «¡Gñé!».
De vuelta al plató, el público gritaba entusiasmado. Michuru llevaba entonces unas gafas de diseño rebuscado.
—¡Caramba, Danny! Ya tenías tendencia a hacer comentarios… hirientes.
El público rió.
—De ahí, mi fama como autor de críticas… aceradas.
El público seguía riendo enloquecido.
—Lo único que echo de menos son tus gafas. Eran muy intelectuales.
—Me operé, ¿recuerdas?
Michuru lanzó un gemido de decepción, al que se sumó el público.
—¿Qué te parece, Polita?
—Pues se me haría raro ver a Danny con gafas. Aquí siempre llevó lentillas, como mucho.
—Si lo hubiera llegado a saber, me habría comprado una montura con cristales para complaceros.
El público rugió, entusiasmado.
—Bueno, pues pasemos a los invitados de la noche. Hemos invitado a varios autores y vamos a hablar con ellos de su obra—Michuru señaló hacia un punto—Nuestra primera invitada es Jacinta Remal, la celebérrima autora de la saga de libros infantiles Quico Alfarer.
Entró una señora ya madura, con una actitud que parecía propia de quien ha sido invitado a una fiesta importante de donde teme que lo echen a patadas por cualquier cosa. La mujer se sentó, como si temiera un ataque en cualquier momento.
—¡Hola, Jacinta!—saludó Danny con respeto.
Jacinta lo observó con precaución exagerada y le dio la mano, aunque a regañadientes.
—Hola… ¿No habrá por aquí…?—y, casi con terror, acabó la frase—¿mugrientos…? Creo que ya entiendes lo que quiero decir.
Michuru tuvo que hacer su mayor esfuerzo para seguir poniendo buena cara, mientras le hacía señas a Polita, quien actuó con rapidez y dio las pertinentes órdenes.
—Jacinta, ya sabemos que has hecho declaraciones… llamativas—se detuvo Michuru, sonrojada por su propio eufemismo—respecto a los mugrientos, pero nuestro equipo es profesional.
Polita asintió vivamente. A su lado, un tipo gordo y moreno se hurgaba la nariz ostentosamente, pero cuando se dio cuenta de lo que hablaban, se sacó el dedo y levantó el pulgar, sonriendo forzadamente. Polita se llevo la mano a la frente, desolada.
—Jacinta—intervino Danny, encarrilando el tema—, ¿no te parece que en tus libros le das demasiada importancia al protagonista? Vale con que sea un mago con un gran destino, pero que encima lo hagas tan importante en el juego ese que es una especie de béisbol posmoderno es pasarse un poco, ¿no crees?
—Hombre, se llaman literalmente Quico Alfarer. Es lógico—dijo la señora, agitando los brazos.
—A mí lo que me llama la atención es lo del canciller de la escuela a la que va el chico. Quiero decir, ¿es gay o qué?—preguntó Michuru.
—Sí—respondió Jacinta.
—¡Pues no se nota!—dijo Michuru y el público estalló en carcajadas.
Jacinta puso mala cara y sonrió forzadamente.
—Como podrás ver en mis entrevistas, siempre lo he dicho.
—Admitirás, Jacinta, que eso va en contra de la primera regla de la narrativa: no se dice que un personaje es esto o aquello, se muestra. Es como si dijéramos que el lobo feroz tenía como hobby resolver crucigramas, si no se muestra en la historia, es un dato inútil—intervino Danny.
El público aplaudió con discreción.
—Danny, la técnica literaria actual ya no es tan simple—respondió la mujer, quien intentaba aplacar un tic nervioso del párpado—Una franquicia está en continuo proceso de expansión y los personajes pueden ganar nuevas facetas.
—Permíteme que te diga que eso no tiene nada que ver—replicó Danny, tranquilo—Estamos pidiéndote que lo muestres gay. Es tan fácil como que bese a un hombre.
Todo el mundo aplaudió. Michuru, Polita, el público… ¡y aún más! Las pantallas mostraron reuniones en las principales ciudades del mundo, aplaudiendo a Danny.
Jacinta se quedó consternada.
—¿Cómo puede haberse organizado semejante despliegue en tan breve tiempo?—fue todo lo que la pobre mujer pudo decir.
