miércoles, 13 de julio de 2022

Encuentro inesperado (I).

En una oficina cualquiera, un joven se afanaba en su trabajo… Bueno, es un decir. El joven ora hacía sus faenas (consistentes en supervisar automatismos en un determinado lenguaje de programación), ora parecía cavilar con profundidad.
—Pues nada—dijo para sí, consultando de nuevo su reloj—, tendré que hacerle otra visita.
Volvió a mirar el ordenador cuando se le acercó un hombre, más maduro.
—Julio—dijo el recién llegado—, te llama el jefe.
El chico parpadeó, sonriendo con regocijo.
—Mira tú por dónde, quería yo verlo para preguntarle sobre cuándo piensa pagarme las dos mensualidades que me debía.
—Pues yo que tú tendría cuidado—dijo el otro, como si temiera sus propias palabras—, ha despedido a José Alberto.
—¡¡No jodas!! ¡Si debe de estar cerca de los sesenta años!
—Mucho me temo que eres el siguiente en la lista… Porque, permíteme decírtelo, os quería citar sólo a vosotros dos.
El tal Julio no dijo nada durante un momento. Simplemente suspiró y se levantó.
—Pues si es así, de este antro no me largo sin mis mensualidades, faltaría más. Oye, Ramón, gracias por la honestidad.
—Siento no ser de más ayuda… No lo entiendo.
—¡Bah! Es cuestión de dinero, no es personal, ¡hombre!—reflexionó un momento—Bueno, para mí sí es personal cobrar lo mío.
Se marchó y anunció por encima del hombro:
—Bueno, pero tampoco adelantemos acontecimientos.
Se dirigió al despacho del jefe. Pudo ver que estaba sentado junto a un tipo muy bajito al que no conocía de nada. Entró saludando.
—Buenos días, Julio—anunció su jefe, un tipo llamado Adrián—Este de aquí es Paco, de Recursos Humanos. Supongo que lo conocerás…
—Buenas—dijo el tipo.
—¡Sí, claro!—mintió Julio, quien ya dedujo que su compañero Ramón llevaba razón.
Su jefe se rascó la ceja.
—Bueno… Te hemos llamado para comunicarte que vamos a poner fin a tu contrato por bajada del rendimiento en tu puesto.
—Como podrás entender—dijo el otro—, en este trabajo la respuesta al cliente es fundamental.
—No me cabe duda—dijo Julio—, pero en mi puesto no tengo acceso al código. Si lo tuviera, podría contestar todos esos mails preguntando por qué falla el robot.
—Bueno, claro… Pero es que no te hace falta saber programar para el puestodijo su jefe—En cualquier caso, el rendimiento ha bajado...
—Porque, deduzco, hay menos trabajo.
Hubo un tenso silencio. Se oyó un suspiro.
—Mira, no eres mal trabajador. Al contrario. Pero… no das el mejor perfil.
—Claro, para vosotros tengo demasiado nivel para este curro...—dijo Julio con cierto desdén—Vosotros querríais a un pobre tipo con un cursillo de programación al que explotar doce horas al día.
—¡Hombre…!—dice Adrián—Tampoco es eso…
—En fin—suspiró Julio—Me pagaréis lo que me debéis, ¿no?
Trajeron los papeles del finiquito. Los revisó y firmó al ver que mostraban en efecto su nombre completo, Julio Gómez Giménez, y sus demás datos personales. Salió y se despidió de sus compañeros. El último fue Ramón.
—Gracias, Ramón, por haber preparado el terreno—dijo, se abrazaron y se marchó.
Afuera, lo recibió un potente golpe de viento que lo obligó a encogerse. De 165 centímetros de estatura, complexión normal y más bien flaco, apenas pasaba de los sesenta kilogramos.
—¡Mierda! ¿Ya ha empezado el vendaval? Ya me advirtieron en casa que hoy la noche daría miedo.
Lo peor es que la inusual hora de salida lo obligaba a tomar el metro. No tenía coche y, aunque hubiera salido a su hora, ese día había un partido de alguna de esas copas de fútbol regionales, de las que él no conocía ninguna, y muchos de compañeros se habían tomado el día libre para ver el partido. Entre ellos, los que vivían cerca de su barrio.
—Hace falta valor para no haber suspendido el partido—reflexionó y se arrebujó en su chubasquero.
Emprendió la marcha. Nadie circulaba por las calles de ese polígono comercial, cercano a un municipio de los alrededores de Sevilla. La salida del mismo estaba cercana a la que ya no era su empresa y, una vez la hubo pasado, bajó una cuesta y se dirigió a un puente, por donde una escalera bajaba a otro nivel. Unos chicos estaban debajo del puente, bromeando y charlando, pero al ver a Julio fue como si su desánimo los hubiera alcanzado.
—Tíos, ¡vámonos que ya empieza a hacer mal tiempo!—y se fueron corriendo.
Julio continuó su triste marcha. Se acordó entonces y, sacando el móvil, envió un escueto mensaje a «Susana». «Me han echado», rezaba. El camino recorría el borde de un barrio de chalés o casas antiguas reformadas, Julio no lo tenía claro, donde a veces veía a alguien paseando al perro, pero ese día todos estaban en sus casas. Llegó al metro y pensó que, en otra ocasión, se habría tomado algo en alguno de los locales circundantes, pero ese no era el mejor día.
Bajó las escaleras del metro con sus propias fuerzas, aunque eran mecánicas, y pagó. Por fortuna, no tenía que recargar la tarjeta del metro. El letrero anunciaba que el metro llegaba en apenas unos minutos. De pronto, sonó el móvil. Era Susana.
—¿Te han pagado lo que te debían?
—Sí.
—¡Vaya! Bueno, ya está hecho. Mamá quiere hablar contigo.
Su hermana le pasó a su madre, quien soltó toda una retahíla de frases convenientes para esos casos. Julio tenía ganas de soltarle que lo único que le molestaba era no haberse largado él mismo.
—Bueno, ya sabes que en casa tienes todo. No te preocupes que estaremos de vuelta mañana. Ya sabes que va a caer la del pulpo, no salgas de casa.
—No—dijo él y subió al metro.
Su hermana se puso de nuevo.
—Ya hablaremos mañana.
—Sí, de acuerdo. Adiós y cuidado. Saludos a los tíos y a los primos.
Vivían puerta con puerta y se habían ido a Córdoba a atender una gestión de una propiedad antigua, de sus abuelos. En el metro apenas si había gente, supuso que la mayoría cogía el metro de vuelta. En la estación de llegada, vio que el cielo ya estaba encapotado. Se arrebujó en el chubasquero, mientras pensaba que hizo bien en no llevar paraguas: eran inútiles con ese viento.
La parada de autobús estaba muy llena y consideró alguna ruta alternativa, pero llegó justo entonces uno de la línea que necesitaba. Sorprendentemente, encontró espacio para sí: era lo bueno de ser un tipo bajito y más bien escuchimizado. Iban apretados y, para colmo, un tipo gordo, escandaloso y de escasa higiene canturreaba obscenidades, sin preocuparse de su mal olor, pero calló cuando se oyó el primer trueno.
—Ya empieza—dijo una chica de uniforme escolar, poniendo mala cara.
Julio la compadeció, la chica llevaba un paraguas y ropa típica de mayo. Para ese mes en Sevilla, hacía más bien frío.
La siguiente etapa fue una odisea, en el sentido de que, como el «héroe» de Ítaca (Julio censuraba que Odiseo, al principio de su narración en Esqueria, admitiera haber sido un vulgar pirata), el recorrido fue determinado por los accidentes. Entre el tráfico y una obra, tardaron mucho y debieron dar un rodeo, por lo que Julio hubo de seguir aguantando al maloliente muy cerca de un joven con un peinado que a él le parecía propio de un videojuego de la primera PlayStation, en plenos 90.
Cuando por fin se largara el gordo, el chico no pudo ocultar su alegría.
—El cabrón—dijo con tono inesperadamente viril—no ha debido de ver una pastilla de jabón durante al menos dos meses—y le sonrió a Julio, quien también sonrió.
Cerca de la rotonda de Barqueta, un buen número de los pasajeros bajaron y apenas quedó la décima parte. En los dos paradas siguientes, bajaron todos menos Julio.
—¿Vas muy lejos?—le preguntó el chófer.
—No, justo ahí.
—Pues…
Julio no dio crédito: la calle ya estaba en proceso de quedar anegada. Cuando llegó, se despidió del chófer y salió, arrebujado otra vez en el chubasquero. La lluvia impactó sobre su cuerpo con fuerza y durante un momento se quedó quieto. Cuando avanzó, anduvo sin prisa, pues consideraba que lo peor que le podía pasar en un día como ese era dar un resbalón y romperse una pierna.
La lluvia lo seguía azotando, pero no le importaba. En su estado de ánimo, casi que le parecía apropiado.
«Siempre llueve en la ficción cuando ocurre una tragedia. Y a mí me ha ocurrido la peor tragedia según grandes expertos de la cotidianidad», pensó, irónico, «Perder el trabajo».
