Dos
figuras, gráciles y de bellas formas, estaban a oscuras en un
escenario. Después de un momento que se hizo eterno, se oyó al
narrador.
—¡Con
todos ustedes, DANNY Y MICHURU!
Aplausos
ensordecedores atronaron. Las luces se encendieron de modo que Danny
y Michuru fueron lo primero mostrado. Los aplausos no podían ser ya
más ensordecedores, así que el público cayó en la peor histeria
imaginable. Cuando la pareja empezó a moverse, antes parecía un
culto a uno de los dioses primigenios que un programa de televisión.
Por
fin se iluminó el escenario. Este no difería en principio de
cualquier otro plató, de hecho estaba demasiado vacío. Michuru era
una joven de facciones orientales, constitución delgada y pelo
verdoso. Llevaba el cabello en dos coletas y lo que parecía un
uniforme escolar sin mangas. Danny era un joven escuálido, sin
facciones demasiado identificativas. Parecía llevar un traje de
discoteca desde hace dos días y tenía el pelo teñido de rubio en
un tono chillón hasta lo insultante. Era algo más alto que Michuru.
—¡Saludos,
amigos!—saludó Michuru, alegre—Homo homonivorus ha vuelto
debido a sus cartas, sus e-mails, sus amenazas y sus intentos de
asesinato en masa hacia perfectos inocentes!
—Les
rogamos a la próxima que no ataquen un colegio—pidió Danny,
juntando las manos—Ya han visto que los niños disparan primeros a
las rodillas y luego martirizan al tirador. ¡Aún están buscando
las orejas de uno!
El
público dejó escapar un grito de horror.
—Eso
y que luego es un lío demostrar que no somos culpables legales de
semejantes atrocidades, afortunadamente abortadas—dijo Michuru,
alegre.
—No
obstante, no es seguro si vamos a volver—indicó Danny y tuvo que
callar porque el público lo enmudecía con sus lamentos—Este
programa es sólo una prueba…
—¡Y
qué más da, Danny!—replicó Michuru, y el público rugió—Ahora
en serio, ¿no hay sillas ni mesa en este escenario?
—Eso
iba a decir yo, que en realidad sustituimos a Mister Chof.
—¿Cómo
es posible? ¡Tienen un grandísimo éxito! Y yo he aprendido con
ellos a cocinar con niños de por medio…—guiñó el ojo con
picardía y el público rió, alegre.
—Han
cazado una especie protegida: ¡grillos!
Michuru
se sorprendió hasta el punto de abrir la boca en un perfecto
círculo.
—¡Ah,
cómo caen los grandes!—dijo Michuru, sacudiendo al cabeza—Bueno,
¿nos sentamos en el suelo, o…?
—Por
ahí traen asientos—señaló Danny, y entró una mujer.
Era
morena, tenía el pelo cortado a nivel del cuello e iba vestida de
modo humilde. A Michuru se le iluminó el rostro al verla. El público
cuchicheó.
—¡Qué
bueno! ¡Polita, dichosos los ojos! Sé que sobreviviste a nuestro
último programa...—la abrazó cuando Polita dejó las sillas.
—Sí.
Cuando el público asaltó el plató, un estúpido se me echó
encima. Entonces le puse un punzón en el cuello y lo amenacé para
que se quedara así. Al final, cuando acudieron los antidisturbios,
lo molieron a palos.
Los
tres rieron.
—¡Qué
locura de día fue aquel!—dijo Danny.
—Locura,
Danny, fue cada programa que pasé con vosotros—dijo Polita,
dándole a él una silla—Aquello fue el remate.
—¿Y
no te dieron ninguna compensación?—preguntó Michuru.
—Sí,
pero siempre he querido salir en la tele. Pero de verdad, como
vosotros.
—Mujer,
ya tendrás tu oportunidad—dijo Danny—¡Un aplauso, por favor!
El
público aplaudió, cosa rara, sin comportarse como una jauría de
animales salvajes. Polita saludó con discreción. Michuru y Danny se
sentaron.
—Como
dijera mi primo, Michuru, ¡mi culo protegido!
Se
oyeron risas obscenas.
—Tu
primo, Danny, era un poco hijo de puta y lo sabes—el público soltó
una exagerada exclamación.
—Mujer,
era un grandísimo detective. Se saltaba los derechos humanos, pero,
¡por pura necesidad!