—¡Con magia!—dijo Michuru y todo el mundo rió histéricamente.
—Mugrientos—estaba musitando Jacinta cuando todo el mundo se dio cuenta—¡Malditos mugrientos…!
Polita hizo gestos de que ya era suficiente.
—Bueno, Jacinta, esta es sólo una introducción, luego seguiremos hablando.
La mujer se marchó entre aplausos mendigados por la pareja de presentadores.
—Nuestro siguiente invitado es el autor de Las Pejiguéricas, Caldo Simón.
El público aplaudió inseguro, mientras un hombre mayor entró al plató, saludando a Danny y Michuru.
—Esa fue una buena estocada, Danny—dijo, afable, y el público aplaudió con mayor energía.
—Gracias, don Caldo. Bueno, pues me ha asombrado su obra.
—A mí también—intervino Michuru—, aunque el primer capítulo casi no lo acabé, ¿eh?
Don Caldo se echó a reír.
—Bueno, pero lo acabaste, ¿no?
—Sí, con la sensación de que había retrocedido a principios del siglo XX y que era telegrafista con horas extra.
Los tres rieron con ganas, aunque el público estaba confuso.
—Amigos, el primer capítulo de la obra de don Caldo es una línea que abarca ochenta páginas—aclaró Danny.
El público lanzó exclamaciones de terror.
—Conectada por puntos y coma, paréntesis y hasta un caso de dos puntos.
Hubo desmayos entre el público.
—Y es necesario para percibir cómo la sucesión de la historia es una caótica repetición de conflictos por las ambiciones de unos pocos—añadió Michuru.
Tanto don Caldo como Danny aprobaron su comentario, pero el público gritaba que eso era «ilegible».
—¡Sólo un párrafo capaz de ser leído en voz alta puede ser literario!—gritó un espectador y todos le aplaudieron.
—Esa es la condición normal—admitió Danny, pero el público estaba en guardia—, pero a veces la literatura ha de ir más allá de lo corriente y probar nuevos caminos estéticos, aunque estos parezcan inicialmente contrarios a lo literario.
El público protestó y empezó a sufrir una rabieta sincronizada, cuyo volumen se habría hecho insoportable si Polita no hubiera ordenado al punto una insonorización mediante extractores.
—Lamento esta situación, don Caldo—dijo Michuru, compungida.
—No te preocupes, no siempre se pueden escribir obras para todos. Como ha dicho al principio del programa el gran Steven Nice, que es un autor de renombre.
Parte del público se calmó cuando comprendió que estaba elogiando a un autor de su gusto, aunque Danny y Michuru, al modo de maestros severos, les dedicaron sus rostros de enfado.
—Que asaltéis el plató de tanto en tanto, podemos tolerarlo, pero, ¿afear a nuestros invitados sin nuestro consentimiento?—Michuru no pudo continuar, dolida.
—Lamentamos lo sucedido, don Caldo—comentó Danny mientras despedía al escritor, quien no parecía molesto y de hecho se marchó con una gran sonrisa.

lunes, 2 de mayo de 2022

Hermanas, rivales (II).

En la sala principal de la casa, el ambiente era muy animado. Yekaterina bailaba de un modo inaudito: se agachaba sobre una pierna y estiraba la otra, mientras cantaba algo así como «¡Kalinka!». Con visible alegría, los dos hombres que fuera a buscar el chicuelo se esforzaban por reproducir el ritmo a la velocidad necesaria. El resto de acompañantes recibieron permiso para oír la canción, que les gustaba, así como Ji-young, sus dos ayudantes y el chico.
Las dos ayudantes se reían y se daban codazos. Ji-young lo entendió: uno de los tambores era joven y bien parecido. Este, consciente del efecto que tenía en las jóvenes, les dedicaba pícaras miradas. En un momento dado, esta se cruzó con la de Ji-young y el chico retiró la mirada de inmediato.
«Ese pobre imbécil no sabe que me importa menos por los motivos que él cree», y miró a sus pupilas, «Me fastidiaría que se quedaran preñadas siendo apenas unas niñas».
Se fijó en Cuternia. No la tenía muy lejos y se acercó a ella.