Normalmente, tardaba diez minutos en llegar al portal de su casa. Ese día, al ir con calma y al buscar refugios para mojarse menos de lo necesario, tardó quince. Cuando por fin llegó, se encontró con un vecino al que conocía de vista.
—¡Ojú!—le dijo al verle llegar—Bueno, ahora podrás sentarte junto a la estufa.
—Sí—dijo Julio por toda respuesta.
Sin decir más, llamó el ascensor y entró. Se asomó, pero el vecino le dijo que no con un gesto de la cabeza. Subió, quitándose el chubasquero. Dentro de lo que cabía, no estaba totalmente calado. Era un buen chubasquero. Eso sí, comparado con cualquier otro día de lluvia, era como si hubiera bailado como en la película.
Salió y, por fin, llegó a su casa. Vio a los hijos de los vecinos, jugando en el espacio entre su puerta y la de la casa de Julio.
—¡Hala!—dijo la hija mayor, que tenía 11 años, llamada Elena—¡Sí que llueve! ¿Eh?
—¡Ya ves!—dijo Julio, abriendo la puerta de su casa tan pronto como pudo.
—¿Has salido antes del trabajo?—preguntó la niña.
—Pues sí. Y para siempre: me han echado.
—¡Ay! ¿Y por qué?
«¡Porque son unos hijos de puta!» fue su primer pensamiento, pero por supuesto se moderó.
—Porque no les doy dinero—respondió Julio—No hay ya del trabajo que les hacía y, para no seguir pagándome, me han echado.
—¿Y no podrían darte otro trabajo que también pudieras hacer?
No les interesa.
Tu primo siempre comenta que sabes muchas cosas.
Mi primo me tiene en la más alta estima, lo que le agradezco de corazón, pero una cosa es saber hacer cosas y otra que te paguen por ellas.
—¿Y entonces para qué vamos al colegio?
Julio no supo qué contestar durante un momento.
—Porque el colegio no sólo debe enseñar cosas que den dinero. Vivir en una casa limpia no te dará dinero inmediatamente, pero es mejor que vivir en una pocilga.
La niña lo miró, como esperando algo más.
—Y porque en saber hay cierta belleza. Es decir, ¿no crees que saber algo es mejor que no saber qué es?
—¡Ah, sí! Tu hermana suele decir que al menos hay que saber que no se sabe, aunque no acabo de ver por qué entonces seguimos sin saber eso que no se sabe.
«Ya dice el bueno de Luis que Sócrates era un bocazas», pensó Julio.
—Es que no es fácil, o a lo mejor nadie lo sabe. Es como una caja cerrada que nadie puede abrir.
Aprovechó la reflexión de la niña para entrar.
—Ya nos vemos—le dijo.
—¡Sécate bien!
Encendió la luz. La casa estaba cerrada, lo que era bueno. En el salón de estar había bastantes sillones, un televisor y una estantería llena de libros de todos los temas, algunos los había comprado él. Entró por el pasillo, pero se detuvo porque le pareció ver un movimiento en la cocina. Resultó ser una polilla. Llegó hasta el cuarto de baño y colgó el chubasquero. Encendió la luz y se miró en el espejo. Seguía siendo un perfecto pardillo, de buena salud y sin tampoco riesgos de desnutrición a pesar de ser un tirillas. No quiso afeitarse, así que se quitó los zapatos y, en calcetines, entró en su cuarto. Cogió el pijama y abrió la ventana con la persiana echada.
Se duchó con lentitud, dejando que el agua caliente cayera durante un buen rato. Aunque el termo estaba lleno y él no solía gastar, decidió enchufarlo. Finalmente, se puso el pijama y, de vuelta en su habitación, se dio cuenta de que no sabía qué hacer.
—Intentaré ver la tele.
La encendió, pero no encontró nada demasiado interesante. La mayoría de las series de animación habían dejado de interesarle y en la mayoría de cadenas sólo anunciaban concursos de talento, particularmente de canto.
—Tipos cantando pop, tipos cantando flamenco, niños cantando… ¡Si al menos fueran loros! Me gustaría oír a un loro cantar.
Otro zapeo lo llevó a una playa donde un tío le gritaba a una chica algo sobre unos arenques.
—¿Aún emiten este concurso de supervivencia? Bueno, ni siquiera: es cotilleo de famosetes haciendo el imbécil en vete a saber tú qué islote al que llaman «paraíso» por carencia absoluta de cultura, inteligencia y buen gusto.
Viendo el panorama, se levantó y volvió a su habitación.
—Bien, o jugar o leer.
Vio antiguos juegos de consolas de 16 bits. No estaba seguro de que las consolas funcionasen, pero siempre las cuidó bien. Así que se decidió a probarlas. Se alegró de ver que la experiencia era positiva.
—Hacía tiempo que no jugaba al Michimaquinón—dijo, y ya llevaba un cuarto de hora recordando las acrobacias, cuando llamaron a la puerta.
—¿Quién será?—se preguntó Julio.
Acudió envuelto en una bata y miró por la mirilla. Era la vecina, con los niños. Abrió y la saludó.
—Que me he enterado por la niña de que te han echado—dijo, con ese clásico deje sevillano que era mitad interrogativo, mitad afirmativo.
—Sí que es cierto.
—¡Vaya leche! ¡Así no hay quien levante el país! Supongo que se lo has contado a tu madre…
—Sí, claro.
—Pues ya sabes, si necesitas algo…
—Estoy bien, gracias. Mi madre me ha dejado todo preparado.
De pronto, la niña se adelantó.
—Tu hermana me dijo que podía entrar a por unos apuntes suyos de inglés, de cuando estudiaba en el instituto.
Julio supuso que era verdad, porque su hermana no solía pregonar esos apuntes que se hizo y que llegaron a ser famosos porque eran buenos.
—Pues pasa. ¿Sabes dónde los guarda?
—¡Sí!
Pasaron y Elena entró en la habitación de su hermana. Julio vio que se dirigió al lugar correcto, lo que hizo que recordara algo. Fue a su habitación y se dirigió a lo que parecía un armario, pero tiró de una lámina a la izquierda. Al desplazarse, reveló una especie de trastero. Entró y buscó la linterna que había dentro, que encendió. Estaba conectada a un proyector que hacía que iluminara bien el espacio, repleto de una impresionante colección de figuritas. Unas eran de chicas mágicas, con diversos trajes de gala y posturas que reflejaban alegría, entusiasmo, estoicismo, picardía, turbación, fingimiento o dolor. Otras eran de androides y toda una serie de criaturas de formas geométricas que habrían hecho las delicias de Pitágoras: una tenía ojos en posiciones icosaédricas y bocas en las dodecaédricas; aquella eran dos caras, en posición inversa, que parecían gritar al vacío el absurdo de su propia existencia; una tercera se revelaba como unos senos de mujer que formaban los distintos miembros de un cuadrúpedo.
Inspeccionó las figuras, que estaban limpias, aunque quizás con algo de polvo. Pensó que podía echar la tarde en limpiarlas un poco, cuando de pronto entró Elena.
—¡Hala! No sabía que hubiera un cuarto aquí dentro.
—No me gustaba la esquina que hacía la habitación, así que me monté esto con mi tío.
Elena miró las figuras.
—¿Aquí guardas las muñecas? Ya me parecía raro que no las hubiera visto nunca.
—¿Quién te lo ha contado?
—Tu madre dice de tanto en tanto que al menos tú tienes tus muñecas y trastos donde no estorban. Se queja de que tu padre ha dejado no sé qué.
Se refería a una caja de herramientas que su padre ya no solía usar. Recordó que tenía cajas con cosas, que estudió por encima. Las cajas no tenían fisuras.
—¿Qué son esos muñecos?—preguntó Elena, mirando la figura de los senos, la platónica y el Jano desesperado entre otras.
—Ángeles y algunos robots.
La niña lo miró con una cara que parecía querer decir «Me estás tangando, los ángeles tienen alas y le besan los pies al niño Jesús».
—Son de una serie de hace algunos años, donde los ángeles son así, un poco raros.
—¿Qué serie?
—Paleon Exegesis Proangelion.
—¿Y estas también?—dijo señalando las muñecas.
—No, esas son de una serie que se llama Satellite Witches in Space. Va de unas muchachas a las que un destino trágico empuja a luchar para defender sus planetas natales de un gran peligro.
Recordó que el gran peligro era en realidad la propia ambición de los gobernantes de esos mundos, que querían prosperar a costa de los demás, pero tampoco era cuestión de recordar el sorprendente giro del argumento que transformó un alegre programa sobre muchachas bailarinas en una alegoría sobre la maldad de los políticos demasiado ambiciosos.
—Pues son muchas—dijo Elena, mirando todas las figuras.
—Sí, es que en la serie, la humanidad ha colonizado el espacio exterior.
—¿Y qué ibas a hacer? ¿Mirarlas?
—Iba a limpiarlas un poco, que tienen polvo.

