En un coche, Susana, una joven de pelo rubio oscuro y ojos grises, colgó y miró por la ventana con dudas visibles. Un señor con cabello y bigote canos la miró con curiosidad.
—¿Qué ha pasado, cariño?
Susana no dijo nada.
—¿No se sentirá mal por haber perdido el trabajo?—preguntó una mujer madura a su lado, entrada en carnes.
—Es que…—calló un momento y reflexionó.
Un joven delgado y otra mujer madura, también delgada, la miraron expectantes.
—Me ha parecido oír a otra persona—los miró antes de continuar—A una chica. Y el sonido era propio de alguien dormido.
Hubo un silencio incómodo.
—No creo—dijo la mujer madura—Será que tenía puesta la tele, como has dicho.
—Mamá—respondió Susana, seria—, ha salido de una habitación corriendo. He oído perfectamente cómo se cerraba la puerta. Hasta el sonido que hacía al correr.
—Yo también he oído cerrarse la puerta—dijo el joven—, pero me extraña. ¿A quién puede conocer? No creo que, con la noche que ha hecho, haya salido a ligar...
Nadie dijo nada.
—A no ser...—dijo el hombre.
—No adelantemos acontecimientos—dijo la otra mujer—Mira, por fin avanzan.
Se pusieron en movimiento. La madre de Susana sacó el móvil.
—Muy temprano, pero cuando sean cerca de las nueve, llamaré a la vecina y le pediré si puede echar un vistazo.
—No te obsesiones, Mariana—le dijo la otra mujer.
Julio colgó y abrió la puerta. Yekaterina se revolvía, soñando. Hablaba en ruso.
—¡Madre mía!—dijo y fue al salón después de empujar la puerta para cerrarla, pero se quedó apenas encajada.
Cuando se dio cuenta, estaba delante de Sviatlana, que lo miraba esperando a que saliera de su mutismo. Se dio un buen susto, pero ella le habló como si nada.
—Perdona, es que me ha parecido oír un portazo.
A Julio le costó un rato entenderla.
—Sí, es una cosa que… Verás, es que ha llamado mi hermana…
Le explicó lo ocurrido y Sviatlana se echó a reír.
—¡Te han pillado!
—Puede. No parecía muy convencida de su pregunta.
—Bueno, pues me voy a hacer pipí—dijo y añadió—Nos vienen a buscar en dos horas, por cierto.
Ella se largó y se dio cuenta de que a lo mejor coincidirían con su familia, pero se lo tomó con tal estoicismo que incluso se asombró. No obstante, el sonido de la puerta de entrada abriéndose le sorprendió.
Fue y vio a su prima Carmen. Ella se sorprendió al verlo.
—¡Ah, hola, primo!—saludó y le dio un beso—Ya he vuelto.
Detrás venía una amiga suya, Loli, de la que Julio tenía la impresión de que era algo más.
—¿Teníais instituto?
—¡No, no! Lo han cancelado por la amenaza de temporal, pero en casa de Loli hay demasiada gente y aquí estaremos tranquilas. ¿Has desayunado? Traemos churros.
—¿No tienes trabajo?—le preguntó Loli.
—¡Calla! ¡Lo han echado esos hijos de la gran puta!—dijo Carmen.
—¡Ay, qué palo!
De pronto, se oyó el sonido de un retrete. Las dos se quedaron sorprendidas.
—¿Quién está ahí?—preguntó Loli.
Julio no dijo nada coherente, pero tampoco pudo detener a su prima, quien se asomó al pasillo y vio salir a Sviatlana. Se miraron con curiosidad.
—Buena ma… Buena día—dijo la invitada con acento bielorruso, supuso Julio, y frotándose los ojos.
—¡Ah! Hola…
Loli se acercó y miró parpadeando a la muchacha y a Julio, alternativamente. Sviatlana se acercó a su cuarto.
—Ehm...—dijo Carmen—Si quieres desayunar…
Sviatlana miró lo que traían y comprendió. Con señas, le dijo que se iba a la cama. Una vez vuelta a su cuarto, las dos chicas miraron a Julio.
—¿Es tu novia?—preguntó Loli, con verdadero pasmo.
—¡Nooooo!—dijo Julio—Es...
—No creo, esa es la habitación de invitados—dijo Carmen—, pero, ¿quién es?
—Oíd, os lo explico.
Y él les explicó simplemente la verdad, aunque se reservó la parte en que se acostaba con una. Y, como a veces ocurre con los adolescentes cuando oyen una historia inverosímil, pero bien razonada y con hechos que la apoyan, ellas le creyeron.
—A desayunar—dijo Carmen.
Volvieron a llamar. Julio miró por la mirilla. Era la vecina.