—Me voy al excusado—le gritó al oído al pasar—Quisiera preguntarte algo.
Ji-young no tenía ganas de orinar, ya se había habituado a hacerlo en un rincón de la hacienda donde había letrinas poco frecuentadas. Así que esperó, reflexionando sobre las vueltas de la vida. La muchacha, que en su país apenas sería legalmente adulta, la miró expectante cuando llegó.
—¿Qué va a pasar? Me hago cargo de que es una situación en la que hay que ir con tino.
—No te preocupes, que nadie de la hacienda tiene la culpa. La señora Mumnia ya sabrá qué hacer.
La chica pasó al excusado, con tal calma que Ji-young la admiró. A su edad, ella era una niñata que no habría llegado a tiempo a la letrina. Volvió a la fiesta lentamente cuando de pronto se topó con un hombre.

Anush miraba a los esclavos reunidos con una sonrisa de perfecta cordialidad.
—Esta es una historia bien conocida de donde soy, como os podrán decir Kafika y Akakios.
«Hace ya muchas crienias, que en mi mundo es el mismo tiempo, pero en bucles estacionales más cortos, hubo un hombre que, en la que nosotros llamamos Segunda Guerra Mundial, cometió muchas atrocidades innombrables. Como este hombre perteneció al bando de los países perdedores, huyó pues sabía bien de sobras que, de ser encontrado, lo matarían con premura. No obstante, los poderosos decidieron que era mejor perdonar sus fechorías y las de otros semejantes a él porque interesaba en ese momento congraciarse con su país, cuya población no combatiente había sufrido lo que nosotros llamamos «ataque resonante con núcleos», que fulminan como solecitos.
El hombre maltrató demasiado a sus prisioneros, abusando de su poder como hacen los viles cuando se saben intocables. Uno de ellos que sobrevivió a sus actos malvados había jurado perdonarlo y entregar su vida al Ungido en ese caso, cosa que cumplió porque era un hombre de noble corazón. El hombre, fijaos hasta dónde llegó su compromiso, quiso entrevistarse con este miserable no para cubrirlo de injurias, sino para reconciliarse con él.
¿Qué creéis que respondió aquel hombre?»
Miró a sus feligreses.
—¿Intentó matarlo?—preguntó uno.
—¿Quién a quién?—preguntó Anush.
—El miserable a ese gran hombre.
—Yo creo que se hizo el loco—dijo otra.
—Pues creo que a lo mejor no fue, alegando excusas.
Anush asintió en dirección de quien había dicho lo último.
—Así es, pero además esta fue especialmente mezquina: el hombre aseguró que era todo una celada para atraparlo y juzgarlo. ¡Insensato y vanidoso! La mayoría de los criminales de ese país se libraron de tener que responder de sus crímenes, cuando no los cogieron soldados con menor escrúpulo para ajusticiarlos ellos mismos. Él no era sino otro criminal, absolutamente inane.
Anush dejó que la historia se les quedara grabada.
—Y la moraleja es: tememos el daño que nos podrían hacen, pero sólo los buenos son capaces de reconocer el bien, por inesperado que sea. Los malos jamás la esperan y por ello son los realmente débiles, que se ocultan en la crueldad. Eso es todo.
Hubo discusión.
—Creo con franqueza que esas señoras debieran oír tu historia—dijo una—Su abuelo sometió a los nuestros hace una cuenta ogdón y están muy orgullosas.
A Anush le brillaron los ojos.
—Llevas razón, deberíamos al menos intentarlo.
Se levantó. Akakios y Kafika la miraron y, viendo su determinación, la siguieron. Se sumaron casi todos los feligreses.

El hombre insistía a Ji-young.
—¡Te pagaré bien!
—¡No soy alcahueta!—protestó la visitante del otro mundo, indignada por la petición de ese tipo, que quería disfrutar de sus dos ayudantes al mismo tiempo.
Ella se dispuso a darle un codazo cuando el hombre se quedó con la boca abierta. Ji-young siguió su mirada y vio que había una muchedumbre de siervos acercándose. Cuando se fijó en las primeras caras, reconoció a Kafika, a Anush y Akakios.
—¿Qué hacéis aquí?—preguntó Ji-young.