Al final, pasó el resto de la tarde con la niña, limpiando las figuras, mientras hablaba con la madre.
—Siempre fastidian a los de abajo, por supuesto—dijo Julio—Aún no sé dónde probar, pero ya veremos.
—¿Qué es eso?—preguntó Elena, señalando la consola.
—Una consola del año del peo—dijo él—Ese juego es muy divertido.
—¿Puedo jugar?
—Si eso, mañana—dijo su madre.

De nuevo solo, cenó en su casa. Después de comer, vio unos cuantos episodios de la serie de las Brujas Satélite.
—¡No permitiré que destruyas mi mundo! ¡Lamento que nuestros ahora jubilados cometieran un genocidio en tu mundo! ¡Sin duda es inexcusable! Pero, ¡actuando así, habrá otra genocida más!—gritaba desesperada una de las heroínas secundarias, que a Julio siempre le gustó.
Le entró sueño hacia las diez y media.
—¡Qué horror! No tengo ganas ni de jugar… Bueno, a la cama.
Se arropó, hacía frío.
—¡Seguro que ahora me revuelvo en la cama como un…!
Pero no llegó a completar el pensamiento. Cayó en un profundo sueño.

domingo, 12 de junio de 2022

Ensayo pantuflero (II): Personalidad y ambiente familiar.

Es lógico que, como personaje de historieta, el carácter de Pantuflo varíe, pero el suyo llega a contrastes asombrosos. Ora es amable, ora un tirano; ahora es un académico serio y riguroso, y de pronto sólo tiene interés en el vil metal. Para entender los numerosos contrastes del alma pantuflera, debemos ir capítulo por capítulo y de momento nos centraremos en cómo actúa en el seno de su familia.

Ambiente familiar

Cuando Pantuflo era conocido como Raguncio Feldespato, era un ser de execrables prácticas. Castigaba a sus hijos de modos brutales y despiadados, propios de tribunales revolucionarios.


Ha puesto una cesta para recoger sus cabezas. ¿Cómo puede ser tan cruel?

Con el tiempo, evolucionó a modos más suaves, pero con lentitud. En esta historieta, podemos ver que nuestro sujeto de estudio se deleita con instrumentos de tortura.


Su señora también está vivamente interesada. Peculiar familia, sin duda.

Dicha evolución duró décadas y, a pesar de sus ocasionales accesos a la cólera, Pantuflo pudo por fin pasar por un padre amoroso.


No obstante, aún seguía ahí esa tendencia a pensar mal de sus propios hijos. La primera de las dicotomías pantufleras empieza en su hogar y es adecuado, pues, que veamos cómo se relaciona con los suyos.

El padre pantuflero

Zipi y Zape necesitaban un origen, esto es, unos padres. Como padre, don Pantuflo es un ser impredecible, ya lo hemos dicho. Incluso en historietas de épocas similares cambia de historieta a historieta.


Crean dos androides indistinguibles de un ser humano. A Pantuflo, ¡plim!

La obsesión de Pantuflo con que sus hijos consigan laureles académicos es palmaria. Uno podría excusarlo alegando la importancia que tiene labrarse una buena educación, máxime en tiempos pretéritos cuando la autoridad del profesor era cuasi divina, pero en este hombre coinciden otros hechos.


Primero, Pantuflo es una suerte de intelectual impreciso. Aquí nos manifestamos contrarios a la opinión de que es catedrático de colombofilia, filatelia y numismática: Escobar le cambiaba la profesión según conviniera a la historieta y asimismo fue autor de seriales de radio, conferenciante y otras tantas profesiones. Don Pantuflo hace del habla (o, ya veremos, de la charla) su principal fuente de validación personal y de sustento económico.


Sin embargo, en ocasiones falla ostentiblemente. He aquí que Pantuflo muchas veces evade situaciones que revelen su ignorancia para salvaguardar su honor o, peor, crearse una falsa imagen ante sus hijos. Uno podría entender que estimulara a sus hijos, pero, realmente, ¿justifica el éxito el engaño? Pantuflo parece creer que sí, lo que le da un carácter hipócrita a sus actos.


Quizás el hecho de haber defendido el trabajo sólo para fracasar miserablemente lo ha decepcionado, pero, ¿acaso no conlleva el autoengaño una decepción aún mayor?


Eso sí, sin duda podría haber actualizado sus métodos educativos y haber reformado el cuarto de los ratones antes de que acabara ardiendo.

El esposo pantuflero

Pantuflo actúa en su casa como un rey, aunque muchas veces venido a menos.


Nótese la subordinación de doña Jaimita a su marido en la primera historieta. Nuestro sujeto incluso se congratula de ser inflexible, mientras que en la segunda cuida amorosamente de su esposa.


En otros casos, antes Pantuflo teme a su esposa. Dicho espectáculo suele darle la razón moral a ella, mostrándolo como un bufón pantuflero.


Finalmente, a veces Pantuflo le recrimina a su esposa que no lo respete, a pesar de que protagonice actos absurdos, como este estrambótico salto al jardín. ¡Luego hablarán algunos del suicidio homeopático…!


Y no faltaban veces en que era Jaimita la lista y Pantuflo un sosainas que se dejaba llevar por sus consejos.

Conclusiones sobre el ambiente familiar

Pantuflo se debate entre ser amoroso y ser demasiado moroso de la paciencia de sus seres queridos. Es un tirano venido a menos, pero tampoco un señor moderno. Su educación chirría con los tiempos modernos. Otras opiniones se decantan por destacar su mezquindad. Así, por ejemplo, veamos todos estos comentarios en que Pantuflo comete una pillería bastante impropia de un cumplido caballero.



¡Robando a sus propios hijos! Nótese el regocijo pantuflero ante este acto reprobable.


Lo anterior, sin embargo, no anula la aparición de ilustraciones como la superior, que arrojan otra luz sobre este individuo, siendo mostrado como una suerte de héroe trágico, a quien las obligaciones paternas oprimen.

Nos acercamos al centro de la cuestión, pero para avanzar es necesario cambiar el foco: la personalidad pantuflera tiene vértices en el mundo profesional.

martes, 31 de mayo de 2022

¡Especial literario! (II)

