En el centro del plató, se ve una silueta de construcciones con inclinaciones un poco empinadas. Cerca de cierto amontonamiento bajo, dos figuras se mueven. Las luces se encienden y vemos a Danny y Michuru salir de un montón de libros, que constituyen las construcciones. Ambos salen mientras el público ruge entusiasmado.—¡Qué alegría, amigos!—dijo Michuru—Nuestro programa no ha
sido cancelado después de todo.
—Los productores se congratularon al descubrir que, gracias a
Miguelito, la gente pasó de la reposición de esa cutre serie y
piratearon las ondas—dijo Danny.
—¡Nos complace decir que el autor de la contraprogramación ha
sido ejecutado!
El público rugió entusiasmado.
—¡Junto a su familia!—añadió Danny.
De nuevo, rugidos.
—¡Y su perro es ahora salchichas de oferta!—concluyó Michuru.
—¡¡¡AAAAAH!!! ¡POBRE PERRITO!—se oyó gritar.
Danny y Michuru se miraron con cierta sorpresa.
—¡Bueno, bueno!—dijo Michuru—El caso es que nuestros jefes
están complacidos y aquí estamos con vosotros. Para compensar el
mal sabor del final del anterior programa, nos han dejado hacer el
tipo de programa que mejor nos parezca.
—¡Que te parece mejor a ti!—dijo de pronto Danny, un poco
avergonzado.
El público lanzó alaridos de exclamación. Michuru les pidió
callarse.
—¡Qué tímido eres! Amigos, este programa es en honor de Danny.
—¡OOOOOOOH!—gritó el público.
—¡Y es que Danny se estrenó como presentador de un programa
literario, amigos!
Danny hacía gestos de que le resultaba un apuro.
—¡Venga, Michuru! Sólo era un chaval en la universidad.
Michuru le dio un palmetazo en la espalda con tal fuerza que Danny
casi se cayó, lo que causó la carcajada del público.
—¡Polita!—llamó Michuru—¿Está lista la pantalla, para que
veamos aquí la grabación?
—Sí, Michuru—dijo Polita, tomando un café, y casi lo escupió
todo al ver que aparecía ella en la imagen—¡Estás filmándome a
mí, hijo de…!—empezó a gritarle al cámara.
—¡Tranquila, hija!—gritó Michuru, sonriendo un poco asustada—Es
que, como dijiste en el anterior programa que querías salir por la
tele, pues te sacaremos.
Polita se quedó un poco apurada. Se disculpó con el cámara (quien prefirió ignorarla) y,
peinándose a toda prisa, comentó:
—¡Podrías haberme advertido! ¡Tengo unos pelos…!
—Estás bien—dijo Danny.
Pero Polita siguió peinándose.
—Bueno, decía que sí. Cuando queráis, ponemos el vídeo. Me ha
costado un poco adaptarlo, pero la filmación es buena, Danny—comentó
al acabar.
—Sí, el cámara era un buen amigo. Murió en la actual Guerra del Golfo.
El público dejó escapar suspiros melancólicos. ¿Cuántos tendrían
a un familiar luchando allí?
—¡Vaya…!—Michuru le hizo una señal a Polita para que pusiera
el vídeo—¡Amigos, Danny en sus años mozos!
Se oyeron gritos entusiasmados, particularmente femeninos. La
pantalla se encendió y, para los telespectadores, su imagen ocupó
el total de la pantalla. Apareció Danny, con gafas de montura gruesa
y traje clásico, en un plató discreto, pero funcional.
—¡Buenas tardes!—saludó con voz juvenil—Este programa se
emite bajo la licencia de la UMED, Universidad Mundial de Educación
Discontinua. Mi nombre es Daniel—se censuró el apellido—y vamos
a hablar de literatura. A pesar de nuestros humildes medios, hemos
logrado que accedan a visitarnos personalidades del mundo de las
letras. Sin otros preámbulos, recibamos con un aplauso al primer
invitado… ¡CAPO!
