Mientras que uno puede nombrar varias novelas importantes de cualquier época de cualquier literatura europea, los chinos tienen sólo Cuatro Grandes Novelas, lo que es sorprendente en un país tan extenso, tan sumamente poblado, tan antiguo y con tan dilatada carrera literaria. Sin embargo, así es aunque sea sorprendente, todavía más porque "cuatro" en chino tiene una pronunciación muy parecida a la de la palabra muerte y tiene la misma connotación funesta que el trece en varias zonas de Occidente.
En parte, esto tiene cierta explicación evidente: la novela como género aparece tarde en cualquier literatura. La poesía fue la primera expresión literaria, con evidentes conexiones con la música, ambas muy relacionadas con la historia evolutiva de la especie humana. La humanidad sólo lleva escribiendo cerca de cinco mil años de sus entre cien mil y trescientos mil de existencia y la alfabetización total ha aparecido esporádicamente en bloques culturales durante esos cinco mil años. Los entretenimientos populares estaban muy ligados a la música y las veces que se disfrutaba de una narración sin más, esta solía ser corta y con rimas, como ocurre en los cuentos.
Nada de esto, sin embargo, impedía al analfabeto gozar de un buen libro, pues bastaba con un buen lector que narrara y todos lo escucharan. Esta, por cierto, era la manera más habitual de disfrutar la lectura en los tiempos antiguos. Se supiera leer o no, se "leía" en grupo y es la causa de que la palabra "lección" denote una variedad de un solo hablante y varios oyentes. San Agustín de Hipona cuenta que Orígenes leía solo, ni siquiera en voz alta como decimos ahora y basta entender que le parecía digno de ser contado para entender cómo era el goce literario entonces. Aquí se cuenta cómo se popularizó la lectura individual y en silencio, ¡y luego se quejarán de los móviles!
De todos modos, es obvio que no siempre había entonces tiempo libre y que el límite de narración está relacionado con la sed, amén que el de escucha era la memoria del oyente. Las primeras novelas suelen ser colecciones de relatos cortos (El Decamerón, El conde Lucanor, Los cuentos de Canterbury) o historias cortas como el Lazarillo de Tormes, en los cuales incluso se encuentran fragmentos adecuados para la lectura en voz alta.
Por otro lado, antes de la invención de la imprenta de tipos móviles era bastante difícil reproducir una obra demasiado extensa. Los copistas no eran demasiado rápidos y grandes partes de su esfuerzo se dedicaban a obras serias de filosofía o religión. No había tiempo para dedicarse a la ficción. La aparición de las novelas tuvo que esperar en cada ocasión todos estos elementos. Aún así, la alta cultura china siempre ha valorado más la poesía y pintura que a la prosa. De hecho, la razón de que el autor no firmara este libro está en que se habría visto vergonzoso en un funcionario dedicarse a semejantes menesteres, disfrutados para colmo entre el populacho.
Por otro lado, antes de la invención de la imprenta de tipos móviles era bastante difícil reproducir una obra demasiado extensa. Los copistas no eran demasiado rápidos y grandes partes de su esfuerzo se dedicaban a obras serias de filosofía o religión. No había tiempo para dedicarse a la ficción. La aparición de las novelas tuvo que esperar en cada ocasión todos estos elementos. Aún así, la alta cultura china siempre ha valorado más la poesía y pintura que a la prosa. De hecho, la razón de que el autor no firmara este libro está en que se habría visto vergonzoso en un funcionario dedicarse a semejantes menesteres, disfrutados para colmo entre el populacho.
¿Y de qué va Viaje al Oeste? Pues es una reconstrucción fantástica de un viaje auténtico de la China de los Tang a la India, en concreto al lugar donde se desarrollaron las enseñanzas de Buda, por parte del monje Xuanzang, más conocido como Tripitaka, que en sánscrito significa "Tres escrituras", las tres cestas de escrituras budistas que este monje estudió y tradujo en parte. Las razones eran de tipo teológico: el budismo que conocía Tripitaka era a veces elitista, proponiendo la salvación de unos pocos. Estas contradicciones inquietaban a este señor que quería encontrar coherencia, por lo que tenía deseos de consultar las fuentes originales del budismo, lo cual sólo se podía realizar en la propia India. No obstante, en aquel entonces estaba prohibido viajar al extranjero por una de las diversas guerras que de tanto en tanto conmocionaban China.