Michuru quería seguir abroncando al público, pero este rugió asombrado. Se dio la vuelta y vio que, de entre las montañas de libros, apareció un individuo mal afeitado, con gafas y aspecto de hacerse el despistado. Estupefacta, Michuru se volvió a Danny y preguntó, gritando:
—¿Quién coño es este tío?
Danny estaba por su parte bastante perplejo.
—Verás, Michuru—intervino Polita, consultando sus notas—Es la elección de los productores. Por lo visto, opinan que este tipo va a ser una figura de la cultura y aquí lo tenéis, para que lo entrevistéis.
—¡Oh!—dijo Danny, lo que provocó la carcajada del público—Bueno, pues pasa… ¿Te llamas…?
—Roberto Perales—dijo el individuo, metiéndose ridículamente la mano en la solapa de la chaqueta, como en una mala imitación de Napoleón.
—Autor del blog del Lector Malquerido—leyó Polita, resaltando el nombre del blog.
Michuru puso mala cara.
—¿Es este el tío que hacía el paripé de tener una supuesta becaria que sólo quería sexo las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, las cincuenta y dos semanas del año?—lo último lo dijo para hacer reír al público.
—Soy muy feminista y contrario de los micromachismos—dijo el tipo de pronto.
Nadie dijo nada, excepto alguien del público que tosió. Otro le ofreció pastillas para la tos y el primero le dio las gracias.
—Bueno, hablemos—dijo Danny—He oído hablar de ti, pero no he leído nada tuyo. ¿Cómo resumirías tu narrativa?
—Hago literatura, pero quitándole lo literario. Así la acerco al pueblo.
Danny se rascó la nariz, inseguro.
—A ver si te he comprendido, ¿quieres decir que tu obra es sencilla, perfecta para quien quiera empezar, o…?
—Verás, te pongo un ejemplo: el último Nobel. ¿Quién coño ha leído a ese tío?
—Pues yo, mira por dónde—replicó Danny.
—¿En serio has leído a ese autor centroafricano?
Danny puso tal cara de consternación que el público hasta se asombró.
—Sí, y te devuelvo la pregunta, ¿qué intentas decir? Ese hombre es muy conocido en varios países africanos y me parece justo que le hayan dado el Nobel. Si se lo hubieran dado al cuñado del jurado por escribir gorrinadas sobre futbolistas en un fanficción, pasen tus palabras, pero está muy fuera de lugar tu actitud.
—Creo que lo que Danny quiere decir es que no todo el mundo tiene que escribir sobre su sueño de ir a una cafetería de Praga porque allí viviera Kafka, creo que era—dijo Michuru con ironía.
Roberto miró molesto a Michuru, quien empezó a hablar en un idioma desconocido. Los que veían el programa por la tele pudieron leer «Michuru habla en sueco».
—¿No será danés?—preguntó Roberto—Una vez leí una novela danesa de seiscientas páginas. Ya es delito, escribir seiscientas páginas en danés.
—Roberto, si quieres, podemos hacer un listado de los idiomas en los que se pueden escribir novelas largas según tu magna opinión y se lo enviamos a los de la UNESCO—dijo Danny guiñando el ojo.
El público lanzó sonoras carcajadas. Polita, pacientemente, cronometraba.
—A la UNESCO les pediría que prohibieran La isla de las palpitaciones—declaró—Soy mejor que sus espectadores.
Danny y Michuru se miraron, como preguntándose «Dime por favor que es una broma tuya». Polita dejó de cronometrar y los avisó.
—Ya ha acabado el tiempo que había que dedicarle, podéis echarlo si queréis.
Danny y Michuru se levantaron, lo agarraron y amenazaron con tirarlo al público, que rugía encantado. El tipejo agitó los puños, irritado, alegando que aquello era una muestra de que era un incomprendido.
—¡Invoco a los lectores de mi blog!
—Más vale que los soltéis—advirtió Polita—Me notifican que nos están acribillando con puntuaciones de «No me gusta».
Danny y Michuru lo hicieron a regañadientes. El tipo se marchó, gruñendo y mascullando algo como «Ya sabía yo que no era lo mejor salir en este circo de locos». Pasó al lado de Polita, quien le hizo una pedorreta sin siquiera girarse del todo. El público se reía de lo lindo, así como Danny y Michuru.
—Bueno, pues la siguiente sección tiene como protagonista a nuestro público… Aunque no sé, sigo enfadada con ellos por el trato dado a don Caldo—comentó Michuru con ironía.
El público lanzó alaridos y lamentos, «¡Perdónanos, Michuru!», «¡Somos víctimas de una nefasta educación» e incluso «¡Tengo un certificado oficial de tonto del culo!».
—¡Sí que se han puesto de moda esos certificados…!—comentó Danny, impresionado.
—Ya sabes, con tal de no dar golpe… Es la vertiente burocrática del refrán «Dame pan y llámame tonto».
Ambos rieron.
—Bueno, voy a ser buena—el público se alegró, pero calló enseguida para no provocar de nuevo el enfado de su diva—Vamos a hacer una encuesta literaria. ¡Adelante, Polita!
Polita dio la orden y en la pantalla del plató, lo único que vieron los telespectadores, apareció esta encuesta:

«¿QUÉ TE PARECEN ESTAS FAMOSAS OBRAS LITERARIAS?

CORPÚSCULO

EL PRÓDIGO CAPISCI

EL ARRIBISTA»