—¡Claro,
claro!—dijo Michuru e imitó una boca hablando con la mano, lo que
provocó risas—Bueno, si dejamos a tu primo, se supone que este
programa va sobre la Víspera de Todos los Santos, esto es,
Hallowe’en es su contracción en inglés.
—Sí,
eso es—Danny contempló el desangelado plató, absolutamente vacío
excepto por ellos mismos, sentados—Aunque no sé cómo vamos a
trabajar así...
No
hubo acabado de decir la última sílaba, cuando todo se oscureció.
El público gritó realmente asombrado. Quizás se pudo oír a
Michuru decir «¿Qué diantres…?» cuando se oyeron gritos de
dolor, tanto masculinos como femeninos.
El
público gritó enfurecido y aterrado, hasta que, cuando las luces
volvieron, se horrorizó de ver a nuestra bella pareja ensangrentada,
con lo que parecían mordiscos en sus brazos y parte del abdomen.
De
pronto, ¡se movieron! Abrieron los ojos lentamente, con Michuru
tosiendo con fuerza.
—Danny…
¿Cómo… estás?
Danny
tenía los ojos vueltos hacia atrás. El público gritó espantado,
hasta que de pronto recobraron su posición natural.
—En
la cama, contigo, he llegado a estar peor.
El
público rió, aliviado.
—¡Qué
gracioso!—dijo Michuru, aunque a ella también le hizo gracia—Muy
bien, como es Hallowe’en, los presentadores son transformados en
zombies. ¡Hablaré con mi abogado!
El
público volvió a reír. Michuru los miró, contrariada. De pronto,
entró un hombre con máscara química y armado
con un cuchillo de gran longitud.
—¡Ostras!—dijo,
sin gritar pero de manera perfectamente audible—No me figuraba que
este era mi trabajo.
Danny
se intentó levantar, pero dio un respingo por el dolor. Michuru,
después de verlo dolorido, se levantó con mayor cuidado.
—¿Y
tú eres…?
—Un
exterminador de zombies. Me han contratado, pero jamás me imaginé
que vosotros fuerais mi objetivo.
El
público empezó a protestar, mientras que Danny y Michuru se
abrazaron horrorizados.
—¡Tranquilos!
No pienso hacerlo, aún estáis a tiempo de no transformaros.
Danny
se fijó en él con atención. Lanzó un grito de sorpresa.
—¡Lo
conozco! ¡Es el famoso exterminador de zombies
legendario!—declaró—¡El Caimán! ¡Lo llaman así por su
ferocidad!
El
público aplaudió, aunque se notaba que no acababan de entender si
todo estaba preparado o los propios presentadores no sabían nada.
—Me
consideran un tipo violento, pero nunca ataco sin razones—dijo el
tipo, sentándose en una silla enorme que le trajo Polita, pues él
mismo era bastante grande—¡Gracias, chata!
—Diría
que mides cerca de dos metros con veinte centímetros—dijo Michuru,
midiendo al Caimán con las manos.
—Pues
sí. Además, peso cerca de ciento cincuenta kilos.
Danny
chasqueó los dedos.
—¡Creo
que ya sé de qué trata este programa! De familiarizarnos con los
monstruos y verlos como fenómenos naturales.
Michuru
puso cara de escepticismo.
—Creo
que eso no sería beneficioso, Danny. Tu idea está bien planteada,
pero es demasiado generosa.
—Creo
que doña Michuru lleva razón.
—Llámame
por mi nombre, Caimán.
—Si
me llamas «Cai» a cambio.
—¡Claro!
Lo que sea por el hombre que no me ha ejecutado cruelmente.
Ya
parecía hallarse el universo en calma, cuando un nuevo estrépito
volvió a sacudirlo. Repentinamente, se oyeron cristales rotos.
—¿PERO
QUIÉN ES USTED?—gritó Polita, desde fuera.
Entró
una mujer policía, llevando un arma. Michuru levantó las manos.
Justo detrás de la policía, entró Polita protestando.
—¡Le digo que no pasa nada, que esto es el programa de Danny y Michuru!
¡Homo homonivorus!—discutía
ella.
—¡Todo
el mundo sabe que ese programa se dejó de emitir hace diez
años!—respondió la oficial, con la seguridad de quien dice algo
que sabe cierto.
No
obstante, se volvió a Polita.