—¡Ah, ya está tu prima!—dijo al abrir—A mí la loca esta me tiene despierta desde ya temprano.
Elena entró corriendo.
—¡Hola!—le dijo a Julio, pasando como una flecha—¡Churros!—dijo, riendo al lado de Carmen y Loli, quienes rieron también.
—Voy a tener sueño hoy—dijo la vecina—A cosa de las cinco, han pasado unos imbéciles gritando. Ya hay que tener ganas…
Carmen se acercó, entonces.
—¿No son esos los que estaban molestando a esas chicas? Resulta que mi primo los vio y, como la poli no respondía, ha bajado y los ha enviado a freír espárragos.
La vecina se quedó de piedra. Carmen iba a empezar a contarle lo ocurrido, cuando Julio miró por todas partes.
—¿Dónde está Elenita?
Todos miraron por todas partes, pero ella misma se asomó por el pasillo. Miró a Julio, riéndose.
—¿De qué te ríes?—le preguntó su madre.
—Hay una en tu cama, durmiendo así—le dijo a Julio y la imitó con mucha gracia.
Las mujeres lo miraron de otro modo.
Sonó el
teléfono de la mujer delgada en el mismo coche de antes.
—La chica—y respondió—Dime, Carmen.
La mujer fue haciendo gestos de contrariedad.
—Hija, ¿estás…?—pausa—¡Ah, que la has visto!—otra
pausa—¡Mira, qué mona! Espera, porque la prima va a estar
interesada.
Y le dio el móvil a Susana.
—Pues llevabas razón. Julio se ha traído unas chicas a casa.
Según él, las estaban molestando unos indeseables.
—¡Dámelo!—dijo Mariana.
—Mamá, tranquila—Susana cogió el móvil—Dime, Carmen.
—Pues que he llegado con Loli y he visto a Julio levantado, ¿no? Y
mientras hablábamos, hemos oído a otra persona y había ahí una
tía larguísima, como tu novio más o menos. Tiene cara de noruega o
de por ahí cerca. El primo me ha contado que son tres, tres chicas
que, como no las han podido recoger sus amigos por la lluvia, han
pasado la noche por donde han podido. Se cruzaron con unos cabritos y
corrieron, pero Julio, con el bastón del abuelo, bajó y los mandó
a hacer puñetas. La vecina dice que seguramente es así, que ella ha oído
jaleo. Como no tenían otro sitio, las ha invitado a que descansen.
Pero es que resulta que en su cama hay una, rubita y muy linda. Y,
claro, bueno…—Carmen bajó la voz—Mira, creo que dice la verdad. Es una historia muy
rara, pero la cuenta convencido y no me parece que sean putas.
—¿Y ellas qué dicen?
—Duermen. No he visto a la tercera, además.
—Vale, espera.
Susana resumió lo ocurrido. Mariana se lamentó.
—¡Lo han enredado! El disgusto de perder el trabajo.
—Pues a mis amigos les gustaría que los enredaran así—dijo el
joven, riendo.
—¡Seeergioooo!—le recriminó el hombre.
—¿Y esas chicas se irán ahora?—preguntó Susana.
Oyó un comentario aparte y se puso Julio.
—Mira, no te voy a engañar. Lo que oíste antes fue la rubita.
Vino a mi cuarto, es muy simpática.
Sergio se echó a reír con ganas. Susana lo miró y se rió un poco
también. Mariana estaba contrariada.
—Ya veo que lo es—dijo Susana.
—La chica alta que ha visto la prima, Sviatlana, dice que van a
venir a recogerlas poco después de que lleguéis vosotros. Cuando se
despierten, podéis preguntarles qué ha pasado.
—Vale, bien—le pasó el teléfono a su madre—Mamá, creo que
dice la verdad.
Minutos después, Julio le pasó el móvil a su prima.
—Me arde la oreja…
Elena lo miraba con interés.
—Entonces, ¿no va a desayunar esa chica?—preguntó.
—Esa chica ya ha tenido bastante noche—dijo Loli—Demasiado,
liarte a correr bajo la lluvia.
Julio se figuró que iba con doble sentido. Carmen colgó después de confirmarle a Mariana que había venido la vecina.
—¿Te apuntas?—le preguntó a la vecina.
—Espera, voy a ver si se despierta el niño. Dadle a ella—dijo,
señalando a Elena.
Se pusieron a desayunar.
Mientras, en una furgoneta, no muy lejos en realidad del turismo donde viaja la familia de Julio, tenía lugar una conversación en
inglés.
—Pues nada, avanzamos… Poco a poco—dijo un joven de piel
oscuro, el conductor.
—¡Qué temporal! Ha llovido que ha dado hasta
miedo—comentó su copiloto, una mujer de pelo rizado y bastante
morena, aunque no parecía en absoluto nerviosa.