—Querían ver a esas visitas y a mí me causa cierta curiosidad. Por una vez, no somos nosotros los visitantes.
Ji-young consideró qué podía ocurrir. No obstante, simplemente era una petición.
—Las llamaré.
—Gracias—respondió Anush.
Pero Ji-young no tuvo que ir a ninguna parte. Cuternia salió de las letrinas y se quedó un tanto perpleja, pero no perdió la calma.
—¡Qué reunión vamos a tener! Han venido incluso más de los esperados.
—Dicen que les apetece ver a las señoras—dijo Ji-young, señalando.
—Déjame a mí, conozco a la tía.
El hombre miraba estupefacto a Akakios, como preguntándose si era tan grande como parecía. A Ji-young le pareció bien agobiar al pelmazo un poco y se acercó aposta a su antiguo amigo.
—Últimamente hablamos poco—les dijo.
—Hablo en las reuniones. ¿Cómo están esas muchachas?
—Bien, aunque aún se asustan de las cosas que digo a veces.
—Ten cuidado—le dijo Anush, apoyada en Akakios—Las paredes oyen.
—Oye, esas chicas son buenas—dijo Ji-young—Aún recuerdo cuándo me las endosó el listo de Julio. Por cierto, ¿en qué andan metidos Sachiko y él?
Siguieron charlando un rato, cuando salieron precisamente las dos muchachas. Eran gemelas y se llamaban Isalvenia e Isharvenia. Por razones que pronto comprendieron, pero serían largas de recordar en este momento, los gemelos eran una rarezas entre los turnios y los demás habitantes del mundo al que llegaron los visitantes, así que esas chicas tenían nombres inusuales, que significaban algo así como «esta muchacha» y «esa otra muchacha». Salían acompañadas del músico guapetón, del que tiraban sin disimulo, pero cejaron sus esfuerzos cuando vieron a tantos mirándolas.
—¡Eh, que os lleváis a mi nuevo tambor!—gritaba Yekaterina mientras corría tras ellas.
Vio la escena y se acercó.
—¡Anda! ¿Pasa algo?
—Queremos ver a esas mujeres—dijo Anush—¿Te han tratado bien?
—¡Oh, claro! Les ha encantado mi espectáculo—se acercó a Ji-young y le susurró—Tus chicas tienen las manos un poco largas.
Isalvenia e Isharvenia se limitaban a observar, no sabiendo si era mejor irse a otra parte o disimular. El chico intentaba, aunque sin violencia, zafarse.
—¡A ver si te crees que las pobres van a limitarse a pasar la vida entre fogones! Aunque admito que son un poco bruscas.
—Pero, en nombre de todos los dioses, ¿qué significa esto?
Zrulia, acompañada de Cuternia, se acercó y miró a Anush con sorpresa. Ji-young se dio cuenta entonces de que no tenía tan mala opinión de Anush.
—Me gustaría ver a esas señoras y contarles mi punto de vista respecto a sus ambiciones—dijo esta, sin miedo.
Zrulia no dijo nada. Cuando habló, su acento era compasivo.
—Hija, en serio, ¿por qué intentas eso? ¿No sería mejor que te dedicaras a contarles más historias a tus feligreses?
Anush negó.
—Mis feligreses están más interesados en que les hable a esas señoras para que reflexionen acerca de sus actos.
Zrulia guardó silencio. Normalmente, era ella la que exigía o se mostraba comprensiva, pues era la responsable del buen hacer de las doncellas y tantos años con Mumnia le otorgaban privilegios. No obstante, no perdió la calma y habló con mesura.
—Anush, es posible que esas señoras tengan interés en ti, pero dudo que te hagan tal honor.
—Bien me parece que dudes, pero sabe, Zrulia, que nuestras dudas son muchas veces infundadas.
Cuternia miraba de una a otra, mientras hablaban y, como oyera una llamada, se excusó. Explicó rápido a las señoras la sorpresa.
—¿Esa no será esa profetisa?—preguntó la tercera hermana—¿Aún la deja mi hermana largar dislates?
—¿Es otra visitante?—preguntó la segunda hermana.
—¡Sí! Por lo visto, allá en su mundo era una experta en lenguas, pues hablan tantas sus habitantes que es necesario que los haya. Como aquí tampoco era muy útil, nuestra hermana la envió fuera de la casa, al arroyo, a que aprendiera lo más elemental.