—A
ver, identifíquese—le ordenó.
Polita,
ya a su lado, le mostró su tarjeta de trabajo, colgada al cuello.
—¿Confirma
usted que ese joven—señaló a Danny—y aquella joven—señaló a
Michuru—son los tales Danny y Michuru?
Polita
se lo pensó antes de responder.
—Desde
luego, tienen su apariencia física y además me han reconocido como
una antigua compañera suya. Ya sabe usted que el programa…
—Sí,
que se comían sus propios clones—dijo la oficial con un gesto de
profunda repugnancia—De todos modos, usted confirma hasta donde
usted sabe que son ellos.
—Sí—dijo
Polita, firme.
Danny
y Michuru suspiraron de alivio. Polita era una cabeza más baja que
la oficial.
—No
obstante, han sido atacados por zombies, ¿no es así?
—Era
parte de la sorpresa, pero sí—asintió Polita.
El
público lanzó una exclamación dando a entender que ya lo habían
adivinado.
—¿Es
usted consciente de que se la podría acusar de atentado contra la
salud pública?—dijo la oficial, dura—Jugar con zombies la puede
llevar a la cárcel, y ya sabe lo que pasa allí con el jabón.
—No,
no puede ser—dijo Polita, y le enseñó el reverso de su tarjeta.
La
policía la tomó, indignada. La lectura de la misma la disgustó aún
más.
—Si
he entendido bien, usted no asume responsabilidades y
además está exonerada «en todo el multiverso y en cualquier línea
temporal»—leyó la policía,
queriendo ser dura, pero no pudo disimular su asombro ante semejante
especificación.
Polita
asintió, grave.
—Yo
misma estoy en peligro por ayudar en la emisión de este programa,
que ha causado tumultos y numerosos actos violentos—declaró, y se
ganó el aplauso del público.
—¿Y
no siente siquiera una pizca de culpabilidad sabiendo eso?
—Pagan
bien y necesito el dinero. Cuando era joven, mi hermana y su marido
murieron en un estrafalario choque entre un elefante y un cóndor
gigante, y dejaron a sus hijos a mi cargo.
El
público dejó escapar su emoción.
—Ehm…—dijo
el Caimán, con delicadeza—Tranquila, Juli. Los chavales aún son
recuperables.
La
policía lo miró, suspirando.
—Para
ser un exterminador de zombies tan famoso, es curioso que no tengas
prisa por acabar con dos zombies.
—Oiga,
aún puedo hablar—protestó Danny—Si es necesario, me vacunaré.
—Y
yo aún recuerdo el número de mi abogado—dijo Michuru, bajando los
brazos—Créame que es un fenómeno para cualquier tipo de querella,
cosas de representar a figuras como la presente—amenazó, señalando
a la tal Juli con el dedo.
—¿Sabe
usted cuánto le cuesta a la población la fama de sus gansadas, así
como las de su compañero?—preguntó la policía.
—¡NO
LO SUFICIENTE!—gritó el público y empezó a reír grotescamente.
Michuru
hizo la señal de la victoria y Danny se encogió de hombros con una
sonrisa afectuosa que no sirvió para calmar a la indignada oficial.
—Usted
disculpará a nuestro público, necesariamente subjetivo por ser
demasiado emotivo—dijo Danny—Creemos que este programa tiene como
objetivo familiarizar al público con todos esos elementos que, por
estar relacionados con Hallowe’en, se ven como sobrenaturales.
—¿Creéis?—preguntó
la policía, asombrada, sentándose en la silla que le trajo
Polita—¡No me digáis que este programa es improvisado…!
—Este
sí, porque somos los sustitutos de última hora—explicó
Michuru—Aunque no nos sentimos avergonzados de admitir que la
improvisación es la razón que nos dio el éxito. Al fin y al cabo,
le da vida al programa.
El
público la aclamó. La policía iba a replicarla, cuando de nuevo se
oyó un estrépito de cristales rotos.
—¡ESTO
YA ES DEMASIADO! ¿Y TÚ QUÉ ERES? ¿UNA FRIKI DE DRAGONES Y
MAZMORRAS?—preguntó Polita, con una voz que sonaba incluso
aburrida al final de su frase de diálogo.Entraron
unas mujeres con unas espadas impresionantemente largas. Michuru y
Danny se miraron y se levantaron.
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