jueves, 30 de diciembre de 2021

El guardián del arma legendaria (y II).

Julio despertó cuando quedaba poco para la hora acordada. Se levantó y salió. Sviatlana salió justo en ese momento de su tienda.
—Bueno, pues ya toca—dijo, segura de sí misma.
Julio se limitó a calentar un cazo de agua. Todos fueron saliendo. Mientras se preparaba el café, Sviatlana tomó la palabra.
—Bueno, pues ha llegado el momento. Si alguno se siente cansado o intimidado, que lo diga ahora.
—Déjate de discursos de tipos duros, aquí sabemos a qué hemos venido—dijo Yekaterina.
—Estoy de acuerdo—dijo Akakios—Lo suyo es pensar un plan—miró a las ruinas—Es posible que haya una guardia, aunque la verdad es que tendrían lo justo para sobrevivir.
Sviatlana los distribuyó, para que todos fueran vigilando algún punto desde el que pudiera venir algún ataque. No obstante, una vez dentro, no pareció necesario.
El edificio principal se había derrumbado, sólo subsistían el pórtico y algún pasillo suelto. Todo lo demás, en el mejor de los casos, llegaba a la altura de un metro.
—Supongo que, dada la orografía, no lo derrumbó un temblor de tierra—comentó Farid.
—No, tiene toda la pinta de ser cosa de las inclemencias del tiempo—comentó John—Esta región debía de ser más fértil y más lluviosa en otra época. Supongo que, mientras llovía, se aceleró la erosión. El pórtico está en un área a refugio del viento y por eso se ha sostenido mejor, aparte de que parece obvio que está hecho de un material más resistente.
Julio se fijó en que una construcción, algo lejos, estaba en pie. Le pareció que había una columna en forma de guardia. De pronto, se movió.
—¡Un guardia!—gritó y todos miraron en su dirección.
John miraba con atención.
—Me ha dado la impresión de que llevaba una especie de cota y un escudo como de cruzado—explicó Julio.
—Pues, chico, buen vistazo—dijo Akakios.
—Es la única parte donde se puede esconder alguien, desde luego—dijo Sachiko.
John se volvió y asintió.
—Pues allá vamos—decidió Sviatlana.
Sin perder la formación, allá se acercaron. Se percataron de que esa parte estaba bien mantenida.
—¿Qué creéis?—preguntó Ji-young—No parece particularmente bien protegida.
Cuando estuvieron cerca, percibieron que el perímetro inmediato estaba limpio de cascotes o ruina. En particular, la entrada tenía un área bastante amplia por delante.
—Mi hipótesis es que quizás esta fuera una especie de construcción dentro del edificio principal, por lo que estaba protegido. Como además su tejado está inclinado, favoreció que no se acumularan restos de cuando se fuera cayendo el techo—dijo Luisiña.
—Y que además lo ha cuidado alguien—dijo Peter—Al menos, mientras se caía todo lo demás.
Sviatlana y John examinaron el suelo.
—Pero esto es reciente—dijo John.
—Y además, huele a comida preparada—dijo Sviatlana.
Todos esperaron su decisión. Finalmente, se volvió.
—Poneos los equipos de protección.
Se pusieron unos cascos semejantes a los usados por motoristas y se pusieron, a pesar de que subiría la temperatura, unos trajes de kevlar.
—Vamos a rodear el sitio. La mitad conmigo, la otra con John.
—Se dice «una mitad»—dijo Yekaterina.
—Bueno, ¡se ha entendido!
A Julio le tocó con Peter, Sachiko, Yekaterina, Luisiña y John. Avanzaron con precaución, sin dejar de observar el edificio.
—Parece que hay ventanas—dijo Luisiña, pero de pronto calló.
Se volvió para hablar con Julio mientras señalaba algo.
—¿No será ese el tío que has visto?
Julio se asomó con exageradas precauciones. Era en efecto la apariencia de la persona que acababa de ver, aunque estaba tan quieto como una estatua.
—Sí… ¿Será una estatua y habré visto un reflejo?
Todos miraban cuando la figura se giró y caminó con calma hasta ocultarse.
—Me pregunto qué comerá—comentó Peter.
Se encontraron con la mitad que fuera con Sviatlana. Su descripción del edificio era similar, pero no habían a visto a nadie.
—¿Cuánto crees que mide?
—Cerca de un metro ochenta, pero ya sabes: a lo mejor lleva suelas gruesas—indicó John.
La otra punta del edificio también tenía una puerta, pero estaba cerrada.
—Puede ser signo de que sean pocos los guardias—dijo Sviatlana—Quiero decir, dos o tres. Podría haber hasta seis guardias si son frugales.
—Me sorprende que, por pocos que sean, no hayan ido a por agua—dijo Akakios.
—Bueno, pues nada. Ji-young, prepárate.
Ella asintió y sacó su arco. Julio había aprendido a apreciar el uso de armas a distancia desde que, con su padre, vio alguna que otra película del oeste. Desde que empezó a trabajar con ese grupo, sin embargo, dejó de creer en algunos convenios.
«—No, es imposible eso de acertar con una pistola a tanta distancia como se ve en algunas de esas películas. Créeme que ya lo siento, pero esas escenas tan épicas de la Trilogía del Dólar no son posibles».
Un arco no era perfecto y de hecho pierde contra cualquier arma de fuego de gran rango, pero tenía ventajas: la primera era que no hacía tanto ruido, la segunda que no dejaba olor a pólvora y la tercera que pesaba menos. Y Ji-young era una excelente arquera.
Otra cosa que había aprendido en ese grupo era que el tiro con arco era una de las pocas especialidades olímpicas en que las puntuaciones entre sexos eran bastante similares.
En cualquier caso, y aunque Ji-young también sabía luchar cuerpo a cuerpo, su habilidad con el arco la hacía útil en mundos donde no se conocían las balas. A Sachiko le daba rabia, porque consideraba que le habían arrebatado la posibilidad de arrojar shuríkenes, pero Sviatlana le dijo que eso lo mejor lo dejara para la distancia a la que se puede usar un revólver. Al fin y al cabo era la mejor en esa categoría.
