viernes, 15 de julio de 2022

Encuentro inesperado (III).

Con varias pausas y algunas correcciones de ellas, les explicó lo ocurrido con su jefe.
—¡Te explotan y luego te echan de una patada!—dijo Anush.
—Entonces, ¿no tienes problemas en tenernos aquí?—preguntó Sviatlana, preocupada.
—No, mi familia no creo que llegue pronto. ¡Entre la lluvia y lo que les gusta a mi madre y a mi prima despertarse a las tantas…!
Se rieron, quizás con armaron un poco de ruido después del momento de tensión.
—En serio, ¿no tienes nada que hacer?—preguntó Sviatlana.
—No.
—¿Te despertamos entonces cuando nos perseguían?—preguntó Yekaterina.
—No, es que me acosté a las diez anoche y me he despertado a las siete horas. Estaba mirando por la ventana, reflexionando...
—Ya decía yo, porque hemos notado, aunque llevamos poco en este país, que la gente se levanta a partir de las siete—comentó Anush.
Julio ahogó una exclamación y sin pensarlo mucho hizo la pregunta.
—¡Ah! ¿Entonces no lleváis mucho…?
Fue incapaz de continuar la pregunta.
—No, llegamos hace sólo una semana.
—Me figuro que habrá sido… feo—dijo Julio y se dio tal manotazo que le dolió a Yekaterina.
—¿Qué pasa?—preguntó Sviatlana.
—Que me figuro que no querréis hablar de ello…
—¿De qué?—preguntó Anush, sin entender.
Él entonces las miró atentamente. Yekaterina y Sviatlana estaban sentadas, comodísimas, mientras que Anush intentaba adivinar qué quería decir.
—Os va a parecer una...——pensó el término—gilipollez, pero es que he pensado que… que os perseguían vuestros captores.
—¿Captores?—preguntaron las tres, a la vez.
—No habéis sido víctimas de secuestro, ¿verdad?
Las tres se miraron interrogantes y con una expresión que parecía decir «Al final va a estar este tío chiflado, ya veréis». No obstante, Yekaterina pareció entender.
—Espera, ¿es un problema ahora en esta ciudad? ¿Secuestran a turistas?
Julio se sintió ridículo, pero esas chicas eran sus invitadas y debía ser cortés.
—Os lo voy a explicar. Como os he dicho, estaba reflexionando sobre la brevedad de la vida y el abismo de la muerte.
Las tres lo invitaron a continuar, con cierta conmiseración al oír el tema.
—Y vi correr a gente. No os vi a las tres. Bueno, sí os debí de ver, pero como tú—señaló a Sviatlana—eres bastante más alta, creí ver correr a una pareja. Además, con el…
No supo la palabra y señaló los chubasqueros.
—No creas que no me ha pasado alguna vez—dijo Sviatlana, mirando mal a las otras dos, que disimulaban las risas.
—Y cuando os vi, pues me di cuenta al oíros hablar de que sois rusas o de algún país cercano.
—Bueno, rusas no—dijo Anush muy seria—, aunque entiendo que te lo parezca. Sviatlana es bielorrusa, es de hecho un nombre clásico allí. Yekaterina es ucraniana, aunque en su casa hablan ruso. Yo, armenia y también tengo un nombre clásico de mi tierra. Y hace rato, hemos hablado ruso. Cuando éramos niñas, éramos soviéticas, claro.
