Gastón Elgafe, previamente publicado en España como Tomás el Gafe, es un personaje legendario del cómic belga, en particular de Franquin, una de las cabezas más brillantes del mismo, que trabajó con esmero el personaje. Aunque formalmente empezó por el formato de tira de media página que acabó extendiéndose a una completa, Gastón nació como una coña interna de la revista Spirou: apareció un buen día por la redacción porque lo llamó "alguien", y se limitaba a hacer chistes en los bordes de legítimas páginas de los artículos de la revista, hasta que un interrogatorio por parte de los propios Spirou y Fantasio sacó en claro su nombre.
A partir de ahí, su despegue y popularidad nunca descendieron. Con tres tomos leídos, puedo decir que lo entiendo: las tiras son buenas y tienen personalidad cuarenta años después. El personaje es perfectamente coherente: Gastón es un hombre de carácter infantil, bienintencionado aunque a menudo catastrófico para los que se encuentran a su alrededor.
Entre sus aficiones está la música, con el gafófono siendo su contribución más sonora (¡JAJA!) a la disciplina artística. Además, es un avezado inventor, aunque tiene un problemilla: casi todos sus inventos acaban en desastre, así como sus contribuciones a la química. Por último, es un incansable amante de los animales, como se ve en la siguiente tira.
Ingeniosa, ¿eh?
Conocía Gastón Elgafe por motivos bastante polémicos: hace ya bastante tiempo, una web francesa muestra comparaciones de tiras de este tebeo belga con otras de El botones Sacarino, una de las tantas obras de Francisco Ibáñez. De este hecho se hizo eco ADLO! hace ya unos buenos años (pero no en un solo artículo), que además repitieron en el blog En todo el colodrillo. La página no oficial de Mortadelo y Filemón ha encontrado todavía más parecidos con otras obras de Franquin, entre otros autores franceses y belgas.
De hecho, una de las cosas que más me asombraron de la lectura de Gastón no es ya que en efecto las primeras tiras fueran a veces calcadas por Ibáñez, es que su lectura facilita la propia lectura de la obra de Ibáñez: leyendo Gastón, uno entiende por qué la mitad de la historias tratan de firmas de contratos que arruina la memez de turno de Sacarino, mientras que otra buena porción va de algún bicho que se trae el cabezón.
No obstante, Ibáñez a veces ha explicado que El botones Sacarino se basaba en él mismo, y hay que decir que es cierto que de joven trabajó de botones. Recuerdo que cuando hace algunos años hicieron una serie del personaje con actores de carne y hueso, cierto artículo rezaba que la obra de Ibáñez es "en parte autobiográfica". Es decir, que mientras Ibáñez trabajaba de botones, arruinaba continuamente contratos para su editorial y tenía que huir de manera cómica la mayoría de los días. ¡¡Y no lo echaron!! Ahora en serio, la tontería que tienen algunos con lo "autobiográfico" es digna de estudio.
No obstante, Ibáñez a veces ha explicado que El botones Sacarino se basaba en él mismo, y hay que decir que es cierto que de joven trabajó de botones. Recuerdo que cuando hace algunos años hicieron una serie del personaje con actores de carne y hueso, cierto artículo rezaba que la obra de Ibáñez es "en parte autobiográfica". Es decir, que mientras Ibáñez trabajaba de botones, arruinaba continuamente contratos para su editorial y tenía que huir de manera cómica la mayoría de los días. ¡¡Y no lo echaron!! Ahora en serio, la tontería que tienen algunos con lo "autobiográfico" es digna de estudio.
¿Es esto tener mucha cara? No y quiero ser justo: ningún autor empieza de la nada. La tradición y las influencias externas determinan ya en buena medida qué primeros pasos seguirá como autor. Sólo cuando ya tiene experiencia es cuando empieza a ser original. En eso, Ibáñez no es algo inaudito ni vergonzoso. George Orwell se inspiró en la obra Nosotros para su famoso 1984 y hasta don Miguel de Cervantes no podría haber escrito el Quijote si no hubiera puesto sus ojos en la novela griega La vida de Esopo, que trata de un filósofo algo chalado y su sensato esclavo, quien por lo visto lo saca de bastantes líos. La propia página en francés cita una declaración de Franquin quitándole hierro al asunto.
Además, los verdaderos responsables de esta decisión fueron muy posiblemente los jefazos de Bruguera: le pusieron delante tiras de Gastón Elgafe y le ordenaron "Cópielas lo mejor posible. ¡Rápido!". Y a Ibáñez no le quedó otro remedio sino obedecer. Otra cosa, ya más sospechosa, es el hecho de que años después siguiera con las mismas tácticas, bien que más ocasionalmente. Tampoco es desconocido que un autor de cómic plagie sólo una viñeta o una secuencia de las mismas, práctica que en el ya citado ADLO! llaman "taquiones" por una escena de Watchmen.
El problema con el caso de Ibáñez viene con lo que podríamos denominar el efecto Bruguera: básicamente, durante casi década y media, una buena porción del sector editorial cayó en manos de quienes sólo querían continuar el efecto Mortadelo. Y se reveló imposible, claro, y no sólo por la creciente influencia del manganime, pero la peor consecuencia fue que en esa época se ignoró cualquier posibilidad de hacer tebeo patrio algo más maduro. Hubo cosas, como Superlópez y algunas de sus historias sociales (aunque empezara siendo una parodia) y quién puede olvidar a Carlos Giménez.