Primero fueron Sviatlana y John, con sendos machetes. Después, Sachiko, Akakios y Farid. En tercera fila, Ji-young escoltada por Peter y Luisiña. Anush, Kafika, Yekaterina y Julio eran los últimos, porque en esa situación era imposible un ataque por la espalda.
Sviatlana entró de un salto la primera y luego John hizo lo mismo, cambiándose de lados. Ji-young avanzó sin dejar de observar la puerta, mientras Peter y Luisiña vigilaban si alguien aparecía por cualquiera de las esquinas. Yekaterina y Julio los ayudaban un poco, mirando alrededor. Anush y Kafika miraban a su espalda, como si fueran demasiado tímidas para mirar al frente.
Akakios y Farid hicieron guardia, dejando entrar a Sachiko y Ji-young. Ellos entraron y sus puestos los tomaron Peter y Luisiña, quienes indicaron a la retaguardia que pasara.
El interior del edificio estaba sorprendentemente bien iluminado. Era el mismo tipo de cristal que había en las ruinas del portal de entrada, sólo que aquí era con luz del sol y lograba que tuviera mayor efecto.
—Esta luz no calienta—observó Julio—Es maravilloso, este sitio de seguro que no se calienta como afuera.
—Lo mejor es que está refrigerado—dijo John poniendo la oreja en las paredes y señalando—Pasa agua del pozo. No es que este se esté secando, es que allí llega la que no aprovechan.
Entraron por fin todos y, en efecto, hacía más frío que afuera. Lo más probable era que, cuando el sol cayera desde el cénit, el edificio nunca superara 25 grados de temperatura.
—Esta es una despensa—dijo Sachiko—Bien provista.
—Y este es un baño—dijo Luisiña, quien miró a una esquina—Debe de haber mujeres en esta guardia.
Algunos la miraron, interrogantes.
—Tienen una papelera y otro recolector. Supongo que para productos para la higiene femenina. No tienen grifo, pero sí una suerte de fuente.
Ji-young siseó hacia Sviatlana, solicitando continuar. Adoptaron la anterior formación, con los necesarios cambios para un entorno cerrado, y después de andar por unos pasillos, salieron a una sala que, sin ningún mueble, era muy espaciosa. Estaba rodeada por unas gradas. Allí, en el centro, los esperaba la figura.
Sviatlana le indicó a Ji-young que siguiera apuntando al individuo, mientras los demás exploraron los alrededores.
—Forasteros, venidos de tan lejos, os aseguro que estoy sin compañía—dijo la figura.
Su voz estaba distorsionada y no supieron si era hombre o mujer. Tampoco su especie de coraza, de un material que parecía de cuero, dejaba adivinar su físico. Aunque entendieron su indicación, acabaron lo que empezaron y se volvieron.
—¡Buenos días!—dijo Sviatlana—Sviatlana me llamo.
—Igualmente—dijo la figura—Soy miembro de la guardia que protege el tesoro de este emplazamiento, que antes los habitantes de un poderoso imperio tenían por sagrado.
—¿Es un tipo de deber familiar?—preguntó Sviatlana.
—No, señora, me presenté voluntariamente.
—Dime, ¿es forzoso que debas referirte a tu persona de modo ambiguo?
—Es una costumbre, aunque nadie me censuraría si hiciera de otra manera.
—Bueno, pues sea. Te figurarás que venimos atraídos por la fama del tesoro.
—Lo sé. Nadie llega a estos parajes por azar. No obstante, si bien es un testimonio a vuestra discreción que hayáis sabido adónde partir y una prueba de constancia e ingenio que hayáis llegado, no es suficiente para reclamar ese tesoro.
—El arma legendaria—dijo John, adelantándose.
—¿Ahora lo llaman así?—dijo la figura, entre divertida e interrogativa—Bien, sea esa la denominación que usemos, pues.
Sviatlana le indicó a Ji-young que podía bajar el arco. Volvió a tomar la palabra.
—Bien, ¿qué necesitamos? Y, ante todo, ¿dónde está?
La figura lanzó una risita. A ninguno le hizo gracia, porque todos percibieron un eco de espontaneidad. La figura, al reír, giró ligeramente la cabeza. Yekaterina, que era la más cercana a la zona de la grada adonde la había doblado, se aproximó y empezó a mirar con mayor atención. Calló una exclamación.
—¡Gente! ¡No me había fijado, pero la pared de la grada es una armería camuflada!
Se asombraron y todos acudieron, ignorando a la figura, que los dejó acercarse los primeros. Era cierto. Un efecto óptico ocultaba una galería detrás de la grada, con lo que parecía ser un alto número de armas.
—¡Caray! Está ahí para quien sepa ver—dijo Peter, aguzando la vista.
—Así es—dijo la figura.
—¿Es acaso tu papel juzgarnos e indicarnos cuál sería el arma que buscamos?—dijo Ji-young.
La figura dejó escapar un murmullo, como considerando la respuesta.
—Me da que es uno de esos casos en que primero debes visualizar el propio enigma, como en ciertos puzles—dijo Julio.
—Ese comentario tiene mucha enjundia, joven—dijo la figura, con un tono que indicó respeto en el timbre.
Sviatlana alumbró la galería con una linterna. Se adentró y observó las armas. Todas ellas parecían realmente buenas. Cogió una, vigilando si la figura se ponía en su camino. Era una espada semejante a una bastarda, de peso bien equilibrado y que haría las delicias del mayor invocador de Crom.
«Una buena espada, pero, ¿una legendaria?»
No podía saberlo sólo viéndola. Salió.
—Buena panoplia tienes ahí, guardia.
—No lo puedo negar.
—Bueno, pues, ¿qué decís?—consultó a su grupo.
Ninguno habló por un momento. Sachiko, por fin, tomó la palabra.
—Luchemos—se volvió a la figura—Hagamos un amistoso, sin matarnos. Es estúpido matar a quien no nos ha hecho daño por un arma que no es nuestra en primer lugar.
La figura rió.
—Bien. ¿Cuáles son tus condiciones?
Sachiko sacó una hoz encadenada, «kusarigama».
—¿Te parece bien? No tiene filo—pasó la mano por la hoz—y la maza no hace tanto daño, pesa poco. Es un arma de entrenamiento, como las espadas de madera.