La tercera hermana se tocó la punta de la nariz.
—Parece que en su mundo era partidaria de una religión con muchos fieles, pero sus desdichas la habrían vuelto tan devota que ahora se dedica a predicar la buena nueva, como la llama. Mi hijo fue a una de sus reuniones por curiosidad y no dio crédito a las palabras de esa mujer, que criticaba muchas instituciones de Turnia por verlas «caducas». Por ejemplo, ¡la guerra! Esa mujer mantiene que sólo la guerra en defensa debe permitirse.
—Pero si nadie atacara en primer lugar, no podría ocurrir—comentó la cuarta hermana.
—Como sea. El caso es que la mujer también mantenía que deben apartarse a las hijas de sus madres.
—¿Es posible?—preguntó la cuarta hermana.
—Bueno...—dijo Cuternia, consciente de que nunca podía decir a una señora que se había equivocado—Señora, lo que ocurre es que esa mujer mantiene que las niñas debieran ir también recibir clases como los muchachos.
Las señoras se quedaron mudas.
—Ahora entiendo que no les parezca bien que las mujeres queden calladas—dijo la segunda hermana.
Siguieron hablando así. Había pasado ya un buen rato cuando al tercera hermana se acordó de Cuternia.
—Hija, dile que en otra ocasión, si acaso.
La noticia sentó mal. Anush no protestó, sino que simplemente declaró:
—Que sepan que no siempre se puede elegir.
Todos se marcharon pacíficamente.

Las señoras durmieron poco después. Los hombres fueron alojados afuera, en unos toldos que ellos mismos montaron. Oyeron ruidos por la noche, pero como estaban en hacienda ajena, no quisieron importunar.
El amanecer vio a un hombre saliendo de su toldo y encontrándose con muchachas sentadas. Alegre por la sorpresa, fue a hablarles, pero se detuvo al ver que había muchos sentados así, todos mirando hacia la casa.
—¿Qué hacéis?—preguntó, por fin.
—Pues no estamos seguros—dijo una muchacha—Anush nos ha pedido que lo hagamos para mostrar nuestro espíritu.
—¿Quién es Anush?
—Es una «otromundo»—dijo un joven.
Compañeros del hombre salieron y contemplaron la sentada, asumiendo que era una costumbre del lugar. Fue entonces cuando una doncella abrió la ventana y se quedó estupefacta y corrió adentro. Se asomaron Zrulia y otras doncellas.
—¿Qué significa esto?—preguntó la anciana.
—Anush nos ha dicho que lo hagamos para ver algo increíble—dijo un muchacho, humilde.
Alguien había avisado a las invitadas, que acudieron. Las señoras miraron por la ventana y el espectáculo las dejó boquiabiertas. Una multitud de esclavos estaba sentada en el suelo, repartida en todas las direcciones desde las que partían de aquella ventana. Viendo aquello, aquellas altas señoras se asombraron de la inmensa riqueza de su hermana, pues era necesario disponer de muy buenas tierras para alimentar tan bien a tantos, no habiendo ni uno siquiera con pinta de tener apetito en ese momento.
—Mas, ¿qué es esta reunión?—preguntó la tercera hermana, asombrada, a Zrulia y Cuternia.
—Anush...—musitó Cuternia, tan consternada que no oyó a la señora, quien la tocó para lograr su atención.
Zrulia miraba a un lado y a otro. Llegó un hombre y saludó respetuoso.
—Nobles mujeres, hay más gente rodeando los demás ángulos de la casa. ¿Es acaso algún tipo de homenaje?
—No—dijo Zrulia—Disculpad, señoras, pero sé bien qué es esto...
Vio a Anush.
—¡Mírala! ¿Así que resistencia pasiva?
—¿Qué cosa es esa?—preguntó la cuarta hermana.
—Señora, en el mundo de los visitantes, cuando se quiere manifestar profundo desacuerdo con los gobernantes o jefes, hay quienes organizan este tipo de actos para enervarlos y que así desistan de aquellas acciones que causen el disgusto—explicó Cuternia.