No obstante, el tal Tripitaka abandonó un día China sin permiso del emperador (cosa sorprendente en alguien de su categoría social, no creáis) y allá que fue acompañando a mercaderes. Durante su camino, tomó apuntes sobre los diversos pueblos de la ruta de la seda y cuando llegó a su objetivo, paso doce cerca de doce años estudiando hasta que volvió, pidió perdón al emperador por irse sin más ni más y se dedicó a la traducción de los rollos. Tiempo después, murió.
Pero, y como ocurre aquí con el cristianismo, nadie espera que un santo realice un viaje sin que le pasen cosas raras y he aquí donde entra el Rey Mono: la tradición asegura que Tripitaka encontró a cuatro ayudantes sobrenaturales que estaban destinados a ser sus discípulos antes de haber nacido. El más importante es el Rey Mono, un ser prácticamente omnipotente, llamado Sun Wukong como budista, nombre adaptado en Japón como Son Goku.
Sun Wukong no tiene un origen claro, como suele ocurrir con los personajes míticos. En otras tradiciones se pueden encontrar monos mágicos con poderes imparables, cuyas fuentes en último término pueden llegar al dios Hanumán. Los otros discípulos son Ba Chie, un cerdo monstruoso que mayormente está para que se rían de él, el bonzo Sha, una especie de rana que tampoco interviene mucho en la novela, y el dragoncito Yulong, que todavía habla menos porque hace las veces de caballo del maestro.
La razón por la cual Tripitaka encuentra a estos discípulos está en que posteriormente se le identificó como la reencarnación de la Cigarra de Oro, un discípulo de Buda que se habría dormido durante una de sus explicaciones y fue condenado por ello a reencarnarse y tener que llevar varias vidas ascéticas antes de poder volver a ser digno. En su avatar de Tripitaka, se le ha impuesto una serie de castigos que empiezan desde antes de su nacimiento (el budismo también es una religión sádica, ya ven), la mayor parte de los cuales está en ser capturado por una serie de monstruos que viven por esas montañas alejadas de la civilización.
Respecto a los discípulos, estos ayudan al maestro para limpiar las diversas faltas que cometieron, siendo el que más la armó el propio Sun Wukong, quien intentó ni más ni menos que invadir el Palacio Celestial después de haber trabajado cierto tiempo allí como encargado de las cuadras celestiales, hasta que el mismísimo Buda lo tuvo que parar y dejarlo bajo una montaña para que meditara sobre los males derivados de su violencia desaforada.
Así, el viaje de Tripitaka y sus discípulos se transformó en China en un tema sobre el que construir anécdotas de carácter fantástico y religioso. Del mismo modo que en Occidente hay diversas obras que narran los viajes de Hércules o de Ulises, el teatro chino creó diversas historias de Tripitaka y sus discípulos. Pronto quedó claro que, si bien hay un claro trasfondo religioso en estas aventuras, a la gente le gustaba ver a Sun Wukong dándole de palos al monstruo de turno y que a Ba Chie lo putearan de alguna manera (el humor grueso es universal).
Debido a ello, el espacio-tiempo se hubo de distorsionar por razones artísticas. Al verdadero Tripitaka le llevó unos pocos años llegar a la India y como hemos indicado pasó doce estudiando en la tierra de Buda, al ficticio le llevó casi la mayor parte de ese tiempo llegar hasta allí, con las ocasionales paradas causadas por los monstruos. En la novela se dice que de China hasta la India hay cincuenta mil kilómetros, y dejando de lado que pueda haber un error de traducción es obvio que es una exageración (es una distancia mucho mayor que la longitud del Ecuador). Aunque los sucesos descritos en el libro a veces se ambientan en las diversas tierras que cruzó Tripitaka, normalmente son exagerados y distorsionados, y otros son directamente inventados, claro está.