¿Y por qué no?repuso la figuraSi no me pareciera bien luchar contra extraños, ¡mala guardia sería! Déjame escoger un arma, ya que me haces la cortesía, pues escogeré yo otra cuyos golpes tampoco sean letales.
Se internó en el pasillo. Akakios le prestó atención por si hacía un gesto que revelara pistas. Sviatlana se mesó la barbilla y se fijó en Sachiko.
Que conste que no creo que hayas tenido una mala ideale dijo—, pero quizás su risa indique que el combate deba ser más arriesgado.
Sviatlana, dejando a un lado que me parecería mal matar a un desconocido que nos ha recibido tan bienhabló Anush—, no es el tipo de enigma que se pueda resolver sólo con violencia.
Lleva razóndijo Peter, mirando al pasilloAquí hay una cantidad de armas impresionante. ¿Quieres llevártelas todas y probar una tras otra?
Sachiko nada dijo, pues se estaba concentrando. Yekaterina se acercó a Julio y le susurró al oído:
¿Qué crees?
Ahora mismo nada interesanterespondió él, claramente.
Entonces, apareció la figura. El arma elegida era...
¿UN GUANTELETE CON PUNTA?gritó Sviatlana, asombrada¡Esas mierdas tuvieron poco recorrido!
Debe de ser una táctica para enervar a Sachikocomentó Luisiña.
No le va a servirdijo Farid.
Sachiko no dijo nada. Se adelantó y se puso en guardia. La hoz encadenada era de las pocas armas atribuidas tradicionalmente a los ninjas que realmente era útil en un duelo. Podía hacer frente a un espadachín por su buen buen alcance.
El primero que alcance al rival dos de tres veces en zonas letales, ¿de acuerdo?propuso ella.
Searespondió la figura¿Cómo contabilizamos los empates?
Como que no gana nadie.
Sachiko se ajustó el casco. Se pusieron en guardia. Los demás los rodearon para no perderse ningún ángulo del combate, por lo que Yekaterina se apartó de Julio, quien se levantó y prestó gran atención. Sachiko agarraba con la derecha la hoz. Movió la maza con un giro rápido mientras se adelantaba, lo que hizo que su rival adelantara la derecha, pero resultó ser un amago y lanzó la hoz hacia el abdomen. Falló y su rival dio un salto hacia delante, pero ella lanzó la maza mientras hacía venir la hoz. La figura no carecía tampoco de buenos de reflejos, y fue capaz de rechazar la maza de un manotazo. Sachiko ya saltaba hacia delante, dispuesta a agarrar la hoz y atacar aprovechando su mayor rango.
De pronto, la figura dirigió la punta de su guantelete hacia ella y este se disparó. Sachiko, por puro acto reflejo, no se adelantó, pero llevaba demasiado impulso como para maniobrar y la figura aprovechó su inercia para atacarla en el abdomen.
Se separaron. Sachiko masculló en japonés.
¡Alcanzada!dijo, al fin, y se dirigió a la figura¿Qué tipo de arma es esa?
Un guantelete con dardos disparablesdijo la figura.
Nadie quiso discutir el resultado, aunque les diera rabia. Kafika apartó el dardo disparado, que había caído cerca de donde estaba.
No importa, ya ha revelado el secretodijo Ji-young.
Sviatlana se quedó seria.
No pierdas de vista el otro guantelete, Sachikoaconsejó al fin.
Sachiko y la figura se pusieron en guardia. Enseguida, Sachiko lanzó un estridente grito y, dando un salto, golpeó con la hoz a la figura, que se defendió como pudo. Alternó ataques con la maza y la hoz, obligando a la figura a retroceder hasta las gradas. Una vez allí la alcanzó en el hombro con la hoz y le arrojó la maza a la cabeza, que la golpeó.
Bueno, pues nada. Último asaltodijo la figura.
Volvieron al centro de la sala y Sachiko atrapó casi inmediatamente un pie con el cabo de la maza. Se lanzó dispuesta a acuchillarla, pero entonces el tipo la señaló con el guantelete que aún llevaba una punta. Akakios, que observaba desde cierto ángulo, notó un minúsculo arcoíris.
¡...CUIDADO!gritó con un pequeño retraso porque había pensado en griego.
Llegó tarde: Sachiko se llevó las manos a la cabeza. La figura se abalanzó sobre ella y la atacó como antes.
—...Tocadadijo John, impertérrito¿Estás bien?
Sachiko se frotó los ojos.
—...Sólo era agua. ¿Qué tipo de arma es esa?
La figura levantó los brazos con un gesto de obviedad.
Un guantelete capaz de lanzar un chorrito de agua. Ya te figuras cuál era la idea, presumo, pareces lista.
¿Es el mismo arma? Quiero decir…
la interrumpió la figuraEs el mismo par. ¿Te extraña? Tu arma se basa en el mismo principio: un par basado en dos armas a priori distintas.
Sachiko suspiró.
Es mi derrota. Te agradezco que me hayas dado esta valiosa lección.
Se marchó a las gradas. Julio la miró y, cuando sus miradas se cruzaron, ella caminó hacia él.
Has combatido estupendamente, no lo dudesdijo Julio.
Me he dejado engañardijo SachikoHe usado un arma que, aunque rara, tiene un funcionamiento obvio.
Tampoco te machaquesdijo Sviatlana, acercándoseAl menos ya sabemos cómo se mueve.
También tengo algo de culpadijo AkakiosPodría haber gritado...
Pasemos al siguientedijo Sviatlana, interrogando a Akakios y a Julio, pero ellos se negaron.
Se giró para ver si alguien se atrevía. John se adelantó.
Yo mismo iréle hizo una señal a Farid, y este se dirigió a una de las mochilas.
Revolvió en su interior y sacó un machete bastante grande y curvo.
¿Es un kukri?preguntó Julio.
Ya vas aprendiendo, tiene algo de kukri. Pero…
Se lo entregó. Julio estuvo a punto de dejarlo caer. Tuvo la clara impresión de que el arma tenía una distribución de masas un tanto singular.
¿Seguro que es una buena idea?le preguntó, temiendo que la figura se hubiera dado cuenta.