Por si esto fuera poco, Bruguera acabó transformándose en uno de esos famosos símbolos generacionales por los que todo el mundo siente nostalgia, vaya a usted saber por qué, porque la realidad es que era una compañía que, además de lo anterior, para colmo podía competir por su ética laboral con las de los tiempos de Roma, cuyos empleados eran esclavos. Esta nostalgia ha aumentado la imagen de Ibáñez como viejo entrañable todavía más, pues al buen señor no le faltan méritos: dicen que es un tío afable y se hace querer, aunque es la hostia de reservado.
A ver, señor Ibáñez: en el peor de los casos, todo lo que eso demuestra es que en Bruguera, como han dicho cientos de expertos en la historia del cómic español antes, no se trabajaba bien. El entintado no tiene por qué ser una labor innecesaria sólo porque fuera algo así como un puesto para pringaos en Bruguera. Lo que haría el entintado una mala tarea es que en casi todas las editoriales del mundo se practicara del mismo modo, pero parece que no. Ni siquiera ya en España es así.
Y esto me hace pensar en una frase que siempre me ha gustado mucho y que dice que, si bien algunos han pasado por la universidad, la universidad no ha pasado por ellos. Pues en el caso de Francisco Ibáñez, no sólo él pasó por Bruguera, sino que Bruguera pasó por él. Además, anquilosarse parece frecuente entre autores que se pasan años haciendo el mismo tipo de obra hasta el punto de que las hacen en modo automático, por así decirlo. Charles Schulz pasó sus últimos años con fama de cascarrabias y Rumiko Takahashi tampoco ha destacado desde Ranma 1/2 por hacer algo realmente innovador (sin meterme a juzgar la calidad de sus últimas obras).
Mi amigo, compinche y, tengo cada vez mayor certeza, persona con la que comparto medio cerebro Mario Domínguez Soler también ha manifestado su opinión particular al respecto (se puede leer la conversación entera en otra página).
He escuchado la entrevista a Ibáñez en La Ser, y la verdad, he sido bastante reacio a opinar nada al respecto... Pero tras dialogar sobre ello, he pensado que lo más honesto que puedo hacer es compartir mi opinión al respecto, así que, en fin, hilo va. https://t.co/lbejYMKC1T— Mario Domínguez S (@mariods86) 4 de enero de 2019
Su opinión abunda en la mía del síndrome de encasillamiento, de la nefasta influencia de la editorial, con además una comparativa con otros autores de Brugera. Coincido con él en que, si bien Ibáñez es bueno, es más que trabajó como un esclavo lo que le dio finalmente la fama, amén de la obvia suerte. Otros autores tenían otras cualidades, pero él tenía esa, que era la más valiosa para una editorial como Bruguera.
Si proseguiéramos la comparación con las tiras de Gastón, se me hace obvio que Ibáñez supo trabajar mejor los dúos: Mortadelo y Filemón, Pepe Gotera y Otilio, el propio botones Sacarino interacciona especialmente con el director de El aullido vespertino. Su personaje en solitario más famoso es el más personal (y difícil de traducir), Rompetechos, cegato como él. Aunque desde luego volvió a cometer algún desliz, este se reduce a una escena y luego sigue coherentemente con el tema. Es posible que alguna obra como El sulfato atómico tenga ya la sospecha sobre todo el conjunto, como indican en En todo el colodrillo, pero diría que en líneas generales, aprendió por sí mismo a evitar esos errores.
Otra cosa es que, como ya he dicho, su estilo se haya quedado estancado y a veces haya dado productos como aquel tebeo en que salían el Capitán Trueno y sus cuates en lo que, tengo entendido, fue un festival de la vergüenza ajena. Charles Schulz y Rumiko sí han superado la prueba de repetirse con mayor acierto, porque tienen ambos otras cualidades como, respectivamente, la rapidez del gag y el dibujo que han sabido mejorar aunque el paquete sea más o menos el mismo.
Bueno, ni siquiera me hace falta salir de España: Superlópez ha ofrecido historietas largas graciosas, con muchísimos gags, en los que no se pierde en ningún momento el argumento principal. Hasta el propio Vázquez, rey de las tiras cortas y de reducir el chiste a una viñeta, fue capaz de crear una historieta larga, Agente del fisco, en la que el humor rápido y efectista no dañaba el argumento principal.
Por eso, tampoco puedo terminar la entrada sin decir que me parecen absurdos los intentos de los participantes del debate con Ibáñez en que intentan poco menos que sonsacarle que él es un autor político y social. No es eso ni de coña, y aquí hay que decir que el aludido se quita de encima semejantes atribuciones con bastante humildad, para lo que estamos acostumbrados a ver en según qué entrevistas que en mi opinión, tan sujeta al error como la de cualquiera, casi entran en la categoría de sexo oral. Sacar a un personaje de actualidad y ridiculizarlo de cualquier manera no hace a una obra social o política, aunque sea un mantra bastante extendido entre periodistas y otros seres llenos de pendatería.
En conclusión, a Ibáñez le ha acabado pasando lo mismo que a otros: ha acabado siendo esclavo de sí mismo y de cierta imagen que se ha creado.
P.D: Esta entrada ha pasado casi medio año como borrador, siendo editada de tanto en tanto. Aunque la he repasado, es posible que su irregular composición se haya notado durante la lectura. Si así ha sido el caso, lamento el hecho.