Con el transcurso de los siglos, se multiplicaron las obras de teatro en China y los países bajo su influencia, y a veces las aventuras del Rey Mono aparecieron en novelas, pero de la mayoría no se conserva demasiado. En pleno siglo XVII fue cuando apareció el texto considerado hoy en día como canónico, cuya autoría se discute por el motivo indicado más arriba. Muy probablemente es un pastiche en que el autor juntó partes de otras versiones, extractos de obras teatrales y alguna que otra idea de su invención, además de dotarlo de cierta unidad temática. Probablemente la mayor contribución del autor es intentar conciliar (a veces) las tres grandes religiones chinas, confucianismo, taoísmo y budismo, que conocieron guerras y no eran raros los conflictos entre sus seguidores.
Y aquí debo indicar que lo anteriormente escrito lleva como borrador cerca de un año en este blog, porque había planeado diversas partes sobre el Rey Mono. No obstante, como al fin y al cabo el buen lector entenderá mejor la novela si la lee, vamos a pasar a hablar de los temas de la novela. Tomada literalmente, la novela es un libro de caballerías: ocurren continuamente acciones extraordinarias, milagros desaforados y Sun Wukong poco menos que hace temblar el universo cada vez que se da de hostias con un bicho. Estas acciones se intercalan con los bromazos que los discípulos de Tripitaka se gastan entre ellos o contra algún pobre imbécil que se asuste de su aspecto monstruoso. Cuando a Tripitaka se le une Sun-Wukong, el libro alcanza un punto de reiteración, derivado del hecho de que la obra se basa en otras pensadas como unidades independientes.
Por lo general, la acción suele transcurrir así: después de algunos meses viajando, Tripitaka y los cuatro de la muerte (Jaja, como cuatro en chino es un número "mortal"...) llegan a un sitio donde ocurren maldades por culpa de algún monstruo, que secuestra a Tripitaka bien porque comiéndoselo heredará todo su mérito dhármico, bien porque en realidad era un aliado budista que actuaba para castigar a algún rey local. Sun Wukong y los otros pelean contra este y sus huestes hasta liberar al maestro, dándole matarile al bicho en el primer caso y dejarlo estar en el segundo. Este esquema suele variar un poco a veces, como cuando les roban a los discípulos las armas mágicas o cuando hay agua, porque es el pequeño punto débil del muy poderoso Rey Mono. De hecho, recomiendo al lector que se habitúe a sentir un continuo déjà vu si se decide a leer este tocho, de 2200 páginas.
Ahora que lo pienso, no es raro que sea Sun Wukong el discípulo que en más de una ocasión se pira: bien puede simbolizar que la inteligencia podría tentar a Tripitaka a abandonar y dedicarse a cualquier actividad más divertida. Esto también implicaría el por qué de la corona mágica que Tripitaka usa para castigarlo: simboliza su naturaleza regia, pero es también fuente de sufrimientos. ¿Cuándo no se ha dicho que la inteligencia suele estar relacionada con el pesimismo y, como consecuencia, con los dolores más profundos? Pero también la novela destaca que, siguiendo los principios adecuados, la inteligencia llega a lo más alto (Sun Wukong es llamad el Sosia del Cielo).
Huelga decir que la novela tampoco deja escapar la ocasión para presentar, aunque sin sermonear demasiado, diversos ideales budistas. Algunos de ellos son bastante similares a los de otras religiones, como pasar hambre, no frungir y llevar una vida de rezos, otras son quizás más peculiares. Siendo una religión principalmente atea, el budismo suele insistir en que todo es una ilusión. Así, por ejemplo, en algunas partes del libro se insiste en "ver sin formas, oír sin palabras" y otras expresiones similares.