Segurorespondió JohnA este rival no basta con la habilidad para vencerlo, es necesaria la sorpresa.
Se dirigió a Sachiko.
Me has dado una buena pista, puedes estar contenta.
Se volvió hacia la figura.
Ahora seré yo tu rival. Si no te importa, que sea más peligroso, pero por lo demás podemos seguir las reglas que estableciera mi compañera.
¡Cuánto os gustan los duelos personales! Siendo más, bien podríais reducirme.
No sería justo...dijo Anush.
¿No lo sería?
A Anush se le ocurrió la idea de pronto.
¿Podrías indicarnos, si te lo pidiéramos entre todos, cuál es el arma legendaria?
Lo siento, pero no es parte de mis funcionesse dirigió a JohnEspera, cambiaré de arma si no te importa.
Como antes, tardó un rato y volvió con lo que parecía una canasta de baloncesto de radio enorme.
Un atrapahombresdijo John, sapiencialEn fin, ¡como quieras!
¿Es eso un arma de verdad?preguntó Julio.
Sachiko se encogió de hombros.
No es una que conozca...

La pelea se desarrolló más lentamente que la anterior, pero de un modo similar, sólo que John se llevó el primer asalto y aún se disputaba el segundo. Yekaterina llevaba un buen rato callada. Había observado el combate anterior y elogió en su interior a Sachiko por su gracilidad y fuerza.
«Pero tengo esta sensación de que ha hecho lo que su rival ha querido. Ha sido como un baile».
Yekaterina vivió su breve momento de gloria hasta que la situación política de Ucrania la alejó de los escenarios. Como rusaparlante en Ucrania podía irle mal, pero tampoco le agradaba la perspectiva de ser ucraniana en Rusia o Polonia. Estaba pensando seriamente en emigrar a Alemania cuando se reencontró con Sviatlana y Anush, casi dos décadas después de conocerlas de niña en un evento de los pueblos de la Unión Soviética, quienes la invitaron al grupo. Decidió aceptar porque, al fin y al cabo, así podría acabar emigrando y ser espía combinaba la interpretación y la aventura.
No obstante, no había pensado en la otra habilidad que le daba al grupo: reconocer cuándo el enemigo estaba haciendo una interpretación.
«Y una digna de los mejores espectáculos: con participación del propio espectador, quien no se da cuenta además».
Yekaterina sabía que los orígenes de la danza y del teatro estaban en los rituales chamánicos. Había leído parte de la literatura americana empeñada en situar en aquellos artistas una supuesta pureza perdida, y la encontró tan divertida como ilusa. La verdad era que Yekaterina tenía una mente brillante. En el instituto le dijeron que era superdotada, aunque a ella no le importó mucho porque apenas si superaba la puntuación necesaria. Había estudiado física y tecnología mientras practicaba la danza, aunque dejó la carrera cuando empezó a salir en los escenarios en buenos papeles. Consideraba, pues, que los rituales como una forma de cohesión del grupo y de afirmación de las creencias implicaban que en cualquier actividad humana hay un fuerte componente de autosugestión.
«¿Será ahora?», pensó cuando vio que John se adelantaba.
En efecto, la figura hizo un movimiento que aprovechaba un momento de ceguera, pero John era hábil y después de lo ocurrido a Sachiko estaba en guardia. La verdad es que era un buen luchador, pero su rival era, sin duda alguna, muy resistente.
«Lucha sin agobios. Como si no fuera a perder sino un combate en lugar de algo importante… Ha dicho que es la guardia de un tesoro, pero al oír que venimos en busca del arma legendaria, no ha reconocido este nombre. ¿Qué guarda, pues?»
John y la figura daban muestras de cansancio.
«A lo mejor es otra táctica de ese individuo. Es admirable que siga luchando, aunque seguro que Sachiko podría haber seguido. En realidad, ya somos fuertes, ¿a qué venimos?»
De pronto, lo vio claro.
«Ya sé cuál es el tesoro. Ya sé cuál es el arma que he venido a buscar».
Decidida, se levantó y entró en el escenario de lucha. Akakios se giró, un poco extrañado, y desistió de avisarla cuando vio la decisión en su rostro.
¡Alto!gritó y ambos contendientes se detuvieron.
John parpadeó, un tanto asombrado. Dado su estoicismo, debía de estar realmente sorprendido. La figura quedó inmóvil en una postura forzada, así que también debía estarlo.
Esta lucha ya no tiene sentido. El arma legendaria… no existe.
La figura se relajó, al contrario que los demás. No obstante, esperó a que se explicara.
Vinimos aquí, guiados por los rumores de la gente. Estos sólo coincidían en la idea de que había un arma fabulosa. La quisimos para nosotros, para ser más fuertes, pero no existe la fuerza sin la habilidad. Hemos cruzado un desierto que se tenía por imposible cruzar, hemos descubierto un sitio medio olvidado y estamos luchando contra alguien perfectamente entrenado en igualdad de condiciones. No necesitamos esa arma, aparte de que aquí la guardia no ha reconocido ese nombre.
Todos miraron a la figura, quien se relajó.
Es curioso, pero a la vez llevas razón y te equivocas. No existe vuestra arma legendaria, en efecto. Sin embargo, todas las armas que veis en ese pasillo, como esta que ahora porto, son réplicas de otras que fueron llamadas heroicas porque fueron blandidas por valientes, de ambos sexos, de cualquier edad, de diversos orígenes, en la inacabable lucha contra la sinrazón y la crueldad. Seguramente fueron material de leyendas.
Es decir, todas son legendariasdijo Sviatlana¿Es ese el tesoro que guardas?
No, como te digo, son réplicas. Algunas, por cierto, en un estado mejorable, tendremos que cambiarlas. Podríamos reemplazarlas, en cualquier caso. El tesoro es simplemente la idea de que el hombre puede ser fuerte y justo, aunque sólo lo sea un momento de su vida, y hacer que dure la paz sólo un poco más.
Todos se miraron. Pensaron en cuánto habían recorrido para llegar allí y las dificultades del camino, así como el hecho de descubrir que había algo real detrás de la leyenda. En realidad, no les hacía falta ningún arma, por sí mismos podían recibir el título de «legendarios» sin discusión. Se sentaron en las gradas y con una sonrisa miraron a la figura.