—Me parece cuestionable aplicarles ese sintagma, ¡pero bueno…!—dijo Danny, suspirando.
—¡AAAAAAAAAAAAH! ¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!
Ese grito procedió del público. Tan intenso fue que a Polita se le cayó el café, que debía de estar muy caliente, pues se soplaba en la mano desesperada. Danny y Michuru se miraron, extrañados.
—¿Todo bien?—preguntó Michuru, con preocupación.
—¡No puedo creer que critiquéis Corpúsculo!—gritó la misma voz.
—¿Eres fan?—preguntó Michuru, cortés.
—No, pero he leído en Twitter, en Tik-Tok y en el blog de una chica que las críticas a Corpúsculo suelen ser misóginas.
Michuru y Danny se miraron, asombrados.
—Mira, aquí somos tolerantes y respetuosos con todas las elecciones vitales, así como abiertos a cualquier debate y comentario, sin importar el medio...—empezó Danny—, ¡pero no!—sentenció y el público lanzó una exclamación que, empezando interrogativa, acabó siendo un reproche.
—¡AAAAAAAH!, ¿EEEEEEEH?—sería la onomatopeya más aproximada.
—Hija—dijo Michuru, señalando a la pantalla—Hemos incluido dos obras de hombres y una de una mujer. No creas que a esas dos no les van a llover críticas. De hecho—y señaló a Polita, quien no necesitó saber más.
En la pantalla aparecieron comentarios de la web oficial del programa. Algunos eran tales que:
«Corpúsculo es un rollo». Pepita.
«De El arribista no puedo ni decir que sea buen papel higiénico». Mondonguero 10239.
«El código capisci es un vodevil de veleidades disfrazadas de sentencias profundas, un bálsamo de feriante que encuentra el apoyo de una prensa vendida y el aplauso de tres o cuatro mamarrachos». Un pobre inculto.
«De estos tres libros no sacaría siquiera dos frases que pudiera decirle al vecino en el ascensor sin sentirme ridículamente estúpida». Josefa.
—Como puedes ver—continuó Michuru—Los tres están recibiendo palos.
—¡Pero es que Corpúsculo es un fenómeno!—replicó la muchacha.
—Y El arribista ya es una religión—dijo Danny—No es broma, la ha reconocido Nueva Armenia como religión estatal.
—Los neoarmenios son los neohipsters de la neohistoria—sentenció Michuru.
La muchacha emitió una especie de maullido de fastidio. Viendo que ya nadie replicaba, Michuru puso una cara muy alegre.
—Bueno, ¡pues por fin hemos llegado a nuestro invitado estrella de la noche!—anunció Michuru, entusiasmada.
—Sí...—dijo Danny, casi apático.
El público cuchicheó sobre la diferencia entre sus reacciones.
—Querido público, debo admitir que Danny tuvo otras opiniones sobre quien debía ser nuestro invitado estrella, pero como es el homenajeado, tuvo que admitir mi opinión.
El público lanzó una sonora exclamación.
—Así, y sin más preámbulos, ¡recibamos con un gran aplauso a Jaimito Fraile!
El público aplaudió, pero se oyeron preguntas como «Y este tío, ¿quién es?» cuando el recién llegado, un barbudo con camiseta y vaqueros, hizo dos peinetas con ambas manos y sacó la lengua. Michuru se quedó mirándolo un poco incómoda, mientras Danny hacía una mueca de desagrado.
—¡Hey, Michuru! ¡Saludos, Danny!
—¡Bienvenido, Jaimito!
—Encantado—dijo Danny, más reservado—Bueno, hablemos de tu libro, «Mil millones de pedacitos chiquititos». Según leo en la contraportada, se basa en hechos de tu vida.
—Autobiográfico—corrigió Jaimito.
—Bueno, ya sabes lo que dicen los mejores escritores: que incluso aunque cuentes algo que te ocurrió, entre el hecho y el recuerdo se hunde el abismo de la memoria y se alza la montaña del recuerdo.
El público mostró su asombro ante la inesperada poesía de Danny. Michuru tomó la palabra.
—El caso es que en el libro cuentas tus experiencias con las drogas. Llegaste a ser un adicto a la cocaína, a la heroína y a la zipizapeína.
El público lanzó una exclamación de terror.
—Sí, y lo más grave es que…
Jaimito adoptó una pose de profundo dolor. Michuru lo miraba, angustiada, mientras que Danny, esperaba educadamente. El público mostraba asimismo su expectación. Polita también apareció, dando órdenes de que se fijara la atención en el entrevistado. Al verse en la pantalla, Polita hizo una mueca para expresar que no sabía qué ocurría con el susodicho.
—...Provoqué accidentalmente la muerte de un amigo.
El público lanzó una exclamación tan profunda que el plató quedó inundado de un estentóreo «¡OOOOOOOOOH!». Michuru sufría por Jaimito, aunque Danny y Polita intercambiaron una mirada de ligero escepticismo.
—¡Ejem!—dijo Danny—Lamento el hecho, Jaimito. La lectura de tu libro lo deja claro, aunque...
Michuru lo miró con descarado desdén.
—Entiendo que es difícil hablar de una muerte personal, pero quizás te haya salido una descripción que se regodee en demasía en el melodrama barato.
Michuru tomó aire, indignada. El público se asombró de lo que hubieron oído.
—Danny—dijo Michuru e hizo una pausa—Tiene que haber literatura para todos los públicos, no sólo obras sobre un alcohólico esloveno que lamenta no follar todos los días con las chavalas del vecindario.
El público rugió, entusiasmado.
—Jamás he pensado tal cosa, ni sobre la literatura, ni sobre los eslovenos, ni sobre los alcohólicos, ni sobre las muchachas de los barrios. Ni de todas juntas, ya puestos.
El público aplaudió su respuesta.
—Pero escribir durante cinco páginas «¡No, no, no! ¡No puede morir! ¿Qué hay de nuestra promesa sobre correr desnudos por el campo de futbito?» me parece absurdo, máxime porque uno tiene la sensación de que es para justificar que aparezca como un minicapítulo. Minicapítulo que rompe la acción, puesto que…
Michuru lo ignoró, haciendo gestos burlescos que provocaron la risa del público, y siguió hablando con Jaimito Fraile.
—Así pues, has usado la literatura como terapia y reflexión.
—¡Sí, sí, sí!—gritaba Jaimito Fraile como un niño pidiendo más galletas—Sentía dentro ese demonio interior, que me obligaba a seguir el mal...
—Jaimito—dijo Danny, sapiencial—Si es interior, ¡claro que está dentro!
El público abucheó los comentarios de Danny. Michuru lo miró de nuevo con desdén, pero Polita le daba la razón a Danny.
—Técnicamente es correcto, Michuru—dijo ella, sorbiendo café otra vez.
Michuru se levantó y algo soliviantada, empezó a explicarse.
—¡Por favor! Hablamos de literatura íntima, personal. No niego que su estilo pueda ser simplón a ratos, pero creo que podemos perdonarle esos errores.
Se volvió a sentar, aclamada por el público, mientras que Danny y Polita intercambiaban miradas de fastidio.
—Ahora viene lo importante: acabaste en la cárcel, porque robaste para pagar tu adicción.
Jaimito volvió a adoptar esa pose de profundo dolor. El público le daba ánimos para que hablara.
—¡Fue traumático! Fui a parar a un penal inhumano. Los olores, las cucarachas, las palizas, el aislamiento, las cucarachas, las bandas, las duchas, los camastros, la comida, las cucarachas, la desesperanza, la inactividad, la culpabilidad… ¿He nombrado las cucarachas?
—Tres veces—dijo Polita, consultando una pizarra en la que había estado apuntando las veces que las había nombrado.
—Eran las cuca… «arrachas»—comentó Danny.
Nadie se rió, ni tan siquiera Polita. Michuru agitó la cabeza decepcionada. Se oyó cantar a un grillo y alguien entre el público comentó:
—¡Un grillo no es una cucaracha!
El grillo dejó de cantar de improviso. Polita miraba por el suelo, buscando al grillo, cuando de pronto prestó atención al pinganillo.
—¿Cómo lo hará?—se preguntó y se dirigió a Michuru—No te vas a creer quién ha llamado.
—Será Miguelito—dijo Michuru, segura—Quiero decir, ese muchacho siempre sabe cuándo vamos a emitir un programa. Tiene algo parecido al sentido arácnido de Spider-Man.
—Pues casi, es alguien que dice ser un conocido suyo y que tiene que decirte algo importante sobre nuestro invitado.
Michuru chasqueó los dedos ostentiblemente, con una mueca de fingida decepción, lo que causó que el público se partiera histéricamente de la risa. Para los telespectadores, apareció el cartel «¡¡MICHURU A VECES FALLA, AMIGOS!!».
—¡Cachis! Bueno, los amigos de Miguelito son bienvenidos, así que le invito a hablar.
Se oyó una voz después de los sonidos de conexión de rigor.
—¿Hola? ¿Michuru? ¿Michuru? ¿Michuru?
—¿Qué? ¿Qué? ¿Qué?—respondió ella y sacó la lengua, burlona.