Se oyeron algunos aplausos y entró un tipo algo bajo, más bien
ancho, rechoncho y con pelo negro que empezaba a aclararse por la
coronilla. Su paso era ágil, pero su actitud denotaba profundo
nerviosismo y saludó a Danny casi apresurándose.
—¡BuenosdíasDanny!—saludó, hablando casi comiéndose las
palabras.
—Saludos, C. Es como te gusta que te llamen con confianza, ¿verdad?
El tipo asintió dos veces en apenas un segundo. Se sentaron y Danny
tomó la palabra.
—He decidido empezar por ti porque eres alumno de la UMED y los
autores veteranos te han cedido el honor. Bueno… C., tienes cierta
fama como creador de relatos un tanto extravagantes.
—No puedo negarlo—dijo el tipo, ya más tranquilo, aunque seguía
hablando rápido y casi que parecía que tenía prisa.
—He leído dos. En uno, un pobre hombre pasa unos días en una
cabaña mientras la lluvia no deja de caer. No queda claro por qué
el hombre está allí, excepto que ya lleva algún tiempo cuando la
narración comienza. El tono refleja la impotencia, pues no va a
dejar de llover, y la acción, o más bien su falta, la alienación
de este individuo, cuyo aislamiento es ya un hecho irreversible sin
que importe si fue su elección.
—Le pusieron otro título para publicarlo—tomó la palabra el
individuo, complacido de que hablaran de aquel relato—, pero en mi
fuero interno lo llamo «Cansancio». Como podrás entender, es un
reflejo del cansancio que a veces producen nuestras vivencias, cuyo
control no tenemos después de todo, excepto quizás para elegir el
color del llavero y poco más.
Danny asintió.
—¡Vamos, que he acertado!—rieron con simpatía—El otro no sé
cómo clasificarlo, y te pido que me disculpes porque me he preparado
el programa a conciencia. En sí, el relato sigue ciertos motivos de
la aventura: un hombre de carácter alegre y espontáneo decide
investigar una cueva donde, le han dicho, se hallan maravillas. Como
suele ocurrir en tales relatos, una criatura fabulosa lo sorprende,
impidiéndole el paso. Aquí es donde el relato parece descarrilar,
pero dudo que sea el caso porque es intencionado, en cualquier caso
la criatura es algo así como una mujer pulpo demoníaca,
¡supongo!—dijo Danny, inseguro.
—Tranquilo, si quieres llamarla así, adelante. En rigor, ni yo
mismo sé qué narices es la chica con tentáculos—rieron con
ganas.
—El tipo y la chica pulpo—continuó Danny—no luchan, sino que
mantienen una extraña conversación en que ambos parecen discutir la
conveniencia de que ella lo devore a él. Creo que la chica habla
ruso, ¿no?
—Ucraniano, aunque seguramente me equivoqué en algunas
expresiones.
—En fin, que la conversación es una especie de diálogo de
besugos, aunque aquí tenemos claro que el tipo le gana verbalmente a
la chica, quien de pronto se arroja al vacío cuando comprende que no
tiene argumentos para rebatir al otro. ¡Qué casualidad que allí
cerca hubiera un precipicio!—rió Danny.
—¡Sí, bueno!—contestó el entrevistado, también riendo—Quise
que fuera una referencia a la Esfinge de Tebas arrojándose al vacío
después de que Edipo resolviera el enigma. Siempre me maravilló esa
especie de admisión de su propio fin por parte del monstruo
antropófago.
—Pero, al contrario del marido de su propia madre, el aventurero
salva a la chica y se hacen amigos. Posteriormente, conocen las
maravillas de la cueva. Ambos se marchan en busca de otras aventuras.
Me da la impresión de que, si el relato anterior expresa tus
momentos de tristeza, este celebra las sorpresas inesperadas y
divertidas...