—Pero rusa, ninguna—dijo Sviatlana.
—Vale, disculpadme. Me hago cargo de que vosotras tampoco distinguiríais entre portugueses, andaluces, italianos y vascos, supongo.
—Continúa.
—Bueno, pues como en la tele están continuamente diciendo que hay un gran problema con...—se dio cuenta de que no caía en el término, pero de repente recordó otro—la trata de blancas…
Las tres se sobresaltaron.
—¿En serio has creído que…?—dijo Sviatlana, y consideró las palabras—¿Que nos han tenido de putas?
Julio se encogió de hombros y se rascó la mejilla.
—Llámame imbécil, pero me ha parecido una respuesta lógica. A estas horas, tres chicas extranjeras huyendo de un grupo de tiparracos en pleno temporal…
—Podíamos ser tres turistas que hubieran sido engañadas—dijo Anush.
—O que nos hubiéramos perdido—dijo Yekaterina, pero sonrió—Bueno, no pasa nada. En cualquier caso has espantado a esos tipos. Los tienes muy bien puestos—dijo ella, sonriendo con picardía.
—Es verdad y tengo que admitir que no me esperaba tu ayuda. Mira—dijo Sviatlana.
De pronto, Julio vio un machete enorme. Seguramente empalideció. Lo llevaba a la espalda.
—Iba a explicarles yo unas cuantas cosas.
—Sviatlana—dijo Anush—, te recuerdo que en este país no están necesariamente acostumbrados a ver armas.
—¿Hacéis servicio militar?—preguntó Yekaterina.
Julio negó con la cabeza.
—Creo que fui de los primeros que se...—no le salía la palabra—, que no tuvo que hacerlo.
—¡Ah, perdona! Bueno, que iba a enseñárselo a esos mamarrachos.
—Ahora en serio—dijo Anush—Habíamos quedado en que nos recogieran, pero, claro, esto...—y señaló la ventana, por donde se oía una tormenta horrorosa.
Julio tenía sed. Se fijó en el reloj, habían pasado un buen rato hablando.
—¿Os apetece algo?—preguntó Julio—Voy a servirme algo.
—Sí, por favor—dijo Anush—No tengo manías ni nada.
Las otras dos estuvieron de acuerdo. Entró en la cocina y sirvió tres vasos de refresco de limón. Salió y repartió primero dos a las más cercanas y luego el de Yekaterina y el suyo.
—Estoy muerta de sueño—dijo Anush.
—Pues hay camas libres para invitados. Si queréis...
—¿Seguro que no somos una molestia?—preguntó Sviatlana—No sé, a lo mejor…
—Son casi las siete, pero podéis dormir unas pocas horas antes de que por aquí se deje caer mi familia.
—¿No decías que alquilabais pisos?—preguntó Yekaterina.
—A mí no me dejan—dijo Julio—Mejor dicho, es que no suelo estar. Mi hermana está normalmente unas cuantas horas más que yo.
—¿En qué trabaja tu hermana?—preguntó Anush.
—Es profesora de historia y está considerando el doctorado. No te engañes, simplemente suele atender a los inquilinos extranjeros cuando puede.
Acabaron los refrescos. Julio ofreció más a quien lo pidió. Una vez calmada la sed, les mostró un dormitorio.
—A vuestro gusto.
—¿Seguro que no quieres dinero?—preguntó Sviatlana, quien estaba sorprendida.
—Te repito que no llevo eso. Y total, por unas horas...