Cuéntanos, si no te está prohibido, ¿quién eres y por qué haces guardia?
Me place. Primero, dejadme quitarme esta armadura y traer algún refrigerio, todos estamos cansados. Ya puestos, me gustaría saber qué dicen los rumores actuales. Cuando vine yo, era un supuesto arte marcial poco menos que divino lo que buscabadijo, riendo.
Y tras hacerlo, les contó. Ellos, admirados de tal valiente, se unieron a la guardia y en otras ocasiones lucharon o aconsejaron a algún bravo aventurero, amén de defender esa frontera contra la sinrazón, a veces procedente del propio país. Y ganaron tanta fama, que ellos mismos fueron material de leyenda y se mitificaron sus armas, que descansaron junto a sus cuerpos después del último tránsito.
Muchos años después, unos aventureros, en una situación de ruina moral y social, hollaron sus sepulcros, pues les contaron que aquellas armas que blandieran eran legendarias y consideraron usarlas contra el motivo de su dificultad.
¡Qué necios somos!dijo una muchacha, al encontrarlas¡Mirad el arma legendaria!
Era quizás una espada, corroída por los años y con marcas de golpe en las zonas mejor conservadas. Rieron al comprender que el arma fue como tantas y, animados, se armaron como pudieron y lucharon contra los ruines. Ganarían fama, pero esa ya es otra leyenda.

miércoles, 29 de diciembre de 2021

El guardián del arma legendaria (I).

Doce figuras caminaban por una llanura de superficie ondulada. Algunas de las figuras daban muestras de cansancio mientras procuraban no perder el equilibrio en la irregular superficie. Al final de la hilera que formaban, la última figura se detuvo y se apoyó en las rodillas. Llevaba encima una carga notoria.
—Ya queda poco, Julio—dijo una figura algo más adelante, enorme y con una grave voz.
—Me quedaría menos... si no tuviera que llevar... todo esto que me habéis dado—dijo el tal Julio, con voz asfixiada.
—De algún modo tendrás que adquirir resistencia—dijo otra figura, más alta que Julio pero con voz aguda.
—¡Pues a Yekaterina no le habéis puesto tanta carga!—dijo de pronto, inspirando a continuación con fuerza.
—Eso crees tú, pero le hemos dado el equipaje más delicado y lo lleva en brazos—respondió la misma mujer.
—Tengo los brazos molidos—dijo una pequeña figura, que se dio la vuelta.
Como todos llevaban pasamontañas, Julio sólo vio unos ojos de un azul profundo, que le recordaban al mar un día de calor.
—No pasa nada—dijo otra voz, alegre y risueña—Mirad, ya estamos acercándonos a la colina. Debería estar detrás.
Yekaterina volvió a caminar. Julio hizo un pequeño esfuerzo y miró. En efecto, una colina se destacaba y estaría a medio kilómetro de distancia. Al principio, pensó que el hecho de que hubiera estado mirando hacia abajo, sólo atento a las ondulaciones más inmediatas, fue lo que le impidió darse cuenta de que ya estaban cerca. No obstante, una extraña voz lo invitó a desechar esa idea.
«Este paisaje es imposible», consideró, apartándose el sudor, ya que no podía secárselo por tener la manga, como la camiseta que llevaba, empapada de sudor, «Todos sabemos, o sospechamos al menos, que esto no es sino un viaje simbólico, y si nos figuramos que estamos caminando es porque la mente humana no funciona de otro modo».
La verdad es que estaba cerca de sufrir delirios. La caminata duró todavía unos diez minutos y justo cuando llegaron a la colina, Julio oyó decir a Ji-young.
—¡Mira tú! Podemos apoyarnos en el nivel más bajo de la colina para rodearla.
Cuando Julio al fin llegó, no pudo evitar quedarse apoyado durante al menos quince segundos. Aún llevaba encima una carga bastante pesada, pero era tal el alivio que no pudo pensar en nada.
Cuando por fin reemprendió el camino, se dio cuenta de que Sachiko estaba esperándolo.
—¿Estás bien?
—Sí… Estaré mejor…
—Claro. Con franqueza, me parece que os ha puesto demasiada carga a los dos. Sviatlana se pasa a veces, ¿eh? Y no soy la única, a Akakios le preocupaba que te diera un síncope.
Julio sólo jadeaba, inspirando y respirando por la boca.
—Ten cuidado, no sea que te entre polvo por la garganta—le dijo Sachiko, instructiva.
Volvió a inspirar por la nariz. Mirándola, le dijo:
—¿Te molesta tener el pelo dentro del pasamontañas?
—No especialmente. Además, la parte inferior de la melena la tengo metida en la camiseta. ¿Te gustaría verlo?—dijo ella, con un tono sensual.
—Bueno… No es el momento…
—¡Mira que eres tímido! ¿O es que te da cosa que cotilleen? No me importa. ¿O te da miedo estar con una mujer que está en una posición algo más elevada que la tuya?
Julio no respondió durante un momento. Los ojillos negros reclamaban su atención.
—No…—inspiró fuerte por la nariz y habló de un tirón—hay nada malo en ti…
—Pues ya sabes, aquí estoy—le dijo ella con simpatía—¡Ah, mira! Ya estamos.
Julio vio que todos se habían refugiado detrás de la colina, donde estaba oscuro. Más allá, realmente no muy lejos, había unas ruinas. Como contaban los rumores, su disposición revelaba que eran los restos de alguna hacienda, aunque diferían en su función exacta.
—Bueno, pues has podido con todo—dijo Sviatlana, quien tenía ojos celestes, fríos—Creía que te ibas a venir abajo hacia el último cuarto del viaje.
—¡Qué mala leche!—dijo una figura un poco más pequeña que ella, con una voz compasiva—Chica, deberías haberle dado lo que hubiera podido cargar.
—Estoy de acuerdo—dijo otra figura, más atrás—Dicho eso, vamos a pasar la noche aquí, ya que todos necesitamos descansar. Sugiero que Yekaterina y Julio se libren de montar las tiendas.
—Vale, John—dijo Sviatlana—Admito que se lo han merecido.
