domingo, 31 de octubre de 2021

Especial de Hallowe'en. Parte II.

 —Esto es demasiado—declaró él y se dirigió al «respetable»—Amigos, ¿a quiénes han venido a ver?

«¡A VOSOTROS!«, gritó entusiasmado.

Exacto—dijo Danny, ¿qué son todas estas estrellas?—y se dirigió a los nombrados—No pongo en duda que es una gran oportunidad tenerlos a ustedes aquí y son grandes…

El público aclamó a Danny.

Pero una regla de oro es que las estrellas no se eclipsen y creo que somos demasiados. Una cosa es que el programa sea improvisado y otra que sea un follón.

El público volvió a aclamar a Danny. Michuru aplaudía también.

Además de lo que dices—dijo Polita—, ya no nos quedan sillas.

Todos rieron.

¡Eso es! Este siempre ha sido un programa de debates y nunca le hemos negado la palabra a nadie.
Excepto al Ladrón de Palabras que provocó el terror hace quince años.—aclaró Danny.
¡Cierto!—dijo Michuru con un escalofrío al recordar—Así que hablemos…

Se fijó en las mujeres de las espadas, confundidas y de pie todavía.

¿De veras que no hay…?—preguntó a Polita—Lo siento, señoras, me temo que las han llamado para nada.
Pues nuestros jefes querrán cobrar de todas maneras—dijo la que parecía la líder, una mujer de pelo largo y con una cicatriz encima de la nariz, con forma de X.
Tampoco podemos ofrecerles asiento.
No te preocupes—respondió y clavó la espada en el suelo.
Que sepa que nuestros jefes también querrán pagos por los desperfectos—dijo Danny.
¡Qué miedo nos da!—dijo otra de las mujeres, con expresión gamberra, haciendo lo mismo.

No obstante, una tercera con cara de ser más amigable dejó la espada sobre el suelo y se sentó sobre su capa.

Me habían dicho que en su grupo eran unas tías ácidas y de mal agüero, pero veo que también las hay educaditas—dijo Michuru.

La aludida se encogió de hombros.

¿Y el debate…?—preguntó su jefa.
Fácil: ética de matar a dos pobres y bellos jóvenes porque los han atacado zombies—dijo Michuru.
Muchacha, ¡qué descarada eres!—dijo la policía.
Eso, y además lo de joven no se le aplica. Esta se pasó siete años presentando el programa y han estado fuera de antena diez, estará cerca de los cuarenta...—dijo la espadachina con cara de gamberra.

Michuru se pasó la mano por la melena con actitud desafiante.

La edad está en el número de contratos publicitarios que consigues para anunciar fijadores para el pelo.

La espadachina parpadeó un rato, pasmada ante el relativismo de Michuru. Declinó hacer más comentarios.

Bueno, ¿qué opinas de nuestro tema, Caimán?—preguntó Danny.
Ya lo sabéis: sólo mato a los que no pueden salvarse. Vosotros aún estáis a salvo.
Pues no veo que los estés tratando—intervino la policía.

El público la abucheó de modo tan claramente partidista que la espadachina educadita se sonrojó.

Mi compañera viene hacia aquí con el tratamiento necesario.
A mí me parece que, dejando a un lado que no te caigan muy bien, que es cosa de cada cual, estás empeñada en matarlos—terció la líder de las espadachinas.

El público aplaudió, pero con moderación porque la réplica no apoyaba una adoración absoluta por Danny y Michuru.

Mira, los zombies son un problema de salud pública—respondió la policía—Lamento ser tan radical, pero es mejor para todos que se eliminen los contagios.
¡Eso, eso! «Contagios» en vez de »contagiados». ¡Deshumanizándome!—ironizó Michuru.

El público rugió, entusiasmado. La policía no daba crédito.
No sé, tú misma cocinaste un clon tuyo en este programa, en directo—comentó la líder de las espadachinas—y además comercializaste la idea para uso personal de cualquier degenerado. ¡Eres la primera en deshumanizarte!

El público la abucheó con tal agresividad que los invitados se pusieron en guardia.

Los negocios tienen siempre un componente de prostitución—declaró Michuru.
Y de partida de ajedrez—dijo Danny.

Todos lo miraron.

Porque haces suposiciones, intentas engañar ala competencia, debes pensar estratégicamente...

Lo siguieron mirando, poco convencidos. Él cambió de tema.

Lo que nos hace falta es consultar la opinión de los televidentes. ¡Esa era parte de nuestra esencia!

Michuru asintió y le hizo un gesto a Polita.

Os vais a reír, pero tenemos una llamada.
¿Cómo puede ser?—preguntó el Caimán—¡Este programa lleva más de diez años sin emitirse!
Porque hay un tipo que llegó a conocer todas las formas de contacto y hemos recuperado algunas—respondió ella—Ponte, Michuru, que te llama a ti.
¡Qué específico!—dijo ella, ajustándose el micrófono, que se le había caído durante el ataque de los zombies—¿Holaaaaa?
¡Hola, Michuru!

Michuru abrió tanto la boca que se le vieron todos los dientes, perfectamente blancos.

¡ME CAGO EN DIOS!—gritó, pero recuperó la compostura enseguida—¡Pero si eres Miguelito Pérez Selvúpeda!
¿Quién?—preguntaron los invitados.
Es el fundador de la asociación de supuestos damnificados por el hecho de que los clones Pandora 3000® de la presentadora Michuru se murieron por no cuidarlos correctamente—dijo la espadachina modosita.