—¡Caramba!—gritó la segunda hermana—¿Y este espectáculo se debe a que no recibiéramos ayer a su profetisa?
—Tal parece, señora—respondió la muchacha, quien no ocultaba su pasmo cuando reconocía a algún rostro, perteneciente a alguien a quien tuviera por pacífico.
Anush se había dirigido adonde estaban tan pronto Zrulia la señaló. Oyó el diálogo y confirmó el hecho.
—Entiendo que os parezca descarada mi pretensión, pero creed que lo hago en pro de la paz entre todos en esta hacienda.
Zrulia suspiró y simplemente comentó:
—Cuando una chica es descarada, me enfado y le canto las cuarenta… Pero, ¿qué hago con esta, que está convencida de que hace el bien supremo?
—Perdona, tía, pero lo adecuado sería avisar a los capataces, ¿o no?
Zrulia salió de su desolación.
—¡Pues es verdad! Señora, permíteme que envíe a este hombre a por un capataz.
La hermana propietaria de aquel esclavo dio el permiso y este salió. De pronto, alguien se dirigió a Anush.
—¡Cielos! Esperemos que tengas un buen plan en la… Bueno, otro plan, Anush…
Las señoras vieron a una pareja, ella tenía la piel de un tono distinto al de Anush, pero el pelo muy negro, mientras que él casi parecía turnio, como la propia Anush.
—Por fin habéis llegado—dijo Anush—¿No os interesan estas buenas señoras?
—Justo ahora nos hemos enterado—dijo la mujer—Estábamos ocupados en palacio, ya sabes que a esa gente no les gusta que cojamos las cosas con la mano «torpona». Tienen ese prejuicio...
—¿Qué prejuicio?—preguntó la segunda hermana.
—Los visitantes, al parecer, usan mayoritariamente la mano contraria a la nuestra—dijo Zrulia—Aunque algunos usan la «hábil», como Ikatarina.
—¡Qué gente!—dijo la cuarta hermana—¿No será que hacen las cosas al revés que en Turnia para fastidiarnos?
Zrulia se guardó mucho de revelarle que en el mundo de los visitantes, por lo que había visto de sus instrumentos, todo estaba pensado para usarlo con la otra mano y que parecían objetos demasiado valiosos para pueriles humoradas. En cualquier caso, por fin llegó el capataz, quien se asombró de ver a tantos.
—¿Cómo no os habéis dado cuenta?—le gritó Zrulia.
—¡Porque diría que no falta nadie! Esperad, nobles mujeres, que los cuente.
El hombre pasó cierto tiempo. Luego rodeó la casa para repetir la misma operación. Por fin, volvió.
—Debe de haber entre cuatro veces y cinco veces sesenta y cuatro trabajadores—calculó, pues los turnios cuentan en ocho—El resto son críos o viejos.
—¿Bien? ¿Acaso se han escapado poco a poco?—preguntó la tercera hermana.
—No, noble mujer—dijo el hombre, servil—Veréis, generosas mujeres, en esta hacienda hay muchísima gente y es muy difícil controlar a todo el mundo. Aquí se trabaja mucho, pero no todo el tiempo. Algunos trabajadores quizás se nos escapen por cierto tiempo, otros dicen que se sienten mal, pero mientras no veamos demasiadas ausencias, no solemos decir nada.
Las hermanas se miraron.
—¿Dices, buen hombre, que los aquí sentados serían los vagos y perezosos, acompañados de los enfermos, que evaden el trabajo y no os merece la pena ir a buscarlos?—preguntó la tercera hermana, alucinada.
—Gran mujer, lo has resumido a la perfección.
Zrulia miró por todas partes, cavilando sobre lo que se estaba hablando.
—Es verdad que, como son tantos los trabajadores, el número de los flojos debe ser también considerable, pero fíjate en que estoy viendo a Surpiria, que suele ser muy buena trabajadora—señaló Zrulia.
La chica tenía a su hermanito en brazos.
—Sí que es verdad—dijo el hombre—Ahora que lo dices, he notado que su hermano mayor parecía estar trabajando lo suyo…
El hombre se sumió en similares pensamientos sobre otros trabajadores. Zrulia miró a Anush con admiración.
—Me pregunto cómo has logrado que los haraganes se pongan de tu lado.