Akakios le indicó a Julio que se acercara. Se quiso quitar la mochila de encima, pero se lo impidió.
—Déjalo, ya la cojo yo mismo—hizo un esfuerzo al cogerla.
—Y yo contigo, Yekaterina—dijo quien había criticado a Sviatlana.
—Gracias, Anush—respondió ella.
Libres al fin, se frotaban los miembros con agujetas. Los demás vaciaban sus respectivas bolsas.
—Sí que se ha pasado un pelín, sí—dijo Ji-young, probando a cargar la bolsa de Yekaterina ella sola.
—Sé que hay que entrenar, pero esto es pasarse—dijo Akakios.
Julio y Yekaterina se apoyaron en la colina.
—Perdona lo que he dicho—dijo Julio.
—No te preocupes. Tampoco sabía yo que te hubiera dado tanta carga. Aunque me lo he figurado al no verte delante de mí.
—Estoy molido.
Yekaterina asintió. Mientras, montaron las tiendas con rapidez.
—Et voilà!—anunció una chica de voz alegre con acento brasileño.
—Parece que el acento materno es el que se usa con expresiones extranjeras de uso común, Luisiña—dijo Sachiko.
Mientras, otra figura comprobaba con un aparato la última zona. Volvió y anunció:
—Este sitio es un refugio contra el viento y no hay trazas de polvo en el aire. Podemos quitarnos los pasamontañas.
—Gracias, Kafika—dijo Sviatlana—Pues nada, por fin tendremos la cara al fresco.
Se los fueron quitando. Cansados como estaban, Julio y Yekaterina fueron los últimos. Ella dejó que el pelo rubio cayera sobre sus hombros, después de desatarse el moño en que lo había anudado. Él no tenía que preocuparse respecto a eso, pero disfrutó con la sensación del aire refrescando su rostro.
—¡Eh!—anunció Farid, un hombre negro y poco más alto que Sviatlana—Aquí hay una fuente.
Kafika fue allí a realizar las pertinentes comprobaciones de potabilidad del agua.
«Espero que sea potable. Como sea fresca, soy capaz de beberla de todos modos», pensó Julio.
—Ya de paso, podrías comprobar si, aunque no sea potable, es apta para bañarse—dijo Sviatlana—Nos hace falta cambiarnos de muda.
—Precisamente te iba a preguntar dónde ponemos el cagadero...—preguntó el hombre compasivo, un pelirrojo llamado Peter.
—¡Es potable!—anunció Kafika.
—Pues detrás—indicó Sviatlana—Y preferiría que lo llamaras «letrina».
Anush apiló troncos en el centro entre las tiendas de campaña.
—¡Menos mal que has insistido en traer troncos!—le dijo a Sviatlana—Aunque la próxima vez, mejor repartidos, que pesan menos que el instrumental.
Yekaterina se frotó los brazos, suspirando.
—Bueno, podemos sentarnos—anunció Ji-young.
Todos se acercaron. Julio y Yekaterina casi se dejaron caer desde donde habían estado sentados.
—Bien, repasemos lo que sabemos—dijo Sviatlana.
Le hizo un gesto con la cabeza a Peter.
—Como ya os he dicho, hace cosa de semana y media entré a esa taberna intentando encontrar al tipo que robó el pendiente de la baronesa, cuando oí a dos parroquianos disputar acerca de un arma muy poderosa.
«—¡Te digo que ese arma es incluso más poderosa que los propios dioses!—dijo uno.
—¡Blasfemo!—gritó el otro.
—¿Os importa contarme qué es eso del arma?—les pregunté—Os invito a una ronda».
Peter calló un momento.
—Básicamente, la historia sobre la que discutían era que en otros tiempos aquí se levantó un puesto de guardia prácticamente fabuloso, destinado a guardar las fronteras del reino del ataque los bárbaros. Según ellos, quedaron aquí los restos de un arma poderosa en extremo.
«Una historia que es igual a miles», pensó Julio, «Pero bueno, a nosotros no nos importa para curiosear...»
Sviatlana asintió.
—Y, curiosamente, Luisiña oiría más tarde una historia similar.
—Sí, pero lo mío es menos espectacular. Simplemente estaba buscando el objeto que nos encargó ese tipo raro que nos encontramos en la capital de norte y unas mujeres estaban contando la historia de un supuesto priorato, cuyos monjas velaban por la paz y, para casos excepcionales, tenían un arma poderosísima.
—Espera—preguntó Ji-young—¿Priorato o abadía? Porque la otra vez dijiste que era una abadía...
—Hay versiones distintas—dijo Luisiña—Una vecina me aseguró que era una abadía.
—A mí particularmente me da lo mismo—dijo Sviatlana—Aparte de que, según Peter, habría sido una fortaleza. Lo que importa es que podemos ver que aquí hubo un edificio de cierta importancia. Esta fuente, por ejemplo, les daría agua, pero con el tiempo se fue secando y sólo basta para un pequeño grupo como el nuestro.
«¡Qué suerte!», pensó Julio.
—Eso sí, algunas de las historias narran que habría un guardián...—dijo Akakios, mirando hacia las ruinas—¿Crees que será un sistema de seguridad?
—A lo mejor hay alguien—sugirió Sachiko.
—¿Y qué comería? ¿Y por qué no ha salido aún?
—Tendrá reservas. Y, como guardián, se limita a vigilar, no a espantar a quien se acerque por aquí.
—Vamos, que es funcionario—dijo Julio, y todo el mundo se rió.
Todos miraron hacia las ruinas. Las perspectiva de que alguien pudiera estar observándolos desde allí no los inquietaba, pues el lugar daba más pena que miedo. No obstante, era verosímil.
—De momento, comamos y descansemos—decidió Sviatlana.
John sacó las reservas. Julio no dejaba de ilusionarse por el hecho de estar consumiendo el mismo tipo de alimento que llevara Amundsen, el conquistador del Polo Sur, como suministros de viaje.
—Es el alimento de los aventureros—decía en voz baja y en español.
—¿Decías?—le preguntó Sachiko, al lado, en inglés.
—Cosas mías.
La comida duró poco, pues al fin y al cabo no podían permitirse darse festines. Al acabar, Anush dispuso los turnos.