De vuelta al plató, Michuru tomó la palabra.
—Polita, adelanta porque el tío ese se pasa doce minutos hablando
a toda prisa. ¡A saber qué escribirá hoy en día! ¡Cosas raras,
seguro!
—Era un tío majo, un poco raro simplemente—dijo Danny, amable.
La grabación mostró entonces a un individuo de mirada desquiciada
hablando con Danny.
—La literatura—dijo el individuo—es como el cadáver de un
hombre, en el que los gusanos roen sus entrañas putrefactas, pero
asimismo es abono para hermosas plantas.
—Bien, le agradecemos, estimado Steven Nice, que haya acudido a
este humilde programa.
—¡Para nada!—dijo el hombre, cambiando de actitud
repentinamente—Siempre seré partidario de los nuevos canales de
literatura.
—Es usted el autor de El osito que conoció al dinosaurio infeliz y
tengo que admitir que me ha sorprendido. Es una lectura muy amena
para cualquier lector.
—¡Por supuesto!—dijo, sonriente—Un libro que no llegue al
lector adecuado es un fracaso. No todo lector está siempre preparado
para el libro, una espina que nosotros los autores debemos soportar…
De vuelta al plató, Michuru estaba impresionada.
—Siempre me han encantado los libros de Steven Nice, aunque a veces
en persona es un tipo un tanto adusto.
—Es que dice las cosas sin pelos en la lengua—dijo Danny—Creo
que le comprabas sus libros a tu sobrina, Polita.
—Sí, sí. Ella los ama.
Continuaron viendo el vídeo. En este, Danny miraba descontento a un
viejo de aspecto remilgado.
—Bueno, don Agapito. Debo admitir que no me ha gustado mucho su
libro, Estropicio.
—Quizás seas de los que dicen que al Quijote le sobran
capítulos—dijo Agapito con un aire de afectación exagerado.
—No estamos hablando de tan magna obra. Y no creo que nadie haya
insinuado que al Quijote le sobren capítulos, sino que una obra
llamada así debería ir sobre el de la triste figura y no
entretenerse con los amores de unos jovenzuelos o con un bravo
cautivo al punto de olvidar al anterior. Ya sabe, Cervantes mismo en
la segunda parte hizo lo que le señalaron.
—¿Y qué no te ha gustado?
—Hombre, el principio me gusta. Esa idea de un viejo intelectual
que se enfrenta al fin del mundo, o al menos eso parece. Pero es que
esa idea se vuelve pesada, con el viejo martirizando al pobre niño
mudo con todos sus discursos sobre el pecado. Al principio tenía su
interés, pero me admitirá que cincuenta páginas con semejante
soliloquio son excesivas.
—Bueno, es que pertenezco a una generación de tertulia de café,
donde pasábamos horas hablando, debatiendo, disfrutando de nuestra
propia voz...—comentó el viejo y deja caer la frase, como
paladeando su propia voz.
—No lo dudo—dijo Danny, con fastidio—En fin, cuando acaba el
prólogo y el desastre tiene lugar, se acumulan las situaciones
estrafalarias. No acabo de entender por qué se dedican tantas
páginas a narrar que la hija del tipo se pasea desnuda por la casa,
así como a describir su turgente trasero, si se me permite llamarlo
así.
—Es una metáfora sobre la belleza y fragilidad del ser humano.
—Será el caso, pero que vaya desnuda mientras cría gallinas es un
poco forzado. No obstante, lo que menos me gusta es cuando se da la
supuesta solución. ¿En serio cree que es buena idea llamar bruja a
una mujer sólo porque tiene fama de ser algo rara? ¿Además de que
no se la muestra sino simplemente como solitaria? Y ya el final me
parece un intento de epatar un poco desfasado, quemando la casa. ¡En
una película de Michael Bay eso ya es hasta tópico, hombre!