Él volvió a su habitación. Cerró la ventana.
—¡Joder, ahora tengo frío!
—Pues es verdad que nos viste por la ventana—oyó en inglés y se volvió.
Era Yekaterina. Venía con la misma ropa. Él se quedó mudo durante un momento.
—¿Hay… algo… mal?
Ella agitó la cabeza para indicar que no.
—¿Puedo entrar?
Julio le hizo señas de que sí. Ella, además, encendió la luz y miró la habitación, casi la estudió. Prestó especial interés a la estantería, sacando un tebeo y un libro para ver sus portadas.
—Estaba pensando fuera que eras posiblemente un pelín friki y he acertado. Bueno, me he quedado corta. Aunque no he visto lo que esperaba.
—¿Qué?—preguntó Julio.
—Un póster de la princesa Leia con traje de esclava—respondió, sonriendo divertida ante su ingenuidad.
Julio se puso rojo como un tomate. Ella se había acercado a su colección de consolas y videojuegos. Los examinó con verdadera atención, interesada. Julio se sentó en la cama y suspiró. De pronto, vio una pila de carpetas y cogió la primera.
Cuando Julio se dio cuenta, quiso advertirla.
—¡Eso es…!—pero ella ya había abierto la carpeta.
Ella parpadeó, un tanto pasmada. Pasó hojas y, con cara de no entender nada, se lo llevó a él.
—¿Prácticas de dibujo?
—No, es un intento de... juego de rol—le costó encontrar el término, porque estaba acostumbrado a llamarlo «errepegé».
Ella lo volvió a mirar.
—¡Es verdad! Ahora entiendo estos números. Aquí pone… ¿Da… nn… ño?—Casi lo pronunció «dañó».
—Es el daño.
—¡Eres muy friki! Has intentado crear tu propio juego de rol—dejó la carpeta en su sitio y señaló la pila entera—¿Todo esto son intentos o el mismo juego?
—No, son mis apuntes de matemáticas. Estudié la carrera.
—Pensé que eras informático por tu anterior trabajo.
—Sí, de hecho me saqué algunas asignaturas de la carrera mientras trabajaba, pero ya ves que habría tardado por el cochino horario.
—Y ahora te echan, los mamones.
Julio hojeó la carpeta. Aún la entendía bastante bien.
Esto fue.. no sé cómo se dice, un proyecto académico, supongo, para una asignatura. Al profesor le gustó y eso que era viejito el hombre...
Ella se acercó a él. Julio deseó poder pausar la escena y gritar, pero en la vida real no hay pausa. Ella estaba echándose, pero entonces, al cruzarse su vista con la estantería, se levantó otra vez.
—¡Anda! ¡Clever & Smart!
—¿Cómo?—no se apercibió de que ella había pronunciado la copulativa como «unt» y la segunda palabra como «shmart».
Se puso de rodillas sobre la cama. Desde donde estaba, otros habrían tenido primer plano, pero Julio, curioso, miraba cómo alargaba la mano. Cuando antes había examinado la estantería, no había inspeccionado las aldabas inferiores.
—¡Esto! ¡Anda, aquí tiene otro nombre!
Era una historieta de Mortadelo y Filemón.
—¡Aaaaah!—recordó que en Alemania se rebautizaron como Clever & Smart—¿En Ucrania los llamáis como los alemanes?
—No, es que conocí a un alemán que era un declarado fan y me leía unos pocos. Me reí bastante con algunos.
Miró la portada un momento y se la tendió a Julio.
—Por el modo en que lo has dicho, parece das a entender que los alemanes les cambiaron el nombre.
—¡Claro!—dijo Julio—Son personajes españoles, ¿no lo sabías?
—Sí, pero creía que eran sus nombres. ¿Qué se supone que significan?
—Mortadelo viene de mortadela, que es… no sé si tendrá nombre, es un tipo de embutido. Si te fijas, su físico se parece a uno.
Ella asintió, dándose cuenta.
—Y Filemón es un nombre griego, creo que sería… Philemon, supongo. Es que en origen eran «Mortadelo y Filemón, Agencia de información».
Se lo leyó en español y luego lo tradujo.
—¡Ah, ya veo! En alemán no pudieron trasladarlo, aunque no me negarás que les pusieron otros nombres igual de graciosos.
—Sí… Aunque un amigo decía que él pensaba que Filemón, aunque sea un nombre real, se llama así porque suena parecido a «Mortadela y Filetón», «big stiik».
Yekaterina puso cara rara al oírle, así que lo repitió haciendo el gesto de cortar un filete. Ella se dio una palmada en la frente, riendo.
—Quieres decir «steik».
—Ya te habrás fijado en que mi inglés es muy… pobre.
—No te preocupes, en Francia no lo hablan menos raro que tú—dijo ella con una sonrisa.
No se había dado cuenta de que ella se le había arrimado. Ambos estaban en la misma cama. Se animó y abrió el tebeo.