—Simplemente les he dicho que podía ser divertido y ellos han querido venir, porque a veces vienen a mis reuniones y les gusta lo que cuento.
—¿Y Surpiria?—preguntó Cuternia, interesada—¡Ella casi nunca se ausenta! Tiene que sentirse muy mal.
—Se lo he pedido como favor—dijo Anush—Últimamente le he hecho unos cuantos.
Entonces miró al capataz.
—Hago muchos favores—dijo en voz tan alta que el hombre salió de su reflexión y la miró. Cuando comprendió lo que le habían dicho, el hombre se rascó la nuca, indeciso. El hombre se dirigió a las mujeres.
—Es más fácil controlar a menos trabajadores cuando son disciplinados—comenzó a decir, con cautela—Si nos hicieran falta más, ya vendríamos. Es lo que suele decir la sabia Mumnia.
Los capataces la llamaban así por lo bien que administraba el trabajo. Ni a las señoras ni a las siervas se les escapó que el hombre sabía que varios de sus compañeros, quizás él mismo, le debían favores, directa o indirectamente, a Anush y que por ello prefería no meterse en líos mientras no oyera a la verdadera propietaria de la hacienda.
—La culpa es nuestra—dijo Cuternia—Como en el mundo de los visitantes sus ímaras son más cortas, los visitantes a veces se despiertan antes de tiempo. Ha tenido tiempo de organizar esto.
Zrulia asintió.
—Bueno—dijo Anush, como si nada—Si quisierais oír lo que tengo que contaros...
Las hermanas se miraron, inseguras. Les parecía que el mundo estaba del revés. Se retiraron a deliberar. Las dos siervas se miraron con inteligencia.
—Anush—llamó Zrulia—Exactamente, ¿qué crees que vas a conseguir?
—Que esas señoras cobren conciencia de que su estilo de vida se basa en la explotación de sus semejantes.
Las siervas se retiraron y hablaron en voz muy baja.
—Pues casi que nos quita el problema de encima—dijo Cuternia.
—¡Así es!—dijo Zrulia—Por una vez, me dan ganas de besar a una de estas puñeteras visitantes.
Cuternia se rió un poco.
—Hija, es que me han quitado la tensión y todo de encima—dijo la vieja mujer.
De pronto, llegó un muchacho.
—Ha venido un hombre, diciendo que vuelve la señora.
Zrulia y Cuternia bailaron, asombrando al muchacho. Lo despidieron y recibieron al hombre.
—Si no te importa, hombre trotamundos, repite lo que has dicho de nuevo, fingiendo que acabas de llegar—y le llenaron una copa de licor.
El hombre estuvo conforme y lo hizo requetebién, pues era un gran mensajero que había ganado fama por su modo de adaptarse a la situación. Las hermanas lo oyeron y se alegraron, disimulando lo mejor que supieron.

—¡Loados sean los penates! ¿Qué ha ocurrido aquí?
Era la señora Mumnia. Bajó de un carruaje, ayudada por un joven, quien contemplaba con extasiada curiosidad a todos aquellos esclavos sentados.
—¿Es costumbre, noble hembra, que en la misma Turnia los esclavos pasen el día sentados mirando a la casa principal?—preguntó.
Mumnia rió.
—Simpático joven, no. Esto es una humorada de alguien que adivino.
Zrulia corrió hacia ella y le contó lo sucedido. La señora Mumnia no pudo disimular su sorpresa. Despidió al muchacho con un regalo y habló con ella.
—Pues no he adivinado a la autora. ¡Quién iba a decirlo de esa muchacha!
—No sé qué hacer, señora. Según los capataces, no se han notado ausencias en los trabajos.
—Pues ya ves que la pereza está aquí presente, hija. Simplemente, hasta ahora se habrán dedicado a disfrutar de los frutos que no echamos en falta, pero Anush los habrá convencido a que vengan aquí a dar la lata.
—A decir verdad, señora, entre los sentados veo trabajadores de toda condición—dijo Cuternia—Creo que Anush ha logrado que algún que otro perezoso vaya a trabajar. Ahora bien, no sé cómo.
Mumnia la miró y asintió, reflexionando en sus palabras.
—Ya lo sabremos.