—Primero nos lavamos nosotras y luego vosotros. ¿Vale?
—Y por orden alfabético.
—Lo que te pone a ti la primera, ¡graciosa!—dijo Ji-young y todos rieron.
—¡A mí no me mires!—dijo Anush—No tengo la culpa de que la «a» sea la primera letra del alfabeto latino y de apellidarme Atchabahian. Apellido en parte turco, porque...
—Tampoco te he pedido que me cuentes tu genealogía—respondió Ji-young, y le dijo—Lávate ya, anda, que tengo ganas de quitarme todo este sudor de encima.
Julio pasó el rato jugando con Luisiña al tres en raya, que escribían sobre el suelo.
—¡Maldita sea!—gritó ella, molesta—¡Nunca te pillo!
—Hace bastantes años que se creó el algoritmo del tres en raya—dijo él, tranquilo.
Sviatlana los observaba mientras jugaban.
—En rigor, es un juego con pocas opciones—dijo ella—Por eso me gusta el ajedrez.
—El shogi es más complejo—dijo Sachiko.
—Pues ya sabes, enséñame las reglas y jugamos algún día, a ver si es tan complejo como dices.
—Tampoco es tan difícil—le dijo Julio a Luisiña—Es que te dejas llevar, este juego es simplón. ¿Cambiamos a otro?
—Déjalo, parece que no voy a tardar para ducharme—dijo Luisiña, viendo que Anush ya había acabado.
—Total, no va a ser sino después de mí—dijo Ji-young.
—No, yo voy antes.
Ji-young puso cara de contrariedad.
—Que yo sepa, eras «Pineira». O como se pronuncie.
—Pinheira Giraldo. Mi apellido paterno es el segundo, y empieza por G. Aunque, si empezara por J, te quedarías igual.
—¡Entonces soy la tercera empezando por detrás!—dijo Ji-young, fastidiada—Porque Yekaterina es “Lysenko”, ¿no?
—Sí. “Petrovna” es mi patronímico.
—¡Malditos sistemas de apellidos!—dijo Ji-young.
Se levantó Luisiña al llegar Anush.
—Te he dejado allí las cosas.
Luisiña hizo un gesto con la cabeza. Ji-young miró con extrañeza a Sviatlana.
—Zhdanóvich—dijo Sviatlana, exagerando el sonido sordo inicial—Con Z. Eres la que va en medio, así que no te quejes tanto.
Ji-young se dio una palmada en la frente.
—Y que conste que mi patronímico empieza por S, así que no hago trampa, ¿vale?—dijo la larguirucha.
Julio borró la última partida de tres en raya.
—Le dais una importancia inusitada al apellido paterno—dijo de pronto.
Peter, que había estado asegurando los confines con Akakios, se sentó a su lado.
—En España es un poco como en Irlanda, ¿no?—le preguntó—Te refieres a alguien por su nombre y apellido en todas las circunstancias.
—Más bien por el nombre de pila. Somos muy informales. Sí que es verdad que hay una tendencia de llamar a alguien célebre como dices, o por ambos apellidos si el del padre es demasiado común. Sólo nos referimos por el apellido cuando hablamos de alguien célebre.
Julio no pudo evitar mirar hacia las ruinas. No veía luces.
—Si hay alguien, debe de ser la persona más silenciosa de la historia—dijo.
—No te creas—comentó Peter—Los francotiradores son conocidos por esperar durante horas en un mismo lugar sin dar señales de vida.
—Pero este tipo—dijo Julio—se va a quedar anquilosado si sigue así.
—Quizás esté andando de una pared a otra—intervino Sviatlana—Mi padre lo hacía cuando estaba de guardia en puestos donde apenas cabíamos los dos y yo no tenía ni nueve años.
Julio miró las ruinas un rato más. Después charlaron.

La noche había pasado mientras charlaban de asuntos intrascendentes. Sviatlana volvió del aseo con una bolsita.
—Aquí traigo cosas nuestras—dijo—, que no creo que queráis para nada.
Julio la ignoró. Se levantó y, antes de irse, se dirigió a ella.
—Supongo que siguen el jabón y demás.
—Sí, claro.
—¡Qué suerte que la G vaya antes de la M!—dijo Akakios, suspirando.
—Si recuerdo bien, te apellidas Mitroglou, ¿no?
—Sí.
—Pues en griego se escribirá con la letra mu, mientras que mis apellidos se escribirían los dos con gamma, que es la tercera letra. Tendría incluso con mayor preferencia.
Akakios suspiró. Anush se rió por lo bajini. Julio entró en el aseo, apenas cuatro paredes que, junto a lo apartado del lugar, daban una suficiente sensación de intimidad. A lo lejos, ya estaba oscuro y no se veía sino una superficie marrón grisácea, que ganaría en gris conforme el sol fuera bajando.
Bueno, a limpiarse.
Ahora que no estaba charlando, notó el peso de la jornada en sus músculos. Se los frotó con ganas, lanzando profundos suspiros de alivio. Se lavó rápido y se quedó sentado sobre el taburete que habían puesto unos minutos. Finalmente, lavó el asiento, se enjuagó, se secó y se cambió de muda.
Volvió rápido, pero le pareció una eternidad. Tenía sueño y ya caía la noche.
—Si no hay nada más que hacer, me acuesto—anunció.
—Te vas temprano...—dijo Farid, pero no le prestó atención.
—Buenas noches.
Entró en su tienda y llegó hasta su saco de dormir. Era cómodo, pero pensó que tardaría en quedar dormido. Se equivocó.

Despertó con ganas de orinar. Se movió y se sorprendió de que sólo sintiera un ligero dolor en los hombros. Estaba totalmente oscuro, a excepción del fuego.
«¿Qué hora será?», pensó, pero vio que había un reloj indicando las 3:30 de la madrugada. Se fue a dormir hacia las 9, así que aún le quedaban unas buenas horas de sueño.
Salió de la tienda, de pronto oyó un susurro.
—¿Quién va?—era la voz de Anush.
—Julio.
—Haz el favor de poner otro leño.
Julio lo hizo. Se levantó y se fue a la letrina, oyó el agradecimiento que musitó Anush. Al acercarse, se quedó asombrado.