Mientras, Anush y Sviatlana compartían una cama, durmiendo tranquilas. Hacía un momento, habían conversado.
—¡Esta chica...!—dijo Anush.
—¿Qué?—preguntó Sviatlana—Es mayorcita y ese chico también. Si quieren, que lo disfruten.
—No, si me parece bien, pero, ¡me sorprende! ¡No hace ni tres horas que lo conoce!
Sviatlana rió, con ganas.
—¿Es que según tú hay que alcanzar un mínimo de horas para hincar con un hombre?—seguía riéndose.
—Yo no podría.
—Pero ella es así… Perdona, me muerdo de sueño. ¡Buenas noches…!
—Lo mismo…
Anush tenía un móvil a su vera. Hacía poco, había hecho una llamada.

Pasaron así como media hora, leyendo la historieta lentamente. Julio hacía frecuentes pausas porque o bien no conocía algún término, o bien era difícil trasladar algún chiste. Yekaterina se reía de todos modos de los dibujos.
—¡Jajajaja! ¡Menuda relación de amor-odio!
Al acabar, Julio se dio cuenta de que ella se apoyaba en él y que no parecía que quisiera apartarse.
—¿No tienes sueño?
—No mucho. Como trabajé de bailarina y tenía ciclos de trabajo bastante irregulares, he aprendido lo que podrías llamar «la técnica de estar despierto otras cuatro horas».
—¡Oh! ¿Has salido en algún sitio interesante?
—En Kiev llegué a salir en teatros… Pero lo dejé por varias razones. En Ucrania últimamente hay demasiadas tensiones en el ambiente. No me extrañaría que acabáramos en guerra... Lo que no sé es si entre nosotros o nos meterán un zarpazo. Quiero decir que nos atacarán—explicó porque Julio no había entendido lo último.
Calló un momento, pero sonrió después.
—Pero hablemos de ti. ¡Qué guarrada te han hecho!
Julio sonrió también. Un experto habría dicho que su lenguaje corporal indicaba alivio y excitación.
—Si te soy honesto, me enfurecía ese trabajo. ¡Era basura! Más lo lamento por un compañero mío, que tiene más de cincuenta años y lo tendrá duro.
—¡Qué generoso eres! Te preocupas por tu compañero… Y, hace un rato, te has arriesgado a sufrir una paliza por una supuesta pareja en apuros.
Yekaterina se situó frente a él y lo miró con tal calidez que ella se transformó en todo para él. Ella le acarició los hombros y, suavemente, le dijo en voz baja:
—No eres precisamente de los que persiguen faldas...—constataba un hecho.
Julio negó con la cabeza. Sentía que con ella podía sincerarse.
—Me di cuenta antes cuando te apresuraste en decir que no había segundas intenciones en tu invitación a venir aquí. Estaba claro por tu lenguaje corporal que tenías frío y que suponías que nosotras también. No hacía falta que añadieras aquello, aunque supongo que esas dos se tranquilizaron...
Lo besó. Él respondió del mismo modo y siguieron un rato, mientras se quitaban la ropa. Al verla desnuda, vio que era de constitución ligera y muy delgada. Él se preguntó entonces si sería mayor de edad. Cabía la posibilidad de que empezara a trabajar de bailarina siendo pequeña.
—¿Cuántos años tienes?
—VeintiXXXX.
—¡Tenemos la misma edad! ¿Cuándo los cumpliste?
—El XX de marzo.
—Eres medio mes mayor que yo… Pues pareces más joven.
—Tú también.
Siguieron. Al cabo de un momento, Julio ya no tendría motivos para lamentar en ocasiones futuras la primera cosa que había lamentado cuando creyó que su vida iba a cambiar para peor drásticamente.