Debo admitir aquí que considero que el budismo es un caso obvio de esa expresión inglesa que dice "Al fin y al cabo, la puta está muerta y además eso ocurrió en otro país", que se usa para afear a quien le quita importancia a un hecho grave alegando que no afecta a los presentes. En el caso de las religiones dhármicas, mucho me temo que es así. No sólo es que los diversos cleros (o equivalentes, si se prefiere) de estas religiones hayan caído en lo mismo que se les echa en cara con justicia al de las religiones abrahámicas, sino que tampoco se puede decir que no hayan creado problemas sociales de diversos estilos, como haber justificado las castas por supuestas acciones cometidas en vidas anteriores.
Tampoco me convencen sus propios principios, como el expuesto más arriba. Y no es que estén equivocados en base: la ciencia moderna ha demostrado que nuestros sentidos son muy engañosos, como demuestran las diversas ilusiones ópticas y auditivas que tanto gustan en neurología. Nuestros cerebros están preparados para detectar ciertas formas y discernir preferiblemente los sonidos de la voz humana al resto, por ejemplo. Por supuesto, algunos filósofos de la antigüedad lo intuyeron. Pero mi mayor desacuerdo viene con que el budismo cree tener una salida a las limitaciones humanas, lo que paradójicamente demuestra que los budistas cometen errores humanos: ¿Quién les dice que se pueda "liberar" la vista? La vista es un sentido muy útil, sin duda, pero siempre que tengas luz a mano. ¿Qué ocurre si quieres observar la verdadera esencia del fondo del océano? Porque, como allí apenas hay luz y lo iluminas, es predecible que no observes reacciones típicas por parte de la fauna. Es decir, que la vista está limitada, después de todo. ¿Pero sería posible que no lo estuviera? Me da que no.
Esto me hace pensar que a su manera este tipo de discurso, a veces descrito como nihilista o incluso misántropo según las ganas que tenga el escribiente de crear polémica (a mí me da igual cómo lo llamen), es muy dogmático: si una verdad no es absoluta, pues se rechaza con toda alegría, sin importar que pueda ser mejorada o incluso útil. Ese miedo a los errores es precisamente la característica más notoria del tocapelotas de Internet y además lo lleva a enfrentarse al prójimo destacando y exagerando detalles nimios en su ansia por derribar alguna afirmación que no les guste.
Por poner un ejemplo, hace tiempo leí este artículo en que se nos habla del horror que Bruno Latour, ese señor frecuentemente nombrado en ejemplos de la mierda del posmodernismo, sintió cuando tuvo la certeza de que los argumentos empleados por Trump para negar el cambio climático no son muy distintos de los suyos cuando se dedicaba a hablar del anacronismo del bacilo de Koch. La frase que más llama mi atención es esta, que prefiero traducir (2).
Siempre somos prisioneros del lenguaje, pues siempre hablamos desde un punto de vista particular.
No deja de llamarme la atención la idea de que seamos "prisioneros del lenguaje". Hombre, pues claro que mientras escribo esta entrada, me ciño a una serie de reglas semánticas, gramaticales, ortográficas y de puntuación a las que llamamos "idioma español", o castellano si prefieren, ¿pero me imposibilita elaborar la propia entrada? De hecho, ¿no son necesarias unas propias reglas para luego construir algo? Recuerdo que conocí a un tuitero, licenciado en filosofía, que decía que la idea de la libertad absoluta no era sólo imposible, sino además absurda. Al final tuvo que irse porque cayó en una actitud tóxica causada por el acoso de jaurías de cobardes y miserables.
De hecho, muchos señalan que el budismo hace no pocas veces buenas migas con un cierto tipo de charlatán que antepone, irónicamente, la subjetividad ante todo lo demás y acaba por ser un Paulo Coelho de la vida: el sentimiento encima de la prueba empírica, por ejemplo, porque se acaba afirmando que la experiencia ajena es inaprehensible, así que todo va sobre uno mismo, protagonista absoluto de la existencia. De hecho, se podría decir que este discurso lo ha superado ya la propia ciencia cuando por ejemplo explica la mecánica cuántica mediante el razonamiento del gato de Schrödinger, que está vivo y muerto a la vez mientras no abramos la dichosa caja o la también caja, pero infinitamente grande, de Einstein cuando explicó que la gravedad no era una fuerza, sino una deformación del espacio-tiempo. Y no niego el valor del koan como metáforas filosóficas, como la del asno de Buridán, lo que sí rechazo es que se venda en esa forma paternalista de racismo que es el orientalismo.