—¡Ah! ¡Hola, Michuru! Soy amigo de Miguelito.
—Ya me lo han contado. Bueno, ¿qué quieres?
El tipo bebió agua. El público bisbiseaba, expectante. Danny y Michuru se miraban, pacientes. Jaimito parecía inquieto. Polita se llevó el vasito de café a la boca, pero entonces miró su interior y lo levantó, examinándolo. Debía de estar vacío.
—Perdona, es que tenía sed. Escucha, voy a ser directo: el tío ese miente. No es cierto lo que cuenta.
El público lanzó una sonora exclamación que inundó el plató. Danny se sorprendió, Michuru se irritó y Jaimito Fraile se quedó helado. Mientras, Polita le pedía al gordo que se había estado hurgando la nariz otro café, pero miró al plató al oír la conmoción.
—¡Mira lo que dices, que este es el programa Homo homonivorus y nos preciamos de ser verdaderos!—dijo Michuru.
—Incluso crudos—dijo Danny.
—Yo no, a mí me guisaron estupendamente—replicó Michuru y el público se rió.
—Veréis, soy el autor de la web «Anales Criminales». Os pido que no digáis nada del título, sé que suena raro. En cualquier caso, mi web se encarga de recoger datos sobre criminales famosos. Cuando he oído hablar del pasado del tal Jaimito, lo he investigado. Nada es cierto.
El público emitió una exclamación de absoluto desconcierto. Danny abrió la boca, pasmado. Polita escupió casi todo el café que estaba bebiendo. Jaimito se puso blanco. No obstante, Michuru no dijo nada.
—Vale, dime qué has descubierto.
—Pues te cuento: al pavo lo detuvieron hace diez años por intentar vender un cigarro que en realidad era de hierbas aromáticas. Como al fin y al cabo no era tal, lo soltaron inmediatamente. Hace cinco, se saltó un stop para patitos y lo multaron.
—¡Qué monstruo!—gritaron entre el público.
Michuru vio por una de las cámaras la expresión de Jaimito. Sin moverse, giró el cuello hacia él de modo brusco. El público no se atrevió a hablar, a pesar de que Danny hacía gestos cómicos que querían decir que iba a recibir una buena bronca.
—Bueno, Jaimito—dijo Michuru, tranquila—, ¿qué puedes decir de estas acusaciones?
Jaimito estaba nervioso. Polita pidió a los cámaras que centraran la imagen en él y añadieran estos carteles para los telespectadores:
ESTÁ SUDANDO MUCHÍSIMO. ESTE TÍO ESTÁ A PUNTO DE VENIRSE ABAJO EN LO QUE SE TARDA EN DECIR «MEFISTÓFELES».
—Bueno… A ver, respecto a la cárcel… Es posible que nunca haya sufrido una condena en firme.
Danny hizo gestos de profunda decepción. El público lanzó una sonora exclamación, que volvió a envolverlos. Michuru no dijo nada.
—Entonces, todo lo que has escrito… Lo de tu amigo muerto, las experiencias con las drogas…
—¡Ahí está la clave!
—¡Menudo frase tópica, Jaimito!—dijo Danny, enfadado.
Polita se rió del comentario de Danny.
—Quiero decir que todo es real, pero no me pasó a mí. Les pasó a unos amigos… que han muerto—dijo, patéticamente, tanto en el sentido literal como en el metafórico.
Se volvió a oír el canto del grillo. Polita volvió a buscarlo.
—Jaimito...—empezó a decir Michuru con una sonrisa de oreja a oreja—¡NO ME JODAS!
—¡La has fastidiado, chaval!—dijo Danny, riendo.
—¡Exacto! ¡INSENSATO!—gritó Michuru cual personaje homérico relatando la desdicha ocurrida a un necio—¿Acaso no sabes que en este programa nos es preciada la absoluta verdad de nuestros entrevistados?
Todos aplaudieron: el público, Danny, Polita, seguramente el grillo que había cantado también aplaudía, dentro de los medios posibles para tal insecto.
—Te juro que es verdad, Michuru.
—¡Me importa un huevo de Santo Pito Pato bizco!—gritó Michuru.
El público rugía, satisfecho por el nuevo giro de la entrevista, mientras que Danny contemplaba el espectáculo riendo. Polita se limitaba a dirigir la grabación.
—Bueno, quizás para compensar...—Jaimito rebuscó en una bolsa que traía y sacó un tocho enorme—He escrito este otro libro, «Al pan, pan, y al vino, vino». Resulta que viene Jesucristo de nuevo a la Tierra, pero ahora nace en Malasaña y...
Danny y Polita se dieron una palmada en la frente, mientras el público gritaba «¿EN SERIO, TÍO?», pero entonces pasó a gritar asombrado cuando Michuru cogió el libro y se lo estampó al autor en la cabeza, una verdadera hazaña puesto que parecía muy pesado.
—¡ESTO PIENSO YO DE TU LIBRO SOBRE JESUCRISTO! ¡CRETINO! ¿PARA ESO NO HE LEÍDO NO SOY STILLER, DE MAX FRISCH?
—¡Magnífica novela, amigos!—recomendó Danny.
Michuru entonces destrozó el volumen a mordiscos, mientras Jaimito lloraba desconsolado.
—¡Aaaaaah!—gritaba Jaimito—¡En ese libro expresaba mi idea sobre el Mesías al que yo admitiría!
Polita encargó a los de grabación que hicieran cuantos memes se les ocurrieran con Jaimito lanzando su cómica exclamación de horror, que se hicieron enseguida populares.
—¡INSENSATO!—gritó de nuevo Michuru, esta vez con un matiz más propio del Antiguo Testamento, paradójicamente por lo que añadió a continuación—¿NO SABES QUE NADIE ES PROFETA EN SU TIERRA? ¡LO DIJO JESUCRISTO!
Entonces, se lanzó sobre Jaimito y lo obligó a comer las trizas que ahora eran su libro mientras le mordía. Finalmente, el escritorzuelo escapó como pudo, abucheado por el público y con Polita añadiendo sonidos cómicos a su patética huida.
—¡Vaya, amigos! ¡Michuru me ha superado en la crítica literaria! ¡Mis aceradas críticas nada pueden contra su crítica a dentelladas!
Todos rieron, incluso Polita y su equipo. Michuru se volvió, jadeando. Un grupo de sanitarios llegó y atendió a Jaimito, quien fue abucheado, aunque de pronto se oyó:
—¡No tiréis cosas, que les podemos dar a los de emergencias!
—¡Ah, esperad!
Y los sanitarios, amablemente, se retiraron y el público le arrojó al malhadado Jaimito tomates, papeles, herraduras e incluso alguien arrojó la cabeza de una muñeca de aspecto siniestro. Una vez acabada la lluvia de porquería, los sanitarios se lo llevaron entre aplausos.
Mientras, Michuru bebía de una botella.
—¡Me cago en su puta estampa!—gritó Michuru, y el público la cubrió en alabanzas y ánimos—¡Gracias, amigos, pero ahora tendremos que ir a publicidad antes de tiempo! ¡He echado al último invitado antes de hora!
—Si me permites...—intervino Danny, lo que causó el entusiasmo del público.
Danny intentó pedir silencio, pero el gesto fue interpretado como genuina humildad y dio lugar a más aplausos, incluyendo a Polita, quien aplaudía asimismo.
—Sí, Danny—dijo Michuru, cuando todo se calmó dentro de lo aceptable—Debería haberte escuchado.
Nuevos rugidos y cuando volvió el silencio, Danny habló.
—Sólo por si acaso, llamé a un viejo amigo mío para que fuera un invitado de reserva, por si se nos moría alguno o lo secuestraba la Cucaracha Marxista.
Michuru se quedó mirando a Danny un buen rato.
—¿No será el tío que escribió eso de la chica pulpo y el pavo ese que se hacen amigos?
—¡Pues sí!
Michuru y Danny se miraron un buen rato. El público contenía la respiración, hasta el punto de que se oyeron golpes de algunos cayendo por falta de aliento. Polita miraba también, intrigada, sin tomar el café.
—Mira, que salga si le apetece—cedió por fin Michuru—No soy quien, supongo, para hacer juicios literarios.
—¡Bravo!—dijo Danny—Polita, pídele a ese hombre que salga.
Polita le indicó a alguien que pasara y algo voló a su lado. El mismo tipo de la grabación, un poco más envejecido, salió al plató entre aplausos no escandalosamente ruidosos.
—¡Hoolaaaaa!—saludó C. a Danny, afectuosamente—¡Cuánto tiempo! Un placer, Michuru Fernández.
—Lo mismo digo y disculpa el lamentable espectáculo con ese pájaro.
—¡Naaaaaa! Has hecho bien, así se debe tratar a los autores que van de listos por la vida y luego escriben gilipolleces. Que escriban gilipolleces, como yo, o que vayan de listos siendo buenos, pase, pero las dos a la vez, ¡ni de coña!
El público se asombró de tan contundentes opiniones. Michuru estaba un tanto perpleja y Danny asentía, satisfecho.
—Bueno...—empezó Michuru, recuperada la compostura—¿Puedes hablarnos de alguna obra reciente?
—Podría, pero no me hace falta… SOIS una de mis obras más recientes.
Danny y Michuru se miraron, extrañados. C. entonces sacó de un bolsillo una tablet de apariencia normal, pero cuando Danny y Michuru la quisieron ver de cerca, leyeron lo siguiente:

«En el centro del plató, se ve una silueta de construcciones con inclinaciones un poco empinadas. Cerca de cierto amontonamiento bajo, dos figuras se mueven. Las luces se encienden y vemos a Danny y Michuru salir de un montón de libros, que constituyen las construcciones. Ambos salen mientras el público ruge entusiasmado.
—¡Qué alegría, amigos!—dijo Michuru»

No pudieron seguir leyendo. Aterrados, se miraron consternados y el programa pareció congelarse. C. se encogió de hombros y comentó:
—Siempre es duro encontrar al creador.

lunes, 30 de mayo de 2022

¡Especial literario! (I)

En el centro del plató, se ve una silueta de construcciones con inclinaciones un poco empinadas. Cerca de cierto amontonamiento bajo, dos figuras se mueven. Las luces se encienden y vemos a Danny y Michuru salir de un montón de libros, que constituyen las construcciones. Ambos salen mientras el público ruge entusiasmado.—¡Qué alegría, amigos!—dijo Michuru—Nuestro programa no ha sido cancelado después de todo.
—Los productores se congratularon al descubrir que, gracias a Miguelito, la gente pasó de la reposición de esa cutre serie y piratearon las ondas—dijo Danny.
—¡Nos complace decir que el autor de la contraprogramación ha sido ejecutado!
El público rugió entusiasmado.
—¡Junto a su familia!—añadió Danny.
De nuevo, rugidos.
—¡Y su perro es ahora salchichas de oferta!—concluyó Michuru.
—¡¡¡AAAAAH!!! ¡POBRE PERRITO!—se oyó gritar.
Danny y Michuru se miraron con cierta sorpresa.
—¡Bueno, bueno!—dijo Michuru—El caso es que nuestros jefes están complacidos y aquí estamos con vosotros. Para compensar el mal sabor del final del anterior programa, nos han dejado hacer el tipo de programa que mejor nos parezca.
—¡Que te parece mejor a ti!—dijo de pronto Danny, un poco avergonzado.
El público lanzó alaridos de exclamación. Michuru les pidió callarse.
—¡Qué tímido eres! Amigos, este programa es en honor de Danny.
—¡OOOOOOOH!—gritó el público.
—¡Y es que Danny se estrenó como presentador de un programa literario, amigos!
Danny hacía gestos de que le resultaba un apuro.
—¡Venga, Michuru! Sólo era un chaval en la universidad.
Michuru le dio un palmetazo en la espalda con tal fuerza que Danny casi se cayó, lo que causó la carcajada del público.
—¡Polita!—llamó Michuru—¿Está lista la pantalla, para que veamos aquí la grabación?
—Sí, Michuru—dijo Polita, tomando un café, y casi lo escupió todo al ver que aparecía ella en la imagen—¡Estás filmándome a mí, hijo de…!—empezó a gritarle al cámara.
—¡Tranquila, hija!—gritó Michuru, sonriendo un poco asustada—Es que, como dijiste en el anterior programa que querías salir por la tele, pues te sacaremos.
Polita se quedó un poco apurada. Se disculpó con el cámara (quien prefirió ignorarla) y, peinándose a toda prisa, comentó:
—¡Podrías haberme advertido! ¡Tengo unos pelos…!
—Estás bien—dijo Danny.
Pero Polita siguió peinándose.
—Bueno, decía que sí. Cuando queráis, ponemos el vídeo. Me ha costado un poco adaptarlo, pero la filmación es buena, Danny—comentó al acabar.
—Sí, el cámara era un buen amigo. Murió en la actual Guerra del Golfo.
El público dejó escapar suspiros melancólicos. ¿Cuántos tendrían a un familiar luchando allí?
—¡Vaya…!—Michuru le hizo una señal a Polita para que pusiera el vídeo—¡Amigos, Danny en sus años mozos!
Se oyeron gritos entusiasmados, particularmente femeninos. La pantalla se encendió y, para los telespectadores, su imagen ocupó el total de la pantalla. Apareció Danny, con gafas de montura gruesa y traje clásico, en un plató discreto, pero funcional.
—¡Buenas tardes!—saludó con voz juvenil—Este programa se emite bajo la licencia de la UMED, Universidad Mundial de Educación Discontinua. Mi nombre es Daniel—se censuró el apellido—y vamos a hablar de literatura. A pesar de nuestros humildes medios, hemos logrado que accedan a visitarnos personalidades del mundo de las letras. Sin otros preámbulos, recibamos con un aplauso al primer invitado… ¡CAPO!
Se oyeron algunos aplausos y entró un tipo algo bajo, más bien ancho, rechoncho y con pelo negro que empezaba a aclararse por la coronilla. Su paso era ágil, pero su actitud denotaba profundo nerviosismo y saludó a Danny casi apresurándose.
—¡BuenosdíasDanny!—saludó, hablando casi comiéndose las palabras.
—Saludos, C. Es como te gusta que te llamen con confianza, ¿verdad?
El tipo asintió dos veces en apenas un segundo. Se sentaron y Danny tomó la palabra.
—He decidido empezar por ti porque eres alumno de la UMED y los autores veteranos te han cedido el honor. Bueno… C., tienes cierta fama como creador de relatos un tanto extravagantes.
—No puedo negarlo—dijo el tipo, ya más tranquilo, aunque seguía hablando rápido y casi que parecía que tenía prisa.
—He leído dos. En uno, un pobre hombre pasa unos días en una cabaña mientras la lluvia no deja de caer. No queda claro por qué el hombre está allí, excepto que ya lleva algún tiempo cuando la narración comienza. El tono refleja la impotencia, pues no va a dejar de llover, y la acción, o más bien su falta, la alienación de este individuo, cuyo aislamiento es ya un hecho irreversible sin que importe si fue su elección.
—Le pusieron otro título para publicarlo—tomó la palabra el individuo, complacido de que hablaran de aquel relato—, pero en mi fuero interno lo llamo «Cansancio». Como podrás entender, es un reflejo del cansancio que a veces producen nuestras vivencias, cuyo control no tenemos después de todo, excepto quizás para elegir el color del llavero y poco más.
Danny asintió.
—¡Vamos, que he acertado!—rieron con simpatía—El otro no sé cómo clasificarlo, y te pido que me disculpes porque me he preparado el programa a conciencia. En sí, el relato sigue ciertos motivos de la aventura: un hombre de carácter alegre y espontáneo decide investigar una cueva donde, le han dicho, se hallan maravillas. Como suele ocurrir en tales relatos, una criatura fabulosa lo sorprende, impidiéndole el paso. Aquí es donde el relato parece descarrilar, pero dudo que sea el caso porque es intencionado, en cualquier caso la criatura es algo así como una mujer pulpo demoníaca, ¡supongo!—dijo Danny, inseguro.
—Tranquilo, si quieres llamarla así, adelante. En rigor, ni yo mismo sé qué narices es la chica con tentáculos—rieron con ganas.
—El tipo y la chica pulpo—continuó Danny—no luchan, sino que mantienen una extraña conversación en que ambos parecen discutir la conveniencia de que ella lo devore a él. Creo que la chica habla ruso, ¿no?
—Ucraniano, aunque seguramente me equivoqué en algunas expresiones.
—En fin, que la conversación es una especie de diálogo de besugos, aunque aquí tenemos claro que el tipo le gana verbalmente a la chica, quien de pronto se arroja al vacío cuando comprende que no tiene argumentos para rebatir al otro. ¡Qué casualidad que allí cerca hubiera un precipicio!—rió Danny.
—¡Sí, bueno!—contestó el entrevistado, también riendo—Quise que fuera una referencia a la Esfinge de Tebas arrojándose al vacío después de que Edipo resolviera el enigma. Siempre me maravilló esa especie de admisión de su propio fin por parte del monstruo antropófago.
—Pero, al contrario del marido de su propia madre, el aventurero salva a la chica y se hacen amigos. Posteriormente, conocen las maravillas de la cueva. Ambos se marchan en busca de otras aventuras. Me da la impresión de que, si el relato anterior expresa tus momentos de tristeza, este celebra las sorpresas inesperadas y divertidas...
De vuelta al plató, Michuru tomó la palabra.
—Polita, adelanta porque el tío ese se pasa doce minutos hablando a toda prisa. ¡A saber qué escribirá hoy en día! ¡Cosas raras, seguro!
—Era un tío majo, un poco raro simplemente—dijo Danny, amable.
La grabación mostró entonces a un individuo de mirada desquiciada hablando con Danny.
—La literatura—dijo el individuo—es como el cadáver de un hombre, en el que los gusanos roen sus entrañas putrefactas, pero asimismo es abono para hermosas plantas.
—Bien, le agradecemos, estimado Steven Nice, que haya acudido a este humilde programa.
—¡Para nada!—dijo el hombre, cambiando de actitud repentinamente—Siempre seré partidario de los nuevos canales de literatura.
—Es usted el autor de El osito que conoció al dinosaurio infeliz y tengo que admitir que me ha sorprendido. Es una lectura muy amena para cualquier lector.
—¡Por supuesto!—dijo, sonriente—Un libro que no llegue al lector adecuado es un fracaso. No todo lector está siempre preparado para el libro, una espina que nosotros los autores debemos soportar…
De vuelta al plató, Michuru estaba impresionada.
—Siempre me han encantado los libros de Steven Nice, aunque a veces en persona es un tipo un tanto adusto.
—Es que dice las cosas sin pelos en la lengua—dijo Danny—Creo que le comprabas sus libros a tu sobrina, Polita.
—Sí, sí. Ella los ama.
Continuaron viendo el vídeo. En este, Danny miraba descontento a un viejo de aspecto remilgado.