Los invitados la miraron asombrados y el propio público lanzó un profundo grito de exclamación.

Al final compré otro clon, Michuru.
Me alegro.
Se volvió tan independiente que se largó con mi dinero y, quizás, mi primogénito.

El público rugió, entusiasmado. Danny se giró a Michuru, consternado.

Me aseguraron que era imposible que adquirieran inteligencia—empezó a explicar Michuru—Además, no creo que haya podido llegar demasiado lejos…
No, si no era para quejarme. Es que tengo una sospecha… Vosotros no sois los verdaderos Michuru y Danny. Los auténticos murieron en el tumulto del último programa emitido. Sois clones con sus recuerdos.

El público protestó, lloró, se rió, hizo todo cuanto pudo por silenciar a los aludidos.

Miguelito, entiendo que causó una extraña sensación, pero somos los mismos que hablamos contigo hace ya diez años.
Tal como dice Danny—añadió Michuru—Ten en cuenta que nosotros somos a veces somos algo fantasiosos.
¿Ah, sí? ¿Y qué me decís de vuestra boda?—preguntó Miguelito.

Danny y Michuru se miraron, muy serios. Nadie se atrevió siquiera a respirar… ¡Y de pronto se desternillaron de la risa!

¡Hombre, no!—dijo él—Eso fue un poco de teatro, para complacer a todos los fans que se empeñaron en que éramos pareja.
¡Exacto!—confirmó ella, secándose las lágrimas.
Pues hace un rato bien que ha dicho él que ha estado en la cama contigo...—dijo Miguelito.
Teatro—repitió Danny.
En realidad, no es en un contexto sexual—aclaró ella y mandó callar al público—Hace años, me acechó un duende de la conciencia kazajo. Bien sabréis que dichas criaturas son pertinaces y no cejan sino hasta que ellos mismos se sienten culpables. Así pues, ese día Danny durmió a un lado de mi cama, tapado hasta arriba, y cuando el duende comprendió que había estado molestando a un inocente, se retiró.
¡Menuda nochecita, con el dichoso duende dándome la tabarra en kazajo!—dijo Danny y el público rió como en los programas de los años 50.
¿Seguro que este programa tiene público?—preguntó la líder de las espadachinas, en susurros—No se los ve nunca y a veces dan una extraña impresión...
En el último programa hubo un asalto legítimo, ¡ojo!—dijo el Caimán.
Ese sí, pero es verdad que en general...—dijo la policía y empezaron a discutir en voz baja.
¿Qué cotilleáis?—dijo Michuru, con voz molesta pero sonrisa sardónica—¿Ahora también vais a dudar de nuestro maravilloso público?

Se oyó una aclamación.

Sabemos que hay chalados en la calle capaz de cometer barrabasadas con tal de veros de nuevo en antena—dijo la espadachina descarada—Lo que no tenemos tan claro es que seáis tan imprudentes como para meter esas fieras aquí.

El público le gritó de todo y la amenazaron.

De hecho, la única vez que lo subestimasteis fue en aquella emisión...—concluyó cuando le dejaron de gritar.
Me gustaría recordar que nuestro debate esta noche es si es ético que hayáis venido a matarnos—replicó Danny, no dejándose impresionar.
Y a mí me gustaría recordar que, por lo que parece, este programa no tiene guión y simplemente es un intento cutrón de obtener audiencia porque Míster Chof ha sido cancelado—dijo la espadachina.
¡No jodas!—dijo el Caimán!—¡Me encantaba! ¿Por qué?
Han cazado grillos...—le respondieron.

Todos coincidieron en que era una verdadera estupidez haber cometido semejante delito.

Bueno, yo ya he dicho lo que tenía que decir—dijo Miguelito—Buenos días—colgó.
En fin, la pregunta que nos hacemos ya es obvia—dijo Michuru, con aire de cansada.
¿Cuándo detendréis esta farsa?—preguntó la policía, irónicamente.
¡No, si tendremos audiencia!—corrigió Danny, sapiencial.

Michuru asintió, satisfecha de su compañero, siempre pensando por la empresa. Polita volvió a aparecer, con aire serio.

Chicos… Os vais a reír. No estamos emitiendo.
¿EEEEEEEEEH?—gritó todo el mundo: Danny, Michuru, el público y los invitados.
Por lo visto, algún «genio» de márketing ha pensado que tendría más audiencia una parodia de Jugo de Trufas…
¡PERO SI ESA SERIE YA NO LE LLAMA ATENCIÓN A NADIE!—protestó Danny, dolido.
Lo siento… y hay más: ahora mismo viene hacia aquí el responsable de rescindir nuestros contratos.
¿Y ese tipo de antes, cómo ha llamado?—preguntó el Caimán, rascándose la barbilla.
Repito—respondió Polita, abatida y agotada—Conoce todas las formas de contactarnos. Supongo que...

El público empezó a protestar, pero repentinamente se oyeron golpes. Todos supieron que se dieron en una puerta. Danny, Michuru, Polita, los invitados, todos se abrazaron, con expresión aterrada. De pronto, desde algún punto fuera del plató, una luz cegadora se proyectó sobre ellos.

¡Esto ya se ha hecho! ¿Es que ni un final original vamos a tener?—lloró Michuru.

Danny le mesó el pelo con cariño, con expresión abatida. 

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