Dicho eso, la novela es interesante para entender cómo funciona el pensamiento mágico, pues se explaya en la numerología para racionalizar los poderes de los protagonistas, cosa esta que es desde luego una constante en la humanidad. En ese sentido, quizás habría sido una buena idea que la traducción hubiera dejado las medidas en los patrones originales, pero como las notas ocupan cerca de 200 páginas, habría resultado problemático. También vendrían bien ciertas aclaraciones, como que en las lenguas orientales el 10.000 es el número más alto que se puede decir con una sola palabra, por lo que tiene un matiz de "absoluto".
En resumen, es una lectura interesante para entender el pensamiento chino y, asimismo, para aquellos con cierto interés por los motivos más frecuentes en la fantasía de los países influidos por ese pensamiento, como Japón. De hecho, más arriba he dicho algo que habrá hecho que más de uno levante una ceja. Quizás el mayor pero que tengo es que la descripción del maestro no puede ser más desagradable, cuando el Tripitaka histórico debía de ser muy erudito pero también muy bravo, capaz de desobedecer a todo un emperador. Que además lo hiciera por una cuestión de honestidad intelectual hace que lo admire, aunque no comparta sus ideas.
A Viaje al oeste se le llamó Saiyuki en Japón, pues es la lectura de los ideogramas chinos originales. Este país tiene el honor de haber sido la cuna de algunos de los originales más antiguos de la literatura china y este caso no es una excepción. Dragon Ball es una historia basada ligeramente en el clásico chino. Sun Wukong es pequeño y cuando se transforma en algo suele olvidar la cola, lo que coincide con el aspecto de Goku al principio de Dragon Ball, sin duda una referencia. Aprovecho para realizar un inciso: mucha gente se refiere a Goku antes de su pelea contra Piccolo hijo como "Goku niño", pero lo cierto es que Goku decía tener doce años en la primera parte de Dragon Ball. No es que fuera un "niño", es que antes de dar el estirón era un puto enano, como Krilín. Además, siempre que se hablaba de su origen, se mantenía el misterio.
En lugar del sacerdote, tan arisco en la obra, Toriyama tuvo el acierto de introducir a Bulma, quien es recordada con mucho cariño por diversas razones: unos, porque fue un personaje al que definen como fuerte sin necesidad de dar hostias, cosas distintas que no obstante muchos confunden; otros, por el fanservice. Aquí sería injusto no recordar lo primero, pues es cierto que Bulma mostraba mucha iniciativa en las aventuras, pero ingenuo no tener en cuenta que algunos veían la serie cuando eran efebos. Como en la novela, Bulma encuentra a Goku y este inicia su viaje en busca de las famosas Bolas del Dragón.
Recuérdese como Bulma siempre se sorprendía de las habilidades de Goku y la defendía de los malhechores, como Tripitaka y Sun Wukong, respectivamente. Recuérdese además que los primeros enemigos de Dragon Ball, muy a pesar de ocurrir en la Tierra y sin alienígenas, eran en su mayoría animales antropomorfos y seres de aspecto extraño, empezando por Pilaf, el primer gran malo, que parece un duende. Por supuesto, no podemos dejar de nombrar el bastón mágico, que una vez más es el arma legendaria que Sun Wukong maneja con soltura. Este acaba siendo una parte del palacio celestial, que es un origen similar al de la Barra de los Extremos de Oro del Rey Mono. Y la nube mágica, pues en el mundo mágico chino, cualquiera que haya avanzado un poquito puede andar por las nubes.