—Bueno, don Agapito. Debo admitir que no me ha gustado mucho su libro, Estropicio.
—Quizás seas de los que dicen que al Quijote le sobran capítulos—dijo Agapito con un aire de afectación exagerado.
—No estamos hablando de tan magna obra. Y no creo que nadie haya insinuado que al Quijote le sobren capítulos, sino que una obra llamada así debería ir sobre el de la triste figura y no entretenerse con los amores de unos jovenzuelos o con un bravo cautivo al punto de olvidar al anterior. Ya sabe, Cervantes mismo en la segunda parte hizo lo que le señalaron.
—¿Y qué no te ha gustado?
—Hombre, el principio me gusta. Esa idea de un viejo intelectual que se enfrenta al fin del mundo, o al menos eso parece. Pero es que esa idea se vuelve pesada, con el viejo martirizando al pobre niño mudo con todos sus discursos sobre el pecado. Al principio tenía su interés, pero me admitirá que cincuenta páginas con semejante soliloquio son excesivas.
—Bueno, es que pertenezco a una generación de tertulia de café, donde pasábamos horas hablando, debatiendo, disfrutando de nuestra propia voz...—comentó el viejo y deja caer la frase, como paladeando su propia voz.
—No lo dudo—dijo Danny, con fastidio—En fin, cuando acaba el prólogo y el desastre tiene lugar, se acumulan las situaciones estrafalarias. No acabo de entender por qué se dedican tantas páginas a narrar que la hija del tipo se pasea desnuda por la casa, así como a describir su turgente trasero, si se me permite llamarlo así.
—Es una metáfora sobre la belleza y fragilidad del ser humano.
—Será el caso, pero que vaya desnuda mientras cría gallinas es un poco forzado. No obstante, lo que menos me gusta es cuando se da la supuesta solución. ¿En serio cree que es buena idea llamar bruja a una mujer sólo porque tiene fama de ser algo rara? ¿Además de que no se la muestra sino simplemente como solitaria? Y ya el final me parece un intento de epatar un poco desfasado, quemando la casa. ¡En una película de Michael Bay eso ya es hasta tópico, hombre!
—¡No soporto más tus vahídos! Te reto a que defiendas tu opinión.
—¡Muy bien! ¡Acepto!
Entonces, dos tipos trajeron dos sables, que Danny y Agapito examinaron. Se pusieron en guardia e intercambiaron unos mandobles, pero no duró mucho porque Danny ensartó a Agapito. Se oyó cómo este gritaba «¡Gñé!».
De vuelta al plató, el público gritaba entusiasmado. Michuru llevaba entonces unas gafas de diseño rebuscado.
—¡Caramba, Danny! Ya tenías tendencia a hacer comentarios… hirientes.
El público rió.
—De ahí, mi fama como autor de críticas… aceradas.
El público seguía riendo enloquecido.
—Lo único que echo de menos son tus gafas. Eran muy intelectuales.
—Me operé, ¿recuerdas?
Michuru lanzó un gemido de decepción, al que se sumó el público.
—¿Qué te parece, Polita?
—Pues se me haría raro ver a Danny con gafas. Aquí siempre llevó lentillas, como mucho.
—Si lo hubiera llegado a saber, me habría comprado una montura con cristales para complaceros.
El público rugió, entusiasmado.
—Bueno, pues pasemos a los invitados de la noche. Hemos invitado a varios autores y vamos a hablar con ellos de su obra—Michuru señaló hacia un punto—Nuestra primera invitada es Jacinta Remal, la celebérrima autora de la saga de libros infantiles Quico Alfarer.
Entró una señora ya madura, con una actitud que parecía propia de quien ha sido invitado a una fiesta importante de donde teme que lo echen a patadas por cualquier cosa. La mujer se sentó, como si temiera un ataque en cualquier momento.
—¡Hola, Jacinta!—saludó Danny con respeto.
Jacinta lo observó con precaución exagerada y le dio la mano, aunque a regañadientes.
—Hola… ¿No habrá por aquí…?—y, casi con terror, acabó la frase—¿mugrientos…? Creo que ya entiendes lo que quiero decir.
Michuru tuvo que hacer su mayor esfuerzo para seguir poniendo buena cara, mientras le hacía señas a Polita, quien actuó con rapidez y dio las pertinentes órdenes.
—Jacinta, ya sabemos que has hecho declaraciones… llamativas—se detuvo Michuru, sonrojada por su propio eufemismo—respecto a los mugrientos, pero nuestro equipo es profesional.
Polita asintió vivamente. A su lado, un tipo gordo y moreno se hurgaba la nariz ostentosamente, pero cuando se dio cuenta de lo que hablaban, se sacó el dedo y levantó el pulgar, sonriendo forzadamente. Polita se llevo la mano a la frente, desolada.
—Jacinta—intervino Danny, encarrilando el tema—, ¿no te parece que en tus libros le das demasiada importancia al protagonista? Vale con que sea un mago con un gran destino, pero que encima lo hagas tan importante en el juego ese que es una especie de béisbol posmoderno es pasarse un poco, ¿no crees?
—Hombre, se llaman literalmente Quico Alfarer. Es lógico—dijo la señora, agitando los brazos.
—A mí lo que me llama la atención es lo del canciller de la escuela a la que va el chico. Quiero decir, ¿es gay o qué?—preguntó Michuru.
—Sí—respondió Jacinta.
—¡Pues no se nota!—dijo Michuru y el público estalló en carcajadas.
Jacinta puso mala cara y sonrió forzadamente.
—Como podrás ver en mis entrevistas, siempre lo he dicho.
—Admitirás, Jacinta, que eso va en contra de la primera regla de la narrativa: no se dice que un personaje es esto o aquello, se muestra. Es como si dijéramos que el lobo feroz tenía como hobby resolver crucigramas, si no se muestra en la historia, es un dato inútil—intervino Danny.
El público aplaudió con discreción.
—Danny, la técnica literaria actual ya no es tan simple—respondió la mujer, quien intentaba aplacar un tic nervioso del párpado—Una franquicia está en continuo proceso de expansión y los personajes pueden ganar nuevas facetas.
—Permíteme que te diga que eso no tiene nada que ver—replicó Danny, tranquilo—Estamos pidiéndote que lo muestres gay. Es tan fácil como que bese a un hombre.
Todo el mundo aplaudió. Michuru, Polita, el público… ¡y aún más! Las pantallas mostraron reuniones en las principales ciudades del mundo, aplaudiendo a Danny.
Jacinta se quedó consternada.
—¿Cómo puede haberse organizado semejante despliegue en tan breve tiempo?—fue todo lo que la pobre mujer pudo decir.
—¡Con magia!—dijo Michuru y todo el mundo rió histéricamente.
—Mugrientos—estaba musitando Jacinta cuando todo el mundo se dio cuenta—¡Malditos mugrientos…!
Polita hizo gestos de que ya era suficiente.
—Bueno, Jacinta, esta es sólo una introducción, luego seguiremos hablando.
La mujer se marchó entre aplausos mendigados por la pareja de presentadores.
—Nuestro siguiente invitado es el autor de Las Pejiguéricas, Caldo Simón.
El público aplaudió inseguro, mientras un hombre mayor entró al plató, saludando a Danny y Michuru.
—Esa fue una buena estocada, Danny—dijo, afable, y el público aplaudió con mayor energía.
—Gracias, don Caldo. Bueno, pues me ha asombrado su obra.
—A mí también—intervino Michuru—, aunque el primer capítulo casi no lo acabé, ¿eh?
Don Caldo se echó a reír.
—Bueno, pero lo acabaste, ¿no?
—Sí, con la sensación de que había retrocedido a principios del siglo XX y que era telegrafista con horas extra.
Los tres rieron con ganas, aunque el público estaba confuso.
—Amigos, el primer capítulo de la obra de don Caldo es una línea que abarca ochenta páginas—aclaró Danny.
El público lanzó exclamaciones de terror.
—Conectada por puntos y coma, paréntesis y hasta un caso de dos puntos.
Hubo desmayos entre el público.
—Y es necesario para percibir cómo la sucesión de la historia es una caótica repetición de conflictos por las ambiciones de unos pocos—añadió Michuru.
Tanto don Caldo como Danny aprobaron su comentario, pero el público gritaba que eso era «ilegible».
—¡Sólo un párrafo capaz de ser leído en voz alta puede ser literario!—gritó un espectador y todos le aplaudieron.
—Esa es la condición normal—admitió Danny, pero el público estaba en guardia—, pero a veces la literatura ha de ir más allá de lo corriente y probar nuevos caminos estéticos, aunque estos parezcan inicialmente contrarios a lo literario.
El público protestó y empezó a sufrir una rabieta sincronizada, cuyo volumen se habría hecho insoportable si Polita no hubiera ordenado al punto una insonorización mediante extractores.
—Lamento esta situación, don Caldo—dijo Michuru, compungida.
—No te preocupes, no siempre se pueden escribir obras para todos. Como ha dicho al principio del programa el gran Steven Nice, que es un autor de renombre.
Parte del público se calmó cuando comprendió que estaba elogiando a un autor de su gusto, aunque Danny y Michuru, al modo de maestros severos, les dedicaron sus rostros de enfado.
—Que asaltéis el plató de tanto en tanto, podemos tolerarlo, pero, ¿afear a nuestros invitados sin nuestro consentimiento?—Michuru no pudo continuar, dolida.
—Lamentamos lo sucedido, don Caldo—comentó Danny mientras despedía al escritor, quien no parecía molesto y de hecho se marchó con una gran sonrisa.