—¡No soporto más tus vahídos! Te reto a que defiendas tu
opinión.
—¡Muy bien! ¡Acepto!
Entonces, dos tipos trajeron dos sables, que Danny y Agapito
examinaron. Se pusieron en guardia e intercambiaron unos mandobles,
pero no duró mucho porque Danny ensartó a Agapito. Se oyó cómo
este gritaba «¡Gñé!».
De vuelta al plató, el público gritaba entusiasmado. Michuru
llevaba entonces unas gafas de diseño rebuscado.
—¡Caramba, Danny! Ya tenías tendencia a hacer comentarios…
hirientes.
El público rió.
—De ahí, mi fama como autor de críticas… aceradas.
El público seguía riendo enloquecido.
—Lo único que echo de menos son tus gafas. Eran muy intelectuales.
—Me operé, ¿recuerdas?
Michuru lanzó un gemido de decepción, al que se sumó el público.
—¿Qué te parece, Polita?
—Pues se me haría raro ver a Danny con gafas. Aquí siempre llevó
lentillas, como mucho.
—Si lo hubiera llegado a saber, me habría comprado una montura con
cristales para complaceros.
El público rugió, entusiasmado.
—Bueno, pues pasemos a los invitados de la noche. Hemos invitado a
varios autores y vamos a hablar con ellos de su obra—Michuru señaló
hacia un punto—Nuestra primera invitada es Jacinta Remal, la
celebérrima autora de la saga de libros infantiles Quico Alfarer.
Entró una señora ya madura, con una actitud que parecía propia de
quien ha sido invitado a una fiesta importante de donde teme que lo
echen a patadas por cualquier cosa. La mujer se sentó, como si
temiera un ataque en cualquier momento.
—¡Hola, Jacinta!—saludó Danny con respeto.
Jacinta lo observó con precaución exagerada y le dio la mano,
aunque a regañadientes.
—Hola… ¿No habrá por aquí…?—y, casi con terror, acabó la
frase—¿mugrientos…? Creo que ya entiendes lo que quiero decir.
Michuru tuvo que hacer su mayor esfuerzo para seguir poniendo buena
cara, mientras le hacía señas a Polita, quien actuó con rapidez y
dio las pertinentes órdenes.
—Jacinta, ya sabemos que has hecho declaraciones… llamativas—se
detuvo Michuru, sonrojada por su propio eufemismo—respecto a los
mugrientos, pero nuestro equipo es profesional.
Polita asintió vivamente. A su lado, un tipo gordo y moreno se
hurgaba la nariz ostentosamente, pero cuando se dio cuenta de lo que
hablaban, se sacó el dedo y levantó el pulgar, sonriendo forzadamente. Polita se llevo la
mano a la frente, desolada.
—Jacinta—intervino Danny, encarrilando el tema—, ¿no te parece
que en tus libros le das demasiada importancia al protagonista? Vale
con que sea un mago con un gran destino, pero que encima lo hagas tan
importante en el juego ese que es una especie de béisbol posmoderno
es pasarse un poco, ¿no crees?
—Hombre, se llaman literalmente Quico Alfarer. Es lógico—dijo la
señora, agitando los brazos.
—A mí lo que me llama la atención es lo del canciller de la
escuela a la que va el chico. Quiero decir, ¿es gay o qué?—preguntó
Michuru.
—Sí—respondió Jacinta.
—¡Pues no se nota!—dijo Michuru y el público estalló en
carcajadas.
Jacinta puso mala cara y sonrió forzadamente.
—Como podrás ver en mis entrevistas, siempre lo he dicho.
—Admitirás, Jacinta, que eso va en contra de la primera regla de
la narrativa: no se dice que un personaje es esto o aquello, se
muestra. Es como si dijéramos que el lobo feroz tenía como hobby
resolver crucigramas, si no se muestra en la historia, es un dato
inútil—intervino Danny.
El público aplaudió con discreción.