Ten Shin Han es claramente Er Zhan, un personaje implicado en una primera captura de Sun Wukong, especialmente por el tercer ojo y porque al principio fue el rival más serio que tuvo Goku, llegando incluso a derrotarlo gracias a las circunstancias. Entre los amigos de Goku, hay un cerdo salido llamado Oolong, un gato parlante flotante llamado Puar y una especie de fantasma, Chaoz. Tampoco Krilín tiene un aspecto muy normal (no tiene nariz) y Mutenroshi es un inmortal taoísta. Además, después de matar a Piccolo padre, se descubre que en realidad es el alterego malvado de Dios. Este es un giro común en la obra original: el monstruo resulta ser una criatura celestial que bajó a la Tierra en el pasado y se volvió malvada.
En resumen, que es obvia la mayor influencia de Viaje al Oeste durante la primera parte. Después, apareció Dragon Ball Z y marcó el fin del personaje de Goku como versión moderna del todopoderoso Mono, pasando a partir de entonces a ser una especie de Superman: Goku ya no era un ser único de origen mágico, sino un alienígena enviado a la Tierra justo en el momento de la destrucción de su planeta natal. Porque las Bolas del Dragón pueden conceder la inmortalidad, debía enfrentarse a congéneres suyos, como el hijo de Kriptón lo hacía en Superman 2. La deriva del argumento es tan fuerte que ha hecho que Dragon Ball Z se perciba como una serie distinta de la que carece de la letra que debía ser un número (Toriyama escribió un 2 un poco anguloso), siendo motivo de disputa entre los que fuimos niños en aquella época (algunos somos además fans del manganime) sobre si es una serie buenísima o una puta mierda. Yo soy de la opinión que fue con franqueza mediocre, repitiéndose como el ajo en la superación de poder, aunque tampoco la quemaría.
Otro manga con una clara influencia de Viaje al oeste es One Piece. Siendo una obra hija de Dragon Ball, es tentador afirmar que la mayoría de sus parecidos con Viaje al Oeste nacen de ahí... Pero resulta que queda claro que Eiichiro Oda debe de conocer muy bien la novela, pues las referencias son continuas. En primer lugar, el protagonista, Monkey D. Luffy, se apellida "Mono". Luffy no puede nadar porque consumió una Fruta del Diablo, que dan superpoderes a cambio, lo que lo enlaza con el punto débil de Sun Wukong. En común con el Rey Mono tiene su carácter optimista y provocador, además de que su capacidad elástica recuerda a los cambios mágicos de tamaño de Sun Wukong.
Zoro emplea en ciertos momentos una técnica en la que tiene tres cabezas y seis pares de brazos, multiplicando sus espadas por tres. Una clara referencia a la transformación más querida del Rey Mono.
Nami emplea una barra "mágica" como arma y es capaz de hacer "hechizos" que provocan tormentas, que es otro de los poderes de los diversos personajes mágicos de Viaje al Oeste.
Y Robin, recordemos, se multiplica, truco que también domina Sun Wukong (siendo honesto, lo domina CASI todo).
Pero es la estructura de One Piece lo más parecido a Viaje al oeste a pesar de sus tremendas diferencias ideológicas: ambas historias tienen a sus protagonistas buscando un emplazamiento que está tremendamente lejos y que, para alcanzarlo, deben luchar contra numerosos enemigos. En dicho emplazamiento hay un objeto de tremendo valor, los tres cestos de rollos en el original, el propio tesoro "One Piece" en el manga.
Podría extenderme con más ejemplos, pero dejémoslo aquí. Aunque sólo sea por interés histórico y por el hecho de que cada vez se sabe más de la cultura china, no está mal empaparse en una obra capital de sus mitos.
Fuentes
La imagen procede de la cubierta del propio libro, claro.
Orígenes de la lectura silenciosa.
Artículo sobre los posmodernsitas y Trump.
Vídeo de Monkey D. Luffy.
Roronoa Zoro transformado.
Vídeo de Nami.
Vídeo de Nico Robin.
Más influencias de Sun Wukong sobre la cultura popular.