Una joven oriental dormitaba en el asiento trasero. Enfrente, una
mujer de piel oscura y ojos verdes atendía por la ventana.
—¡Gracias!—dijo en español con acento latinoamericano—Vamos bien,
es que hubo un accidente anoche y están abriendo la carretera.
La joven oriental se espabiló y se desperezó.
—A ver si lo he entendido bien—dijo otra chica oriental,
acercándose a un tipo que era moreno y enorme—, ¿se ha acostado
con el chico que vive allí?—esto lo preguntó bajito.
—Mira, ella es mayorcita—dijo el tipo.
—¡Eso! No nos metamos a juzgar a los demás—dijo la chica
negra.
Un tipo pelirrojo asintió.
—No la juzgo—replicó la que preguntó—Es que me asombra esa
muchacha. ¿Y si fuera un pervertido?
Se oyeron risas. Al fondo, un hombre con facciones de los pueblos del norte de América sonrió.
—Creo que no hay que preocuparse. Ahora en serio, me gustaría
conocer a ese tipo: ve a mujeres en peligro, coge un bastón que
perteneciera a su abuelo, como todo un caballero, y sale a
repeler a sus agresores.
—Hay que tenerlos bien puestos—dijo el conductor—¡Por fin
avanzan!
Se pusieron en marcha. La mujer que había estado medio dormida
comentó:
—A lo mejor es un ninja.
Todos se rieron. Pareció molesta.
Mientras, Susana enviaba un mensaje privado, porque no quería que se
enterara su familia, a su novio.
—Peque, ¿estás libre?
—Más o menos, no estamos trabajando mucho.
—¿Puedes hacerme un favor? Resulta que mi hermano anoche metió en
casa a tres chicas, porque las estaban acosando unos payasos, son unas turistas a las que no
pudieron a recogerlas a tiempo. Dicen que las van a recoger hoy.
Están mi prima, una amiga suya y la vecina con los niños. Creo que es verdad,
pero sólo por si acaso son unas jetas, a ver si puedes estar ahí o
amigos tuyos.
Emoticón de cara sorprendida.
—¿EN SERIO?
—¡Claro que es en serio! ¿De veras crees que voy a gastarte
bromas así un día como hoy?
—Voy a llamar a mi primo, que hoy no trabaja.
—Gracias, cari.
Emoticones de corazón y de besos.
Mientras Fernando, que así se llamaba el novio, se lo pedía a su
primo, seguía asombrado.
«¡Era hora de que espabilara ese chaval! Demasiada mierda ha
tragado en ese curro y demasiadas tonterías le han metido en la
cabeza, aunque no tuvieran malas intenciones los que se las
metieron».
Mientras, el aludido comía churros. El niño de la vecina los estaba
comiendo lentamente, saboreándolos, pero su hermana se los comía
con ansia. Julio se levantó para servir el café, pues la cafetera
ya estaba pitando.
—Veamos...—lo fue echando en los vasos según lo que había
pedido cada comensal.
Cogió un tetrabrik de la leche, del que añadió según lo pedido, y tan pronto como lo soltó notó que alguien lo acariciaba por debajo.
—¡Eeeeeh!—saludó Yekaterina, alegre—¿Desayunando?
Ella se fijó entonces, sorprendida, de que había varios vasos. Se
dio la vuelta y se dio cuenta de que la estaban mirando desde el
salón. Ella iba en bragas y con una camiseta que se transparentaba
un poco. Elena se rió mucho al verla.
—¡Ya se ha despertado!—y repitió el gesto que hiciera antes al
imitar a Yekaterina.
—¡Chis!—la riñó su madre.
Yekaterina entendió que la habían visto durmiendo y soltó a Julio.
—Es que han venido de pronto...—dijo él.
Ella se fue sin decir nada. Él llevó los cafés y nadie dijo nada.
No obstante, Yekaterina vino con una muda distinta a la que Julio le
viera la noche anterior y saludó sin palabras como si nada hubiera
pasado.
—En serio, ha sido un accidente, la niña es demasiado curiosa…
—Tranquilo, me hago cargo de que soy yo la que estoy en casa ajena.
—What’s your name?—preguntó Loli, un tanto afectada.
—Yekaterina. And yours?
—Loli is my name—dijo ella.
—Creo que sería «My name is Loli»—opinó Carmen.
—¡Ahora resulta que has estudiado en Oxford!—dijo Loli.
—¿Cuál de las dos es tu hermana?—preguntó Yekaterina.
—«Ninguna de varios»—contestó Julio sin darse cuenta del matiz lingüístico—Esta es mi «preima» Carmen y esta es su
amiga—dijo, señalándolas.