Allá a lo lejos, donde antes sólo viera un terreno gris e indistinto, veía algo parecido una plaza circular, pero con estructuras brillantes.
«¿Cómo?», pensó, y se fijó en la luna. Su luz caía directamente sobre la plaza.
De pronto, algo lo sorprendió por la espalda.
—Me había preocupado cuando supe que ya te habías acostado...—dijo Sachiko, amorosamente—¿Estás descansado, campeón? Ven...
Julio enrojeció inmediatamente. Sachiko le besaba el cuello. Con total cortesía, la apartó.
—Perdona, es que… Bueno, venía por una urgencia.
—¡Aaaah! Vale, te espero—dijo ella.
—Una cosa. ¿Habéis visto antes eso?—le señaló la estructura.
Sachiko ahogó una exclamación de sorpresa.
—¡Anda…!
Dijo algo, pero Julio entró en las letrinas. Una vez acabada su urgencia, salió suspirando de alivio.
—Ya te he dicho que tenía ganas.
Ahora era Sachiko la que estaba concentrada en otros asuntos.
—¿Qué crees que será?—preguntó ella.
—No sé, pero tengo la impresión de que es una especie de plaza para reuniones nocturnas. Fíjate en la luna, sus rayos de luz caen directamente sobre la estructura.
—Estoy de acuerdo en tu observación sobre la luna, porque desde luego nadie ha comentado nada. Ni siquiera Peter, que fue el último.
Se fijó en la luna.
—Seguramente, será visible durante otra hora...—se arrimó a Julio, y volvió con sus caricias—Tenemos tiempo, chavalote—dijo amorosamente.
Julio podía ser muchas cosas, pero no era insensible a una mujer hermosa y cariñosa. Se dejó llevar.

Algo más de un cuarto de hora después, Sachiko y Julio estaban abrazados desnudos en la oscuridad, bajo una manta.
—Lávate tu primero—dijo ella—No creo que nadie haya notado que estamos aquí, pero ya que es tu descubrimiento, coméntaselo a los demás. Diles que estoy en el baño, al fin y al cabo será verdad.
Desnudo y tiritando, Julio se aseó lo imprescindible y se vistió. Se dirigió al campamento corriendo, los hombros aún le punzaban. Allí estaba Sviatlana con cara de sueño, y Anush y Akakios parecían tener un momento de pareja.
—¡Qué ánimos!—dijo la primera.
—He descubierto una estructura que se revela sólo bajo la luz de la luna—anunció.
Todos se sorprendieron. Él les contó lo ocurrido, aunque ocultó que había sido hacía más tiempo.
—Curioso...—dijo Sviatlana, aunque se la veía vencida de sueño.
—Si te parece, podríamos ir nosotros—propuso Anush.
—Mmmm…
—No es necesario que vengas—propuso Julio—Cuando he salido del baño, me he encontrado a Sachiko, quien ya lo sabe. Ella puede sostenernos una luz como señal para volver.
—Vale...—dijo ella, restregándose los ojos.
Akakios y Anush se levantaron con linternas. Anduvieron hasta los lavabos.
—¿Por qué está levantada?—preguntó Julio—Que yo vea, no hay guardias.
—La pobre tiene la costumbre de tomar leche cuando se despierta—respondió Akakios—Claro está, la está hirviendo y el fuego no es muy potente.
—Sé que se ha pasado con las mochilas, pero créeme que es un pedazo de pan—dijo Anush.
Llegaron y vieron a Sachiko. Anush la miró, se adelantó y le dijo algo al oído. Ella se sorprendió un montón y se llevó las manos al cuerpo. Anush la tapó, y les hizo gestos para que esperaran.
—Nos hemos divertido, ¿eh?—preguntó Akakios con una voz que parecía irritada, pero Julio ya conocía su vozarrón.
—¿Mmmm?
—Lleva puesta la camiseta del revés. Me he dado cuenta hasta yo.
Julio se encogió de hombros.
—Considero de mal gusto traicionar la confianza que me otorgan las señoritas.
Akakios se rió, pero con discreción, dando a entender que le bastaba.
—Ya podéis mirar, es que tenía una cosa—dijo Anush.
Llegaron. Dejaron una linterna colgada de la pared de la letrina más cercana a la plaza.
—No deja de ser extraño, ¿eh?—preguntó Akakios—No nos hemos fijado.
—Seguramente está hecho de un material que refleja la luz a ciertos ángulos y según la temperatura ambiental—dijo Julio.
Llegaron en diez minutos. La plaza era casi circular: tenía una entrada y una salida, y estaba dividida en otras seis partes con muros decorados con imágenes e inscripciones.
—A ver...—dijo Anush—Creo que es la lengua que esperaba… ¡Ay, está en varias! Mejor que mejor.
—Afuera hay una inscripción—dijo Akakios—Trae la cámara, Julio.
Julio se la dio. Mientras hacía las fotos, Akakios le comentó:
—¿Qué te parece? Era la entrada a la antigua edificación.
—Ahora que apenas queda nada en pie, sí—dijo Julio—Supongo que las partes que se han caído no eran del mismo material.
—Ello implica que los mensajes de las paredes son mucho más importantes que la propia edificación. Lo que estoy leyendo me da a entender que se fomentó su imagen como destino para aquellos que deseaban un retiro total del mundo—comentó Anush.
—Y el mundo los alcanzó a ellos...—dijo Julio, distraído.
—¿Eh?—preguntó ella, era un tic suyo con mucha gracia.
—Nada, tonterías mías.
—Bueno, sí los alcanzó el deterioro inevitable que sufre todo—comentó Akakios—El mundo es cambio y regeneración.

Volvieron y encontraron que Sviatlana se había acostado, aunque dejó una nota pidiendo un breve resumen. A toda prisa garabatearon «Es la entrada al sitio que buscábamos» y cada cual se fue a su tienda.
Peter estaba medio despierto.
—¿Qué ha pasado?—preguntó.
—Hemos encontrado la entrada. A la luz de la luna brilla que es la leche. Mañana ya os contaremos todos los detalles.
—¡Aaaaaahm! Sí, mejor por la mañana.
Julio esperó a que dijera algo más. Él mismo se quedó dormido.