—Danny, la técnica literaria actual ya no es tan simple—respondió
la mujer, quien intentaba aplacar un tic nervioso del párpado—Una
franquicia está en continuo proceso de expansión y los personajes
pueden ganar nuevas facetas.
—Permíteme que te diga que eso no tiene nada que ver—replicó
Danny, tranquilo—Estamos pidiéndote que lo muestres gay. Es tan
fácil como que bese a un hombre.
Todo el mundo aplaudió. Michuru, Polita, el público… ¡y aún
más! Las pantallas mostraron reuniones en las principales ciudades
del mundo, aplaudiendo a Danny.
Jacinta se quedó consternada.
—¿Cómo puede haberse organizado semejante despliegue en tan breve
tiempo?—fue todo lo que la pobre mujer pudo decir.
—¡Con magia!—dijo Michuru y todo el mundo rió histéricamente.
—Mugrientos—estaba musitando Jacinta cuando todo el mundo se dio
cuenta—¡Malditos mugrientos…!
Polita hizo gestos de que ya era suficiente.
—Bueno, Jacinta, esta es sólo una introducción, luego seguiremos
hablando.
La mujer se marchó entre aplausos mendigados por la pareja de
presentadores.
—Nuestro siguiente invitado es el autor de Las Pejiguéricas, Caldo
Simón.
El público aplaudió inseguro, mientras un hombre mayor entró al
plató, saludando a Danny y Michuru.
—Esa fue una buena estocada, Danny—dijo, afable, y el público
aplaudió con mayor energía.
—Gracias, don Caldo. Bueno, pues me ha asombrado su obra.
—A mí también—intervino Michuru—, aunque el primer capítulo
casi no lo acabé, ¿eh?
Don Caldo se echó a reír.
—Bueno, pero lo acabaste, ¿no?
—Sí, con la sensación de que había retrocedido a principios del
siglo XX y que era telegrafista con horas extra.
Los tres rieron con ganas, aunque el público estaba confuso.
—Amigos, el primer capítulo de la obra de don Caldo es una línea
que abarca ochenta páginas—aclaró Danny.
El público lanzó exclamaciones de terror.
—Conectada por puntos y coma, paréntesis y hasta un caso de dos
puntos.
Hubo desmayos entre el público.
—Y es necesario para percibir cómo la sucesión de la historia es
una caótica repetición de conflictos por las ambiciones de unos
pocos—añadió Michuru.
Tanto don Caldo como Danny aprobaron su comentario, pero el público
gritaba que eso era «ilegible».
—¡Sólo un párrafo capaz de ser leído en voz alta puede ser
literario!—gritó un espectador y todos le aplaudieron.
—Esa es la condición normal—admitió Danny, pero el público
estaba en guardia—, pero a veces la literatura ha de ir más allá
de lo corriente y probar nuevos caminos estéticos, aunque estos
parezcan inicialmente contrarios a lo literario.
El público protestó y empezó a sufrir una rabieta sincronizada,
cuyo volumen se habría hecho insoportable si Polita no hubiera
ordenado al punto una insonorización mediante extractores.
—Lamento esta situación, don Caldo—dijo Michuru, compungida.
—No te preocupes, no siempre se pueden escribir obras para todos.
Como ha dicho al principio del programa el gran Steven Nice, que es
un autor de renombre.
Parte del público se calmó cuando comprendió que estaba elogiando a un
autor de su gusto, aunque Danny y Michuru, al modo de maestros
severos, les dedicaron sus rostros de enfado.
—Que asaltéis el plató de tanto en tanto, podemos tolerarlo,
pero, ¿afear a nuestros invitados sin nuestro
consentimiento?—Michuru no pudo continuar, dolida.
—Lamentamos lo sucedido, don Caldo—comentó Danny mientras
despedía al escritor, quien no parecía molesto y de hecho se marchó
con una gran sonrisa.
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