—Se dice «neither» y «kʌzən»—dijo Yekaterina—¿Y
ellos?—preguntó, señalando a los otros.
—Los… ve-ci-nos—dijo, pronunciándolo lentamente, con la
aprobación de Yekaterina.
—Entonces—dijo la vecina, peinando a su hijo—, dice que ha
pasado la noche de rincón en rincón, ¡qué locura! Me pasma que
por la calle hubiera unos macarras, esos ni se mojan ni nada...
La verdad es que Julio, más allá de esa historia, no tenía claro
qué habían hecho y le transmitió la duda. Yekaterina respondió
rápido.
—Había locales abiertos y hemos pasado un rato en un sitio hasta
que han cerrado. Esos tipos se nos han cruzado de pronto.
A Julio le pareció que la historia era un poco diferente a lo que
había supuesto, pero tradujo.
—Me sorprende que no te oyera bajar...—dijo la vecina.
—Cerré la puerta con cuidado—y, mirando a Elena, dijo—Por
cierto, se me debe de haber olvidado la de mi cuarto.
—Bueno, estaba encajada, pero la he abierto yo y he entrado.
La vecina le sacudió en un brazo.
—¡Niña, en casa ajena no entres en las habitaciones sin
preguntar!
—¡No sabía que hubiera una chica durmiendo! Cuando la he visto,
he cerrado despacito y he salido. Quería el juego ese que me
decías...
Julio se levantó y fue a buscarlo. Loli le tradujo a Yekaterina qué
había pasado y esta se rió bastante, incluso dejó claro que no
estaba molesta para evitar que riñeran a Elena.
En la carretera, los automóviles avanzaban muy rápido. Mientras,
Julio les enseñaba a Elena y a Yekaterina el juego. Carmen y Loli se
habían retirado a la habitación de la primera y la vecina se llevó
al niño a su casa. Pasó así cerca de una hora.
—¡Toma ya!—gritó Elena ante una victoria repentina.
—¡Jajajaja!—exclamó Julio, quien no se estaba esforzando mucho para darles una oportunidad.
—Esto es un poco difícil, pero tiene gracia—dijo Yekaterina en
inglés.
De pronto, entró en la habitación Anush, vestida. Miró la curiosa
escena durante un simple momento. Elena la observó.
—¡Anda! Mira, se parece a mi tía—dijo la niña.
—Buenos días—saludó en un español con peculiar acento—Pues
ya vienen—anunció en inglés a Yekaterina—, veo que ya estás
despierta.
Observó la mesa y olisqueó el aire.
—¿Has desayunado, eh?
—Espera, han sobrado si quieres.
Julio le indicó que había más churros. Ella miró el alargado
dulce como si fuera un extraño objeto de una civilización perdida,
pero como entendió que se mojaban con chocolate, le satisficieron.
—Espera, que estarán fríos. Los calentaré un rato en un…
No le salió la palabra, así que los cogió y los puso directamente
en el hornillo. Anush asintió y lo llamó por su nombre en inglés.
—¡«Aben»!—gritaba Elena—¿Por qué las palabras en inglés
son tan cortas?
—No les gusta hablar—dijo Julio, por decir cualquier cosa.
Entonces entró Sviatlana, ya preparada. Elena se la quedó mirando
con curiosidad. Ella le sonrió, pero no dijo nada de nada. Se acercó
a Julio.
—Bueno, pues gracias de nuevo. Ya nos vamos y no te molestaremos.
—No es molestia, ¡en serio!—dijo él.
Entonces se dieron cuenta de que Elena se había acercado y se
comparaba con Sviatlana.
—¡Hala!—comentó—Es verdad que es es casi como el novio de tu
hermana.
—Deja de revolotear, que voy a preparar café.
—Y gracias por el desayuno—añadió Anush.
—¿Es esta la hermana?—comentó Sviatlana en
bielorruso, señalando a Julio.
—No, es la niña de la vecina—dijo Yekaterina en ruso—Parece que
entra en esta casa como si fuera suya. Antes me ha visto en la cama,
dormida.
Anush y Sviatlana abrieron la boca, estupefactas. La primera se
volvió a Julio, mohína.
—La próxima vez que una mujer se quede en tu cuarto, ¡al menos
cierra la puerta!
—¡No, si la cerró!—aclaró Yekaterina—Pasa que la niña la
abrió. La pobre no se lo esperaba y salió enseguida, aunque creo
que le hizo gracia la cara que tenía.
Elena no entendía mucho de lo que decían, pero sí que hablaban de
ella e, instintivamente, repitió su imitación. Sviatlana y Anush
estallaron en carcajadas.
—¡Es verdad…! ¡Que duermes…! ¡Así!—dijo Anush, mezclando
idiomas.
Loli y Carmen salieron al oír el estruendo.
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