—Esto
es demasiado—declaró él y se dirigió al «respetable»—Amigos,
¿a quiénes han venido a ver?
«¡A
VOSOTROS!«, gritó entusiasmado.
—Exacto—dijo
Danny, ¿qué son todas estas estrellas?—y se dirigió a los
nombrados—No pongo en duda que es una gran oportunidad tenerlos a
ustedes aquí y son grandes…
El
público aclamó a Danny.
—Pero
una regla de oro es que las estrellas no se eclipsen y creo que somos
demasiados. Una cosa es que el programa sea improvisado y otra que
sea un follón.
El
público volvió a aclamar a Danny. Michuru aplaudía también.
—Además
de lo que dices—dijo Polita—, ya no nos quedan sillas.
Todos
rieron.
—¡Eso
es! Este siempre ha sido un programa de debates y nunca le hemos
negado la palabra a nadie.
—Excepto
al Ladrón de Palabras que provocó el terror hace quince
años.—aclaró Danny.
—¡Cierto!—dijo
Michuru con un escalofrío al recordar—Así que hablemos…
Se
fijó en las mujeres de las espadas, confundidas y de pie todavía.
—¿De
veras que no hay…?—preguntó a Polita—Lo siento, señoras, me
temo que las han llamado para nada.
—Pues
nuestros jefes querrán cobrar de todas maneras—dijo la que parecía
la líder, una mujer de pelo largo y con una cicatriz encima de la
nariz, con forma de X.
—Tampoco
podemos ofrecerles asiento.
—No
te preocupes—respondió y clavó la espada en el suelo.
—Que
sepa que nuestros jefes también querrán pagos por los
desperfectos—dijo Danny.
—¡Qué
miedo nos da!—dijo otra de las mujeres, con expresión gamberra,
haciendo lo mismo.
No
obstante, una tercera con cara de ser más amigable dejó la espada
sobre el suelo y se sentó sobre su capa.
—Me
habían dicho que en su grupo eran unas tías ácidas y de mal
agüero, pero veo que también las hay educaditas—dijo Michuru.
La
aludida se encogió de hombros.
—¿Y
el debate…?—preguntó su jefa.
—Fácil:
ética de matar a dos pobres y bellos jóvenes porque los han atacado
zombies—dijo Michuru.
—Muchacha,
¡qué descarada eres!—dijo la policía.
—Eso,
y además lo de joven no se le aplica. Esta se pasó siete años
presentando el programa y han estado fuera de antena diez, estará
cerca de los cuarenta...—dijo la espadachina con cara de gamberra.
Michuru
se pasó la mano por la melena con actitud desafiante.
—La
edad está en el número de contratos publicitarios que consigues
para anunciar fijadores para el pelo.
La
espadachina parpadeó un rato, pasmada ante el relativismo de
Michuru. Declinó hacer más comentarios.
—Bueno,
¿qué opinas de nuestro tema, Caimán?—preguntó Danny.
—Ya
lo sabéis: sólo mato a los que no pueden salvarse. Vosotros aún
estáis a salvo.
—Pues
no veo que los estés tratando—intervino la policía.
El
público la abucheó de modo tan claramente partidista que la
espadachina educadita se sonrojó.
—Mi
compañera viene hacia aquí con el tratamiento necesario.
—A
mí me parece que, dejando a un lado que no te caigan muy bien, que
es cosa de cada cual, estás empeñada en matarlos—terció la líder
de las espadachinas.
El
público aplaudió, pero con moderación porque la réplica no
apoyaba una adoración absoluta por Danny y Michuru.
—Mira,
los zombies son un problema de salud pública—respondió la
policía—Lamento ser tan radical, pero es mejor para todos que se
eliminen los contagios.
—¡Eso,
eso! «Contagios» en vez de »contagiados».
¡Deshumanizándome!—ironizó Michuru.
El
público rugió, entusiasmado. La policía no daba crédito.
—No
sé, tú misma cocinaste un clon tuyo en este programa, en
directo—comentó la líder de las espadachinas—y además
comercializaste la idea para uso personal de cualquier degenerado.
¡Eres la primera en deshumanizarte!
El
público la abucheó con tal agresividad que los invitados se
pusieron en guardia.
—Los
negocios tienen siempre un componente de prostitución—declaró
Michuru.
—Y
de partida de ajedrez—dijo Danny.
Todos
lo miraron.
—Porque
haces suposiciones, intentas engañar ala competencia, debes pensar
estratégicamente...
Lo
siguieron mirando, poco convencidos. Él cambió de tema.
—Lo
que nos hace falta es consultar la opinión de los televidentes. ¡Esa
era parte de nuestra esencia!
Michuru
asintió y le hizo un gesto a Polita.
—Os
vais a reír, pero tenemos una llamada.
—¿Cómo
puede ser?—preguntó el Caimán—¡Este programa lleva más de
diez años sin emitirse!
—Porque
hay un tipo que llegó a conocer todas las formas de contacto y hemos
recuperado algunas—respondió ella—Ponte, Michuru, que te llama a
ti.
—¡Qué
específico!—dijo ella, ajustándose el micrófono, que se le había
caído durante el ataque de los zombies—¿Holaaaaa?
—¡Hola,
Michuru!
Michuru
abrió tanto la boca que se le vieron todos los dientes,
perfectamente blancos.
—¡ME
CAGO EN DIOS!—gritó, pero recuperó la compostura enseguida—¡Pero
si eres Miguelito Pérez Selvúpeda!
—¿Quién?—preguntaron
los invitados.
—Es
el fundador de la asociación de supuestos damnificados por el hecho
de que los clones Pandora 3000® de la presentadora Michuru se
murieron por no cuidarlos correctamente—dijo la espadachina
modosita.