Un rato después, Julio seguía en las nubes. Minutos antes, todo había acabado de modo totalmente satisfactorio para ambas partes. Ella le ofreció un cigarro, pero él lo rechazó.
—No...—se corrigió y habló en inglés—No fumo.
—¿Te importa?
—Abre la ventana al menos.
La abrió y se asomó. Seguía lloviendo a mares. Ella echó caladas, aunque se mojaba.
—No me extraña que nos vieras, se ve bien a pesar del tiempo.
Él se puso a su lado y se acariciaron.
—¿Nunca has fumado?
Julio sacudió la cabeza.
—Haces bien. Cogí este vicio por el baile y las dietas. Te olvidas del hambre.
Se quedaron mirando la calle, que seguía ofreciendo una visión triste.
—¿Y te ha ocurrido algo últimamente?—como él la miró interrogante, añadió—Has dicho que estabas reflexionando sobre la muerte.
—¡Ah! No… Es que estaba melancólico. Me pasa cuando me despierto en plena noche. También, por esa… luz.
Le explicó sus pensamientos, no se había dado cuenta de que estaba ganando fluidez al hablar en inglés.
—Sí que eres reflexivo…
Dejó de fumar y volvieron a la cama. Ella se apoyó en él y al cabo empezó a roncar sin que él se diera cuenta enseguida, pues seguía en una nube por lo ocurrido.

Al bajar de la nube, Julio no tenía sueño y, con cuidado, se levantó. La besó en la frente y la tapó bien. Ya amanecía y parecía que llovía menos. Aprovechó para tirar el condón que ella le había dado y, después de ducharse rápido, salió al salón.
—Supongo que esperaré a que se levanten para el desayuno.
Encendió la tele. Decían que el paro había aumentado.
«Doy fe», fue toda su reflexión al respecto.
Zapeó un rato, pero a esa hora no había nada que le interesara. No obstante, no quería liarse a jugar.
«Quizás debiera practicar mi inglés con alguna serie. Se han molestado en hablar lentito, pero no todo el mundo es igual de amable».

Mientras Julio pensaba qué hacer, Anush recibió una llamada. Se despertó y respondió.
—¡Hola, Akakios!
—¿Estáis bien?
—Claro—respondió, girándose a Sviatlana—Bueno, te puedo confirmar que Sviatlana y yo, sí. Yekaterina se fue con el chico.
El tal Akakios reprimió la risa o quizás una exclamación de asombro.
—¡Qué muchacha!
—Eso pienso yo, pero supongo que estará bien. No creo que haya descubierto que nuestro buen samaritano es en realidad un caníbal alemán—rieron un rato, porque no mucho habían visto una cutre película alemana con ese argumentoNo tiene pinta de asesino en serie. Se ve que es un pelín pardillo, lo sé porque yo también soy otra pardilla.
—Me fío de tu criterio, ya lo sabes. Simplemente quería decirte que por fin han subsanado el follón, pero hay un atasco de mil demonios. Esperamos llegar en una hora o dos.
—¡Vale!—y formó un beso con los labios, haciendo ruido muy bajo.
Colgó y se quedó dormida enseguida, después de poner una alarma. Sviatlana se agitó, abrió los ojos y cogió el móvil de Anush para ver la hora de la alarma.

Julio se estaba decidiendo por una película, cuando de pronto sonó su móvil. Recordó haberlo dejado en su habitación y fue corriendo. Era su hermana.
—Dime—olvidándose de Yekaterina, se sentó en la cama.
—Que por fin vamos allá. ¡Se ha montado un atasco de tres pares de cojones! ¿Cómo estás?
—Bien—dijo él, sin duda.
Su hermana no dijo nada durante un momento. Más tarde admitiría que la pilló por sorpresa la falta de preocupación en su voz.
—Hoy es viernes, no es necesario que empieces ya con los trámites del paro y demás. Si quieres relajarte, no lo dudes.
—Tranquila, estoy estupendamente. Salir de ese cochino curro ha sido lo mejor—mintió.
Lo mejor había sido conocer a esa chica que ahora dormía.
—¡Ah, qué bien!—dijo su hermana, sorprendida—Bueno, llegaremos dentro de dos horas o más, duerme si quieres.
—Me acosté temprano y no tengo sueño.
De pronto, Yekaterina lanzó un gemido, quizás inquieta por oírles hablar. Ninguno de los hermanos habló durante cinco tensos segundos.
—¿Estás viendo la tele?—preguntó Susana, pero estaba claro que no se creía su propia pregunta.
Él salió casi volando y cerró la puerta.
—Sí, ya ves…
—Bueno, ya nos vemos.
—¡Adiós!
Ambos colgaron.

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