Se acercó y los siervos se apartaron, aunque algunos no se levantaron. A lo lejos, las hermanas de Mumnia se alegraron de verla.
—¡Hermana nuestra!—le gritaron—¡Menos mal! ¿Cómo pueden ocurrir estas cosas?
Se abrazaron y se dieron muestras de verdadero cariño.
—No os alteréis, hermanas—dijo Mumnia—Mucho me temo que he descuidado a esa sierva, a la que puse afuera porque no veo necesario saber qué es la organización subyacente de una lengua, y ello ha hecho que los esclavos aprendan nuevas formas de picaresca. No buscan sino enervarnos, así que calmaos.
Entraron y tomaron libaciones, al rato de lo cual, Mumnia comentó:
—Es afortunado que hayáis venido, hermanas, porque quería hablaros. Ya veis que me hago vieja y que la pequeña Susnia, aunque jovencita, ya tiene sus deberes como incipiente patricia, así que mucho me temo que debo considerar que mi fortuna os toque.
Las hermanas dieron grandes saltos de alegría, dentro de lo que les permitía su posición. Zrulia y Cuternia se dieron cuenta de que les daban bagatelas, comparadas con lo que podrían haber esperado, pero se guardaron de decir nada.

Más tarde, Mumnia llamó a Anush y le habló así.
—Hija, te doy las gracias, pues si mis hermanas no hubieran tenido un mal despertar, me habrían dado problemas y habríamos acabado peleadas.
Anush se quedó chafada, aunque no demasiado.
—No era mi intención, pero supongo que siempre es bueno lograr que haya paz. ¿Quieres que te cuente algo?
—No, hija, aunque me voy a pensar qué hacer contigo. Está claro que tu mérito exige que te busque una posición acorde a tu intelecto.
Anush se quedó callada. Cuando habló, sonrió con tal mansedumbre que Mumnia, Zrulia y Cuternia la contemplaron con placer.
—¡Qué remedio! Veamos adónde me lleva la Providencia.
Y salió con tal serenidad y con un paso tan firme, que las mujeres la admiraron.
—Bueno, hijas, ya veis que a veces las cosas salen bien aunque muchos conspiren contra nosotros.
Cogió entonces de la mano a Cuternia y le habló así.
—Hija, tu aplomo en esta situación ha sido maravilloso. Por fin ha llegado el momento para el que te has preparado: irás como regalo a mi hermana tercera y echarás un ojo sobre si planea nuevos intentos de tomar más de lo que le corresponde.
Cuternia dio su consentimiento. Zrulia la abrazó, emocionada.
—Seguramente, será un intercambio—dijo Mumnia, quien continuó para hablar de cualquier cosa—Me ha sugerido la mujer del pelo amarillo que escoja a un músico, que por lo visto es un hábil tocador de tambor.
Zrulia habló con respeto.
—Sí, señora, pero… Bueno, es que…
—Ikatarina quizás quiera agradar a más gente—acabó Cuternia—Es verdad que es un gran tocador, señora, pero es guapo y alguna pobrecilla no disimuló su fascinación.
—Normal a esa edad—dijo Mumnia, quitándole importancia—Eso sí, habrá que ir con cuidado con que no nos dé demasiados músicos, nos basta con pocos.
Y se hizo así: Cuternia se marchó a hacer su trabajo de vigilante, pero las «pares», como las llamaban, se alegraron de tener a un nuevo amigo. Ji-young toleró su amistad, aunque le preocupara la posible consecuencia. Eso sí, debió de disciplinar al amigo, quien quiso aprovechar la amistad para gorronear por la cocina.
—En esta cocina, o te pones un delantal o miras y callas.
El chico no intentó nunca discutirle sus disposiciones. Tiempo después, volvieron Susnia y su séquito, quienes se asombraron mucho de la aventura. Particularmente, Sviatlana estaba muy sorprendida del cambio que había sufrido Anush, que solía ser mucho más modosa.
—Esta vida nos está volviendo locos—le confió a Ji-young un día.
Una pequeña sombra, bajo el umbral de la cocina, se marchó cuando hubo hablado. Isharvenia la vio por el rabillo del ojo y no le daría importancia durante demasiado tiempo.