Los
invitados la miraron asombrados y el propio público lanzó un
profundo grito de exclamación.
—Al
final compré otro clon, Michuru.
—Me
alegro.
—Se
volvió tan independiente que se largó con mi dinero y, quizás, mi
primogénito.
El
público rugió, entusiasmado. Danny se giró a Michuru, consternado.
—Me
aseguraron que era imposible que adquirieran inteligencia—empezó a
explicar Michuru—Además, no creo que haya podido llegar demasiado
lejos…
—No,
si no era para quejarme. Es que tengo una sospecha… Vosotros no
sois los verdaderos Michuru y Danny. Los auténticos murieron en el
tumulto del último programa emitido. Sois clones con sus recuerdos.
El
público protestó, lloró, se rió, hizo todo cuanto pudo por
silenciar a los aludidos.
—Miguelito,
entiendo que causó una extraña sensación, pero somos los mismos
que hablamos contigo hace ya diez años.
—Tal
como dice Danny—añadió Michuru—Ten en cuenta que nosotros somos
a veces somos algo fantasiosos.
—¿Ah,
sí? ¿Y qué me decís de vuestra boda?—preguntó Miguelito.
Danny
y Michuru se miraron, muy serios. Nadie se atrevió siquiera a
respirar… ¡Y de pronto se desternillaron de la risa!
—¡Hombre,
no!—dijo él—Eso fue un poco de teatro, para complacer a todos
los fans que se empeñaron en que éramos pareja.
—¡Exacto!—confirmó
ella, secándose las lágrimas.
—Pues
hace un rato bien que ha dicho él que ha estado en la cama
contigo...—dijo Miguelito.
—Teatro—repitió
Danny.
—En
realidad, no es en un contexto sexual—aclaró ella y mandó callar
al público—Hace años, me acechó un duende de la conciencia
kazajo. Bien sabréis que dichas criaturas son pertinaces y no cejan
sino hasta que ellos mismos se sienten culpables. Así pues, ese día
Danny durmió a un lado de mi cama, tapado hasta arriba, y cuando el
duende comprendió que había estado molestando a un inocente, se
retiró.
—¡Menuda
nochecita, con el dichoso duende dándome la tabarra en kazajo!—dijo
Danny y el público rió como en los programas de los años 50.
—¿Seguro
que este programa tiene público?—preguntó la líder de las
espadachinas, en susurros—No se los ve nunca y a veces dan una
extraña impresión...
—En
el último programa hubo un asalto legítimo, ¡ojo!—dijo el
Caimán.
—Ese
sí, pero es verdad que en general...—dijo la policía y empezaron
a discutir en voz baja.
—¿Qué
cotilleáis?—dijo Michuru, con voz molesta pero sonrisa
sardónica—¿Ahora también vais a dudar de nuestro maravilloso
público?
Se
oyó una aclamación.
—Sabemos
que hay chalados en la calle capaz de cometer barrabasadas con tal de
veros de nuevo en antena—dijo la espadachina descarada—Lo que no
tenemos tan claro es que seáis tan imprudentes como para meter esas
fieras aquí.
El
público le gritó de todo y la amenazaron.
—De
hecho, la única vez que lo subestimasteis fue en aquella
emisión...—concluyó cuando le dejaron de gritar.
—Me
gustaría recordar que nuestro debate esta noche es si es ético que
hayáis venido a matarnos—replicó Danny, no dejándose
impresionar.
—Y
a mí me gustaría recordar que, por lo que parece, este programa no
tiene guión y simplemente es un intento cutrón de obtener audiencia
porque Míster Chof ha sido cancelado—dijo la espadachina.
—¡No
jodas!—dijo el Caimán!—¡Me encantaba! ¿Por qué?
—Han
cazado grillos...—le respondieron.
Todos
coincidieron en que era una verdadera estupidez haber cometido
semejante delito.
—Bueno,
yo ya he dicho lo que tenía que decir—dijo Miguelito—Buenos
días—colgó.
—En
fin, la pregunta que nos hacemos ya es obvia—dijo Michuru, con aire
de cansada.
—¿Cuándo
detendréis esta farsa?—preguntó la policía, irónicamente.
—¡No,
si tendremos audiencia!—corrigió Danny, sapiencial.
Michuru
asintió, satisfecha de su compañero, siempre pensando por la
empresa. Polita volvió a aparecer, con aire serio.
—Chicos…
Os vais a reír. No estamos emitiendo.
—¿EEEEEEEEEH?—gritó
todo el mundo: Danny, Michuru, el público y los invitados.
—Por
lo visto, algún «genio» de márketing ha pensado que tendría más
audiencia una parodia de Jugo de Trufas…
—¡PERO
SI ESA SERIE YA NO LE LLAMA ATENCIÓN A NADIE!—protestó Danny,
dolido.
—Lo
siento… y hay más: ahora mismo viene hacia aquí el responsable de
rescindir nuestros contratos.
—¿Y
ese tipo de antes, cómo ha llamado?—preguntó el Caimán,
rascándose la barbilla.
—Repito—respondió
Polita, abatida y agotada—Conoce todas las formas de contactarnos.
Supongo que...
El
público empezó a protestar, pero repentinamente se oyeron golpes.
Todos supieron que se dieron en una puerta. Danny, Michuru, Polita,
los invitados, todos se abrazaron, con expresión aterrada. De
pronto, desde algún punto fuera del plató, una luz cegadora se
proyectó sobre ellos.
—¡Esto
ya se ha hecho! ¿Es que ni un final original vamos a tener?—lloró
Michuru.
Danny
le mesó el pelo con cariño, con expresión abatida.